Sardanas guardando la distancia y otras paradojas

Viladrau pasa el estío entre la paz y la incertidumbre, confiando en que la presencia masiva de veraneantes sea una oportunidad de reactivación económica y no una amenaza

Imagen de la plaza de Viladrau, el martes.Álex de Cortada

Vaya esto por delante: Viladrau es un lugar amable, de una belleza que quita el hipo y con una riqueza natural extraordinaria, que incluso ha aumentado tras el confinamiento (el lunes vi un corzo en los campos de Espinzella, a pleno día). Mientras escribo esto observo a la ardilla que cada mañana a la misma hora se columpia entre las ramas de los árboles y acecho el aterrizaje en la higuera, que ya tiene los frutos maduros, de las oropéndolas, los orioles, las inigualables aves color del sol, fieles...

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Vaya esto por delante: Viladrau es un lugar amable, de una belleza que quita el hipo y con una riqueza natural extraordinaria, que incluso ha aumentado tras el confinamiento (el lunes vi un corzo en los campos de Espinzella, a pleno día). Mientras escribo esto observo a la ardilla que cada mañana a la misma hora se columpia entre las ramas de los árboles y acecho el aterrizaje en la higuera, que ya tiene los frutos maduros, de las oropéndolas, los orioles, las inigualables aves color del sol, fieles a su regreso al final de agosto. El cielo está de un azul límpido sobre la frondosidad verde y sopla un airecillo revitalizador en la atmósfera silenciosa y vagamente melancólica de una nueva jornada preñada de indolencia y de recuerdos. Si esto no es felicidad…

Pero qué verano más raro. Desde la guerra, los incendios del Montseny de 1984 y la ventada que se cargó en el 87 dos ramas del Castanyer de las Nou Branques, ese icono, no se había vivido un verano así. Pocas cenas, poco contacto con amigos, contadas fiestas oficiales, cargadas de sospecha, aprensión, remordimientos, y algunas más de las otras; muchas prevenciones y un ambiente social de rumores, suspicacia, temor e incertidumbre, ocasionalmente tóxico, que reviste como una insoslayable segunda piel la textura del estío.

Se vive el verano de la Covid en dos planos, el de siempre y el de la distópica realidad que nos sacude. Dice mucho de la capacidad de adaptación del ser humano que la mayoría seamos capaces de conciliar esas dos dimensiones.

“Es recorda que no és permès de ballar”, advertía el otro sábado, tomando el micro, uno de los músicos de la cobla que interpretaba en la plaza del pueblo las tradicionales sardanas tan populares en las noches de verano. La advertencia iba por la pareja que, en un rincón, frente a la farmacia, cogidos de la mano, se entregaba a una mini danza de extranjis, contando y todo. Signo de los tiempos: velada de sardanas, todos sentados, con mascarillas y separaciones. Suerte que los bares de la plaza servían gin tonics… Mientras transcurre el verano y las cosas se complican en todas partes, van cayendo actividades en Viladrau en un goteo que no cesa. La alcaldesa, Noemi Bastias (Independents Viladrau), me ha dicho que se plantean suspender la Festa Major (8 de septiembre), así que nos quedaremos sin el Ball del confeti, entre otras tradiciones. Tampoco se harán las funciones teatrales del club de los veraneantes -por lo que Evelio y yo deberemos dejar de ensayar nuestro número, ganador, de luchadores mexicanos enmascarados-. Las piscinas, la municipal y la del club, siguen abiertas, con normas, y continúan haciéndose excursiones, una de las actividades típicas, como la bici y la siesta.

Una pareja baila la sardana con mascarilla en un rincón de la plaza de Viladrau, la semana pasada.

Para mantener el cumplimiento de la normativa, señala la alcaldesa, que ha tenido la mala pata de que su primer verano en el cargo sea precisamente este, se ha duplicado la fuerza pública: de un guardia municipal se ha pasado a dos, con la opción de un tercero.

