Dos pintoras que por fin resurgen
De Artemisia se ha abierto por fin la gran retrospectiva que debe colocarla en su sitio, en la National Gallery de Londres. Mientras que Krasner revive en el Guggenheim bilbaíno
Más de tres siglos las separan pero, en la práctica, para la inmensa mayoría de los aficionados y seguidores del arte y de las exposiciones, es como si el tiempo no hubiera existido ni pasado entre ellas y el conocimiento y apreciación que merecen estas dos buenas pintoras. Como si las dos fueran contemporáneas de un único tiempo, este que se niega (todavía) a reconocer, evaluar y destacar la valía del arte hecho por mujeres y, en consecuencia, a las artistas que lo firman.
Hasta ahora no se habían organizado las antológicas que las dos merecen: la italiana Artemisia Gentileschi (1593-1...
Más de tres siglos las separan pero, en la práctica, para la inmensa mayoría de los aficionados y seguidores del arte y de las exposiciones, es como si el tiempo no hubiera existido ni pasado entre ellas y el conocimiento y apreciación que merecen estas dos buenas pintoras. Como si las dos fueran contemporáneas de un único tiempo, este que se niega (todavía) a reconocer, evaluar y destacar la valía del arte hecho por mujeres y, en consecuencia, a las artistas que lo firman.
Hasta ahora no se habían organizado las antológicas que las dos merecen: la italiana Artemisia Gentileschi (1593-1653) y la norteamericana Lee Krasner (1908-1984). Incluso la pandemia las ha unido, comparten la mala suerte de tener que lidiar con un virus planetario ahora, tras siglos en un caso y décadas en el otro, de silencio. Y bueno, aquí las tenemos. De la a menudo llamada simplemente Artemisia se ha abierto por fin la gran retrospectiva que debe colocarla en su sitio, en la National Gallery de Londres. Mientras que la Krasner revive en el Guggenheim bilbaíno. No he podido ver ni una ni otra, no sé si podré, la pandemia sigue estableciendo prioridades. Pero merecen que se hable de ellas y que se conozca su arte, por cualquier medio.
Los tiempos no facilitan estar encerrado mucho rato: la mascarilla impone condiciones, tiempo y ritmo. Lo tengo comprobado, estas semanas he andado de museos y galerías porque ver arte reconforta y, sobre todo, estimula la mirada y la agudiza: no siempre todo me complace, pero sí que todo lo que veo me hace sentir y establecer argumentos y criterios. Es algo que no tiene precio. Pero es cierto, la mascarilla es una lata. Por lo que deberíamos retomar una antigua práctica del museo y de la galería de arte: ir a ver uno o dos cuadros, a fondo, con ganas, y volver a la calle. Volver a entrar, si el tiempo nos lo permite, y mirar otra obra o dos más. Volver otro día. Y otro.
De Artemisia y Krasner se puede ver durante largo rato una cualquiera de sus telas. La italiana es maestra del claroscuro y de la pintura barroca. Partiendo del obligado canon religioso en la época y de la tradición oral de la historia sagrada, su obra cuenta casi por lo menudo las batallas que le costó y los logros a los que llegó. Hija de pintor, Artemisia conjuga en su vida y en su obra los claroscuros que la poblaron: la violencia contra su cuerpo, por parte de otro pintor, hoy solo recordado por eso, un tal Agostino Tassi; y las luces y sombras de un final de siglo, el XV, tan bien captadas por un pintor de vida violenta, Caravaggio, maestro de Artemisia en el taller de su padre, Orazio Gentileschi. Un cambio de siglo dominado por el papa Inocencio X, que Velázquez pintó con un realismo que llevó lejos la valentía visual ante la autoridad. La curia de este papa implacable en su sentido del poder sojuzgó aún más a Artemisia en el juicio de su violación, en 1612. Pero la pintora, tan valiente en pintura como el que más, clavó después su historia en varios cuadros: Judit decapitando a Holofernes, Susana y los viejos (una serie en tres). Y su propia fortaleza, en obras como María Magdalena en éxtasis y Cleopatra.
Ante cada uno de estos cuadros, insisto, puedes estar largos minutos y absorberlos a placer, algo que a menudo en las exposiciones no hemos hecho, siempre andamos con prisas y corriendo para verlo todo en una sola vez. Ahora igual las vemos a través de las pantallas, y aunque no es lo mismo, de ninguna manera, también así el arte nos llega, a veces de manera sorprendente gracias al escáner digital que capta tantos detalles de textura y color.
En Bilbao, la Krasner. También tiene, como Artemisia, una historia personal que la circunda, por haber sido la pareja y albacea de su muy famoso marido, Jackson Pollock. No se trata de dejar de lado lo personal, en absoluto. Pero sí de situarlo en su sitio: una vez sabes por todo lo que pasaron, Artemisia y la Krasner, las sobrevuela su arte. Un gusto de mirar y gozar. Krasner es una colorista deslumbrante, una artista cimera del expresionismo abstracto, una de los pioneros en verdad. Pinturas danzadas, bailadas, trazadas. Se negó a crear una firma inconfundible, como tantos de sus coetáneos y como hizo su esposo el primero. Siguió trabajando a su aire, al tiempo que cuidaba del futuro de la obra de él. Es una alegría tener en sala e incluso en pantalla la obra de esta artista que reflexionó así sobre sí misma y su obra: “Era una mujer, judía, viuda, una pintora fuera de serie, gracias, y un poco demasiado independiente”.
Salud, señoras.