El credo del librero Lluís Morral
Laie recibe por sus 40 años el premio Rodeja, que hace una mención especial a su director literario
“Entrar a trabajar en una librería no es para leer; en ella no leerás nunca, el librero lee en casa”. Hay esta otra: “Una librería también está hecha de las filias y las fobias del librero: como no se puede tener todo, es un criterio; ahora bien: tus gustos también deben estar conformados por los gustos de tus clientes; la vida de una librería es la que le dan los clientes que tienes: así se construye”. Son dos credos de las particulares tablas del oficio que podría cincelar Lluís Morral (Sabadell, 1956), una institución del mundo del libro en Barcelona, 34 años ya en...
“Entrar a trabajar en una librería no es para leer; en ella no leerás nunca, el librero lee en casa”. Hay esta otra: “Una librería también está hecha de las filias y las fobias del librero: como no se puede tener todo, es un criterio; ahora bien: tus gustos también deben estar conformados por los gustos de tus clientes; la vida de una librería es la que le dan los clientes que tienes: así se construye”. Son dos credos de las particulares tablas del oficio que podría cincelar Lluís Morral (Sabadell, 1956), una institución del mundo del libro en Barcelona, 34 años ya en Laie, librería que ahora cumple cuatro décadas de vida, adonde llegó recién licenciado en Historia Medieval para cubrir por las tardes una baja por maternidad. Hace tiempo que es el director literario de una tienda que acaba de ser reconocida con el IX premio Pere Rodeja que otorga el Gremi de Llibreters de Catalunya… con una mención especial a Morral.
“Hacer devoluciones, carretear cajas y repasar listados no tiene nada de romántico”, asegura a pie de obra, claro, en la tienda nodriza de Pau Claris, 85, insistiendo en que “una librería la haces tú y tus clientes; los jóvenes que hoy montan una lo hacen a partir sólo de los libros que quieren leer o tener ellos y no puede ser sólo eso: debes tener una línea, claro, pero ver también qué le gusta a la gente”. ¿Capta esas propuestas? “Si apuestas, el público te hace caso, te sigue; eso sí: no puede ser que una semana destaques a Ken Follett porque es novedad y te interesa hacer caja y al día siguiente, a Coetzee”.
En casi cuatro décadas, Morral, que lee “por las noches y los fines de semana”, ha visto y oído mucha teoría sobre un oficio de una histórica mala salud de hierro. Por ejemplo, la de que sólo se salvarían las que fueran librerías especializadas. “Nunca he creído que tuvieran salida y menos ahora: quizá si eres muy pequeña y online, pero ni así, porque el especialista en algo se mueve por muchos canales… Y luego, hay que tener más fondo del que se piensa, como están comprobando en Ona Llibres”, dice sobre su nueva vecina de mil metros cuadrados, dedicada sólo al libro en catalán. Una proximidad que, está convencido, les beneficiará: “Hace clúster, acabas creando un circuito: nosotros enviamos clientes a las cercanas Documenta o a Jaimes si ellos tienen el libro que nosotros no tenemos”. ¿No pierden, así, venta y cliente? “Al contrario, ese cliente vuelve, agradecido por el servicio; si le solucionas el problema, lo ganas”.
Ahora el péndulo está en que una librería ha de ser algo más, un bullicio de actividades. “Una librería ha de ser primero una librería y después un centro cultural; un club de lectura ayuda, claro, pero muchos pasan por los cursos literarios y ni pisan la tienda; de presentaciones y actos se han hecho toda la vida y ya se sabe que apenas acabas vendiendo tres ejemplares porque todos esperan recibirlo gratis del autor o de la editorial”, dice, realista.
Crear un ‘boca-oreja’ para la tienda
Por haber vivido, Morral ha llegado a oír las excelencias hasta de una fórmula matemática con la ratio de rentabilidad de ventas por metro cuadrado: “Eso debe ir bien a grandes superficies o hipermercados, pero no para librerías: has de tener superventas y en varias secciones, pero un best-seller es dinero rápido, debes de dejar de tenerlo cuando ya empieza a dejar de venderse, siempre ha de ser de rotación rápida; tampoco con novedades sólo no vendes”. La coletilla no es gratuita porque es un defensor acérrimo del libro de fondo: “Claro que se vende, lo hemos visto durante el confinamiento; ahora hay peleas por él cuando nadie lo quería hace cuatro días”. Tampoco se le ocurre mejor presentación para una librería: “Hay clientes nuevos que van a una sección y buscan si tienes algo de Duby en Medieval o de Foucault en Filosofía… Con lo que tienes, o no, emites señales y los lectores las buscan; con ellas das un aire y una imagen y así fabricas el famoso boca-oreja promocional como librería de referencia”.
Barcelona, en ese sentido, está de suerte porque, entre otras de postín, cuenta, amén de con Laie, con La Central, modelos parejos (cadena con tiendas en centros culturales, gran fondo…) y que conviven entre ir de la mano o echarse un pulso histórico. “Hacemos cosas conjuntas, y hasta compartimos clientes, pero hay una rivalidad que viene de los orígenes”, admite el librero, recordando sin citar que tanto Marta Ramoneda como Antonio Ramírez, almas de La Central, trabajaron en Laie.
De la crisis de coronavirus, Morral extrae como triste moraleja “la incapacidad del sector de dar una respuesta unitaria, creando, por ejemplo, centrales de compras y ventas, y también la endeblez de las relaciones entre librerías”. Siempre directo y rápido, tampoco duda ante el futuro de su oficio. “Caerán algunas pequeñas librerías porque su modelo es insostenible hasta para dos personas; las otras perderemos a los passavolants, a las nuestras sólo entrará la gente muy lectora, que estará una hora removiendo, y las tiendas serán más pequeñas porque la mayoría lo hará todo por internet”. Y ahí, la sombra de Amazon. “Técnicamente, no hay nada que hacer contra ellos y menos si no sabemos imitar a las farmacias, donde pides un medicamento a las 9 de la mañana y a la una ya lo tienes; si no es así, nunca podremos competir con ellos, aunque de nuevo es importante qué ofreces tú incluso en línea”.
La presencia asidua en la tienda de personajes como Miquel Iceta o de la recientemente desaparecida Rosa Maria Sardà (“era una fan de la serie Alfabeto del crimen, de Sue Grafton”) hacen pensar en si el mito del librero de cabecera existe. “Pues sí, hay quienes quieren saber qué has leído tú y qué te ha gustado para comprarlo ellos, pero… Conocí a un librero que empleaba 20 minutos con cada cliente, lo que tampoco puede ser, y que estaba más para venderse él que para vender libros… Así, no; se ha de ser humilde y no demostrar, sino escuchar”. Otro credo para las tablas del librero.