Los sonidos del silencio en el Primavera Sound alternativo

Las noches de concierto en el Fòrum arrancan con Ferran Palau en un escenario insólito por su aforo, sosiego y comodidad

Ambiente en el Parque del Fòrum durante el concierto de Ferran Palau.JUAN BARBOSA (EL PAÍS)

Acostumbrados al río lleno de sedimentos, verlo transparente, apreciar la vegetación de su fondo e incluso sus peces, era una imagen insólita. La parada de metro del Fòrum no vomitaba multitudes en pantalón corto y las calles, solo pobladas por sus habitantes en chancletas, cervecita en mano, ojo avizor de las criaturas, reclamando su atención mediante un grito con su nombre, acentuaban aún más el contraste entre el lujo de la nueva Diagonal Mar, con sus torres de pisos de lujo creciendo como champiñones en un criadero, y el barrio popular de ladrillo, colada y chicharrones de la emigración. S...

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Acostumbrados al río lleno de sedimentos, verlo transparente, apreciar la vegetación de su fondo e incluso sus peces, era una imagen insólita. La parada de metro del Fòrum no vomitaba multitudes en pantalón corto y las calles, solo pobladas por sus habitantes en chancletas, cervecita en mano, ojo avizor de las criaturas, reclamando su atención mediante un grito con su nombre, acentuaban aún más el contraste entre el lujo de la nueva Diagonal Mar, con sus torres de pisos de lujo creciendo como champiñones en un criadero, y el barrio popular de ladrillo, colada y chicharrones de la emigración. Sí, había un concierto en el Fòrum, pero nada era igual. Era la primera sesión de Les Nits del Fòrum del Primavera Sound, la forma en la que el festival que ha sobrevivido porque en diez días agotó las entradas de la cita del año que viene, Dios mediante, dirían las abuelas, se mantiene con pulso. Todo era nuevo en un viejo entorno.

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Antes de llegar al escenario, el anfiteatro encarado al mar, una zona de descanso ofrecía barras, césped artificial que la memoria siempre vinculará al primer Village del Sónar y colas, una muestra más del gregarismo humano. Ah, y unos dispensadores de gel industriales que te podían hacer sentir estúpido hasta que no descubrías que se accionaban con el pie. Asomados al anfiteatro la imagen era de un anticapitalismo feroz: donde caben más de 10.000 personas se acomodaban 800: parte en las gradas, en grupitos de como máximo cuatro personas que habían ido juntas al concierto, y otras pocas en la platea, en unas sillas emparejadas que en aquella enormidad de espacio parecían aceitunas olvidadas en la meseta manchega. En conjunto era como si un cuadro de infantería no cerrase filas tras los efectos de una cerrada descarga de fusilería. Frente a la mesa de sonido un amplio y despejado pasillo llegaba a los pies de Ferran Palau, ocupante del centro del escenario y estrella de la noche, de manera que detenerse allí reclamaba la mirada de los músicos. Dadas las distancias, brillaban las mascarillas por su ausencia, aunque no llevarla puesta deparaba un secreto placer: pasar de olerse a uno mismo a dejarse acunar por los aromas a mar y vegetación que tímidamente se diluían una vez acostumbrada la nariz a los mismos. Y los altos hierbajos que crecían en los intersticios de las placas de cemento recordaban que cuando nos vayamos la vida seguirá. La pandemia, tema de conversación recurrente antes del concierto, nos ha recordado que somos poco más que anecdóticos.

Y como remate, la elección de Ferran Palau como primer artista de la serie de conciertos de Les Nits del Fòrum fue todo un acierto. En aquel ambiente en el que ya antes del concierto hablar demasiado parecía de mal gusto, la quietud de la música del de Esparraguera fue el lazo que remató el regalo en un ambiente de extremo sosiego y calma. El silencio, literalmente, se oía, un silencio que como los hierbajos brotaba, en este caso entre las notas pausadas de sus canciones, delicadas construcciones en las que nada sobra y todo es sustancial. El sonido, excelente, no había de apagar ruido de conversaciones, sino que era sábana que acurrucaba a las parejas besándose bajo la luna, una imagen no por cursi irreal. Porque había luna, y se veía el mar, que a medida que la luz descendía iba oscureciéndose desde un tono gris azulado hasta convertirse en un espejo negro y opaco ya con la noche. Sólo faltó que Ferran llamase la atención del público sobre una tormenta que se desataba a sus espaldas para que la asistencia, una vez girada la cabeza para asistir a aquel gratuito espectáculo, se sintiese aún más afortunada de estar allí, un lugar vinculado a multitudes que la pandemia ha despejado para su solaz durante lo que resta de verano. Fue fácil acordarse de la canción de Simon & Garfunkel.

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