LA CRÓNICA

Pugna por el legado convergente

Seis fuerzas políticas aspiran a hacerse con el patrimonio electoral de la vieja CiU

El expresidente Carles Puigdemont, durante un acto político celebrado en Perpiñán en 2019. EFE/David BorratDavid Borrat (EFE)

Junts per Catalunya, PDeCAT, Partit Nacionalista de Catalunya, Units per Avançar, Lliga Democràtica, Lliures, Convergents… Muchas son las formaciones llamadas y pocas serán las elegidas a hacerse con una parte de la herencia de esa masa de votantes que dio mayorías absolutas a la extinta Convergència i Unió (CiU). El nacionalismo de la formación liderada por Jordi Pujol, recuerda un viejo dirigente de la federación, era como un tren en el que cada uno se apeaba en la estación que más le apetecía: desde el catalanismo autonomista moderado y conservador hasta el independentismo y la ruptura con ...

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Junts per Catalunya, PDeCAT, Partit Nacionalista de Catalunya, Units per Avançar, Lliga Democràtica, Lliures, Convergents… Muchas son las formaciones llamadas y pocas serán las elegidas a hacerse con una parte de la herencia de esa masa de votantes que dio mayorías absolutas a la extinta Convergència i Unió (CiU). El nacionalismo de la formación liderada por Jordi Pujol, recuerda un viejo dirigente de la federación, era como un tren en el que cada uno se apeaba en la estación que más le apetecía: desde el catalanismo autonomista moderado y conservador hasta el independentismo y la ruptura con España. Siempre con respeto a la legalidad. El procés ha hecho saltar en pedazos la concordia entre viajeros. Ahora resulta imposible que compartan convoy quienes no dudan en saltarse una legalidad que consideran escasamente respetuosa con el derecho de autodeterminación y los gradualistas que, aun defendiendo el mismo objetivo, practican la observancia de las leyes.

El liderazgo de Carles Puigdemont ha roto viejos moldes y es hegemónico en el otrora centroderecha moderado y nacionalista. Su carisma ha hecho contra pronóstico que Junts per Catalunya derrotara en las pasadas elecciones catalanas a Esquerra Republicana y —a juicio de diversos analistas— le permitirá, aun no siendo la primera fuerza política, erigirse en guardián de las esencias independentistas que siempre estará presente en ese retrovisor al que los republicanos no quitan ojo.

La federación era como un tren del que cada uno se bajaba en la estación que le apetecía

El viejo espacio posconvergente espera a que el 25 de julio, —paradójicamente festividad del patrón de España— , sea Puigdemont quien anuncie la irrupción de una nueva formación política, heredera de Junts, para fagocitar la estructura PDeCAT, sucesor directo de Convergència (también de sus subvenciones y derechos electorales). El PDeCAT decidirá, a su vez, el 26 de julio si se disuelve, sin cuotas ni cargos en la dirección, en el proyecto del expresidente.

Con el apoyo de los presos exconvergentes, el expresidente de l’Assemblea Nacional Catalana, Jordi Sánchez, y el mismo Puigdemont y toda su guardia pretoriana, el nuevo partido tiene todos los números para revalidar su hegemonía en el sector moderado en lo social y radical en lo nacional del independentismo. El resto de formaciones aspiran únicamente a hacerse con un puñado de diputados, una tarea difícil pero que debilitaría el poder de los de Puigdemont y obligaría a nuevas operaciones de geometría variable.

El Partit Nacionalista de Catalunya —liderado por Marta Pascal, ex coordinadora del PDeCAT— y Units per Avançar, que capitanea Ramon Espadaler —proveniente de la democristiana Unió Demòcratica—, son las dos formaciones con más posibilidades de entenderse y concurrir conjuntamente a las elecciones autonómicas. El PNC, recién constituido, espera contar en su proyecto con profesionales y empresarios. Entre sus impulsores figuran históricos de CDC, como los exparlamentarios Carles Campuzano o Jordi Xuclà, que se mueven a gusto en aguas del centro y se fijan como objetivo buscar acuerdos transversales que ayuden a recoser la “agrietada unidad civil del pueblo catalán”. Aunque reconocen que el de Escocia es el camino a seguir y se fijan como objetivo prioritario trabajar por “un Gobierno que gobierne”. En eso coinciden con Units per Avançar, que en las pasadas autonómicas se presentó con los socialistas de Miquel Iceta. Units está en el Gobierno municipal de Barcelona —integrado por comunes y socialistas— de la mano de Albert Batlle —teniente de alcalde de Seguridad— y en el Parlament con Espadaler, que lidera la formación. Se definen como catalanistas no independentistas, pero están dispuestos a explorar un acuerdo con el PNC.

Ambas formaciones ven difícil extender un eventual acuerdo con la Lliga Democràtica, que se define como catalanista defensora del autogobierno, pero contraria a un referéndum. La Lliga —un nombre de resonancias históricas— se nutre de personas procedentes de Sociedad Civil Catalana, PP, Ciudadanos, y la vieja CiU, un magma de difícil maridaje con el soberanismo por que sea.

Otras dos formaciones, Lliures y Convergents, acaban de completar el puzle del centro catalán. Los primeros hacen profesión de fe liberal de la mano de Antoni Fernández Teixidó, que fue consejero en los Gobiernos de Pujol. Al igual que la Lliga, se consideran catalanistas antindependentistas, etiqueta que les resta posibilidades de acuerdo con el PNC y Units. Por último, y como todo imperio que se desmorona, aparece Convergents, liderado por Germà Gordó, exconsejero de Artur Mas y ahora imputado en la trama de financiación irregular de Convergència. Gordó es un viejo pretoriano caído en desgracia cuando CDC cambió su nombre por el de PDeCAT para borrar las huellas de corrupción. Y es que el 3% no es en absoluto ajeno a ese magma que oscila entre el catalanismo y el independentismo, herencia todo ello del pujolismo.

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