Un cantante y 17 espectadores
Un concierto de Josele Santiago en el Sidecar ejemplifica la dura situación que vive el sector de las salas de música
Así, a primera vista, La Rambla parecía normal, con las personas que suben y las que bajan respetando sus carriles como si de vehículos se tratara y esos quioscos que ahora venden productos de alimentación en los que se mezclan churros, gofres y helados. Ya acostumbrados a no escuchar más idiomas que catalán y castellano, nada era especial, ni el espectral vacío de la calle Ferran con sus persianas mustias. Es esa “nueva normalidad” que ahora, dada la falta de visitantes, ha convertido a todos en Barcelona en extranjeros potencialmente deseosos de dejarse los ahorros en un restaurante de sospe...
Así, a primera vista, La Rambla parecía normal, con las personas que suben y las que bajan respetando sus carriles como si de vehículos se tratara y esos quioscos que ahora venden productos de alimentación en los que se mezclan churros, gofres y helados. Ya acostumbrados a no escuchar más idiomas que catalán y castellano, nada era especial, ni el espectral vacío de la calle Ferran con sus persianas mustias. Es esa “nueva normalidad” que ahora, dada la falta de visitantes, ha convertido a todos en Barcelona en extranjeros potencialmente deseosos de dejarse los ahorros en un restaurante de sospechosa cocina tradicional. O eso pensaba un señor que plantaba su carta ante cualquier transeúnte. Así las cosas, lo más extraño un domingo a mediodía como el de ayer en La Rambla era que en el Sidecar se hacía el primer concierto desde marzo. Eso sí era singular.
Porque salas de conciertos, lo que se dice salas, no auditorios, u otros espacios públicos subvencionados, apenas hay abiertas 10 en la provincia de Barcelona, cifra que se eleva a la treintena en toda Cataluña. Ninguna de ellas es una sala grande, pues pese a afrontar gastos fijos muy elevados, incluido el servicio de recogida de la inexistente basura, aún no abren porque la limitación de aforo imposibilita la cuadratura de sus números. Y menos con las barras cerradas, como ahora prescribe la ley. Es tan ruinoso abrir que mejor mantenerse cerrados esperando que el panorama se aclare y la ruina no sea total.
No era propiamente la sala Sidecar la que acogía el concierto, sino su bar, situado encima de la misma, al nivel de la plaza Real donde extiende Sidecar su terraza bajo los porches. En el bar se puede hacer música y abrir la barra, no en la sala de conciertos propiamente dicha.
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El caso es que, en ese bar, el Curtcircuit, una iniciativa de ASSAC, la entidad que agrupa a las salas de Catalunya, iniciaba su andadura. La asociación paga el alquiler de sala y al artista y así el local puede pagar algún gasto con unas cervezas. Dadas las circunstancias, en lugar de los 40 conciertos que deseaban promocionar en el Curtcircuit, sólo podrán realizarse cuatro, pero ASSAC sí se ha podido sacar adelante el ciclo Sala Cat, que se presenta hoy con la intención de programar 100 conciertos en 40 salas de toda Cataluña en 20 días: del 10 al 30 de este diciembre. Cada sala acogería de dos a cuatro conciertos.
Abría el Curtcircuit Josele Santiago, quien en el vídeo de la campaña #Elúltimoconcierto grabado en Sidecar, aporreaba la puerta de la sala como primera persona que aguardaba en una cola que representaba al público y a los trabajadores que desde marzo están a dos velas. Sí, Josele Santiago, artista con una sólida carrera en solitario y líder de Los Enemigos, en un bar, para un aforo de 17 personas y en horario de vermut, cuando más que copas se antojan berberechos y no hacen falta focos porque la luz natural basta. “Hemos hecho un sold out”, bromeaba Roberto Tierz, propietario del local.
Letras para pensar
Y música, la música de un Josele que con su destilado de sabiduría de a pie gana enteros al ser escuchada cuando uno se siente desnudo y perdido. Sus letras hacen recomendaciones que igual ahora, tal y como él mismo comentó, deberíamos considerar. Por ejemplo, Pensando no se llega a ná, o esas canciones carcelarias como Un Guardia Civil o Desde el jergón, que le permitieron ampliar el concepto de cárcel más allá de los barrotes y la reclusión física; o ese El bosque, presentada como “una canción pequeña como el mismo bosque, que a este paso un día desaparecerá”...
Canciones, pues, sin mayúsculas, que hablan de una vida que parece extinguirse a velocidad de consumo y que ahora gana aire porque un virus no nos deja seguir haciendo el humano por el planeta. Sentido común cuando éste se muestra esquivo. En 11 canciones, Josele desplegó ese sentido sólo con su guitarra, en familia, ante un silencio sepulcral no violado por muestras de aprobación extemporáneas.
Acabada la actuación, Josele recogió sus cachivaches. “Nada de Feliz Navidad: este año, en casa y huevos fritos”, fue su despedida. Y Tierz dijo: “Estoy emocionado, hemos vuelto a tener música”. Probablemente, ha sido su mejor regalo de Navidad.