Reentrada en la atmósfera

Me parece que amenazan mucho más nuestras libertades, empezando por el derecho a la vida y a la salud, los miles y miles de personas que de botellón en botellón mantienen activa la Covid

Proves PCR al barrio del Besòs i el Maresme.Joan Sanchez (EL PAÍS)

La reentrada en la atmósfera es un movimiento por el cual una nave espacial regresa del espacio exterior para reintegrarse en nuestra atmósfera. Si los científicos no han calculado muy exactamente el ángulo de aproximación para una correcta reentrada (ni muy vertical ni muy horizontal) el artefacto se desintegra, o rebota y vuelve a una trayectoria infinita hacia las profundidades del espacio, lo cual es una mala noticia.

Sirva el ejemplo para dar una mirada “fin de agosto” al Covid, la pandemia en curso. Agosto podría haber servido para reflexionar sobre nuestras vivencias de los últim...

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La reentrada en la atmósfera es un movimiento por el cual una nave espacial regresa del espacio exterior para reintegrarse en nuestra atmósfera. Si los científicos no han calculado muy exactamente el ángulo de aproximación para una correcta reentrada (ni muy vertical ni muy horizontal) el artefacto se desintegra, o rebota y vuelve a una trayectoria infinita hacia las profundidades del espacio, lo cual es una mala noticia.

Sirva el ejemplo para dar una mirada “fin de agosto” al Covid, la pandemia en curso. Agosto podría haber servido para reflexionar sobre nuestras vivencias de los últimos seis meses, y hacer un balance de los que han (hemos) dicho o hecho unos y otros. En mi caso, el ocho de marzo, domingo, asistí a una convivial calçotada con setenta y cuatro comensales, ya se hablaba aquí y allá del famoso virus que parecía venir de China, y en general la gente se refugiaba en “una gripe más, ya se sabe…”.

Cuando las cifras empezaron a mejorar, hubo dos reacciones, por un lado de alivio, por el otro apuntándose el tanto

Solo uno de los invitados, médico, se nos acercó y dijo que eso que venía, ya estaba aquí, y probablemente sería una cosa de grandes proporciones. Ni caso, pero el trece de marzo nos confinamos. Luego entramos en una fase que ya fue cada vez más desagradable, pero vista desde ahora fue grotesca, en que una buena parte de la clase política y no pocos opinadores se dedicaron a denigrar al Gobierno, recuerden a un dirigente del PP hacer mofa del “ministro filósofo” o a un lugarteniente de Torra insistir una y otra vez en que “El Gobierno de España” (tono deliberadamente engolado con pretensión de chistoso) no nos dejaba ir un paso por delante “en su afán recentralizador”.

Cuando las cifras empezaron a mejorar lentamente, hubo dos reacciones simultáneas, por un lado de alivio, por el otro apuntándose el tanto (cada gobierno autonómico a su aire). Y entonces, dentro de una aprehensión creciente por la dimensión del Covid, se empezó a hablar de que “en octubre habría otro brote”, e incluso se organizaron turnos vacacionales veraniegos de los sanitarios con tal perspectiva. El segundo brote ya está aquí porque el Covid no se ha ido. ¿Han fallado las autoridades? En realidad los que han tenido que tomar decisiones no lo han tenido fácil y unos y otros han ido haciendo lo que han podido. Unos mejor que otros, y no podemos dejar de subrayar la portentosa calma y seriedad en su gestión de personas como el doctor Simón y el ministro Illa (y por supuesto algunos más en otras instituciones), así como la visible mejora en la gestión médica del problema.

Capítulo aparte merecen bastantes opinadores, y esto ha sido un fenómeno global, que dedicaron desde el primer día mucha energía y no poca tinta a advertir que todas las medidas legales que tomaban las autoridades, en realidad eran una amenaza para nuestras libertades, sobre todo la individual. Se ha resucitado a Foucault de modo mágico, o el filósofo italiano Agamben diciendo, cuando las filas de ataúdes llenaban ya el norte de Italia, que todo esto era más o menos una “trampa mediática” para alienarnos a todos, como aquel filósofo francés que en 1991 escribió que la Guerra del Golfo (contra Irak) “no había tenido lugar, había sido un videojuego”.

Si lo que ha pasado y pasará no merece algo más de lealtad institucional, el último que apague la luz

A mí, la verdad, me parece que amenazan mucho más nuestras libertades, empezando por el derecho a la vida y a la salud, los miles y miles de personas (jóvenes y no tan jóvenes) que de botellón en botellón y de fiesta en fiesta , mantienen activos el Covid y propician su nueva curva ascendente. Entre tanto hemos visto cosas dignas de mención, como alguna manifestación de la extrema derecha en el barrio de Salamanca de Madrid cantando Bella Ciao. Al señor Torra y al señor. Puigdemont hablando de confrontaciones inteligentes con el Estado y de llevar el tema de la Independencia de Cataluña a… Europa (de momento a Prada de Conflent).

Y luego, el desconcierto legítimo por sectores de actividad social. ¿Qué pasará en pocos días con la vuelta a los colegios, a las universidades, qué pasará con muchos bares, restaurantes y pequeñas empresas, qué sucederá con todas las modalidades que tenemos (incluso los jubilados) de “reingreso en la atmósfera” de otoño? El desconcierto es el nuevo paradigma, a una escala sin precedentes. Si lo que ha pasado y pasará no merece algo más de lealtad institucional, el último que apague la luz.

Con todo, queda algún destello de ironía deslumbrante como esa pintada en una pared del Carmelo: “Para Juan Marsé, ¡un funeral como el de Durruti!”.

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