“Ha habido que aumentar la vigilancia”, dice Bastias, que recuerda que la población de Viladrau, de 1.040 vecinos, se ha triplicado este verano. Muchas familias han optado por reeditar los viejos veraneos largos; aquí está todo el mundo, hasta ha vuelto, en otro orden de cosas, provisionalmente, Quim Forn (el otro día tomaba el aperitivo en la plaza bajo un cartel que reclama su libertad), lo que es una buena noticia. La masiva venida ha metido presión añadida especialmente en las tiendas de alimentación, la farmacia o el estanco-kiosko, provocando preocupación y estrés la acumulación de gente, todo y que los negocios se han beneficiado de la actividad.

Se han reabierto algunas viejas heridas causadas por la dicotomía natural vecinos/ veraneantes en un pueblo tradicional de estiueg, con segundas residencias que van del estilo Finzi Contini a un sueño húmedo de los Ewing. Algunos veraneantes usan todavía la palabra “colonia” como si hablaran del Raj. Por su parte, hay gente del pueblo que ha hecho de la antipatía y el reproche una actitud permanente e inflexible ante los foráneos, sin matices. “Me ha picado algún animal y tengo una inflamación muy grande”, explicó el otro día una veraneante por teléfono a quien le atendió en el dispensario. “¿Es usted de Viladrau o de Barcelona?”, tuvo que oírse. “De Barcelona, pero el bicho era de aquí”, adujo con candidez.

“Yo creo que todo eso, salvo contadas actitudes personales muy concretas, está ya superado”, señala la alcaldesa. “Habrá a quién no le guste nunca que suba gente de fuera, pero en esta ocasión ha sido algo puntual con el confinamiento, por el susto ante la epidemia y la percepción de que aumentaba el riesgo. Ahora ya no, en estos momentos el problema es sólo mantener el orden con tanta gente y unas normativas que cambian cada día”. Ella ve en la presencia de veraneantes, mientras sigan las normas como todo el mundo, un factor positivo para reactivar la economía del pueblo tras la debacle del confinamiento. Cuarenta personas nuevas se han empadronado en Viladrau, lo que parece mostrar una tendencia a que esa presencia se haga permanente en algunos casos, gracias al nuevo hábito de teletrabajo. Aumentan las peticiones de conexiones a Internet y la fibra óptica se sigue desplegando a buen ritmo.

Viladrau, apunta Bastias, no ha tenido desde mayo ningún caso de Covid que haya pasado por el dispensario. Sí se ha detectado que dos personas de las que estuvieron en cuarentena al presentar síntomas en el primer brote ahora, al poder hacérseles las pruebas, han dado presencia de anticuerpos.; o sea, que han pasado la enfermedad. En todo caso, hay veraneantes que se hacen pruebas por su cuenta en Barcelona y recientemente una familia se ha marchado de vuelta a la ciudad al dar positivo un niño.

En todo caso, esperando las inevitables tormentas de fin de verano, la vida en Viladrau sigue. Un grupo de vecinos se queja de los ruidos de la planta de licuados, se vuelve a urbanizar la Font del Castanyer, los Puig tienen un lirón en casa (aparte de ellos), un hombre que realizaba tareas de jardinería fue mordido por una víbora, aunque afortunadamente no ha requerido antídoto, y un helicóptero aterrizó la semana pasada en el pueblo para asistir a un veraneante que sufrió un infarto jugando al padel. Desde aquí, muchos ánimos Juanito.

Lejos del mundanal ruido

Población: 1.040 habitantes; con la Covid, han aumentado los empadronamientos y la demanda de Internet. Se extiende la fibra óptica.

Actividades económicas: Turismo, agricultura y ganadería, la fábrica de licuados.

Lugares para visitar: Toda la montaña, espectacular; las fuentes, los bares de la plaza, la eterna pastelería Font. Cenar en la terraza y jardín de la Masía del Montseny.

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