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Ibiza masificada, anatomía de una isla al borde del colapso

Un libro aborda la situación límite de un destino expropiado por el turismo de superlujo y donde el ciudadano autóctono está en peligro de desaparición

A principios de los años 70 la familia del periodista Joan Lluís Ferrer (Ibiza, 1967) se reunía para comer los domingos de agosto en la vieja casa payesa de Can Covas, situada en un pequeño monte cerca de la cala de Benirràs (Ibiza). Cuando alguno de los comensales aguzaba el oído y percibía el sonido lejano de un motor, los allí presentes especulaban sobre la identidad del conductor, quizás algún conocido o puede que un turista despistado. Casi 50 años después, otro domingo de agosto bien diferente, el periodista se encontró en la misma cala, esta vez abarrotada por cientos de personas y con ...

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A principios de los años 70 la familia del periodista Joan Lluís Ferrer (Ibiza, 1967) se reunía para comer los domingos de agosto en la vieja casa payesa de Can Covas, situada en un pequeño monte cerca de la cala de Benirràs (Ibiza). Cuando alguno de los comensales aguzaba el oído y percibía el sonido lejano de un motor, los allí presentes especulaban sobre la identidad del conductor, quizás algún conocido o puede que un turista despistado. Casi 50 años después, otro domingo de agosto bien diferente, el periodista se encontró en la misma cala, esta vez abarrotada por cientos de personas y con más de 2.000 coches aparcados de cualquier forma en sus inmediaciones, con personas llegadas de todos los rincones de Europa. “Es como si toda Ibiza se hubiera reunido allí de repente” reflexiona Ferrer. La cala está, desde hace años, atestada todos los atardeceres del verano con cientos de turistas que acuden a ver la puesta de sol y asistir a una fiesta en la que se reúnen decenas de personas a tocar el tambor.

El escritor y periodista de Diario de Ibiza, especializado en temas de turismo y medio ambiente, acaba de publicar el libro Ibiza Masificada en el que disecciona la situación actual de la isla, hoy por hoy uno de los destinos más saturados del mundo con una proporción de 27,6 turistas llegados el año pasado por cada residente. Y su diagnóstico es claro: “Lo que ha pasado es que la espiral de masificación ha alcanzado tal ritmo que estamos casi en las últimas fases del periodo de colapso. Llega un momento en el que, por mucho que quieras, no puedes hacer nada para evitarlo y creo que Ibiza está en esta fase”. Los datos que incluye en el libro lo avalan: en 2024 llegaron a la isla 4,5 millones de turistas a los que acoge una población residente de apenas 164.000 personas, 200.000 coches se mueven por una superficie de apenas 41 kilómetros de longitud y alrededor de 65.000 yates fondean sus aguas durante el verano. Y todo ello trae consecuencias dramáticas para sus habitantes, como el crecimiento desenfrenado del precio de la vivienda, la falta crónica de agua, la expropiación del espacio público para el disfrute del turista de lujo o el crecimiento cada vez más rápido de los núcleos de pobreza.

Ibiza es para Ferrer “la zona cero y el presagio” de lo que ocurrirá en los próximos años en otros lugares de España donde ya se ha comenzado a ver la orejas al lobo, como Barcelona o Málaga, con la salvedad, cree, de que todavía se pueden aplicar medidas para evitar el principal problema que azota la isla, que es la expulsión de la población residente de su hogar. “Ibiza, al ser un lugar reducido, es donde el proceso de colapso llega antes”, explica el periodista, que recuerda que según un estudio de la Universidad de las Islas Baleares de 2018, Ibiza es el segundo destino más masificado del mundo después de Andorra.

La gran pregunta es cómo se ha llegado a esta situación. Para Ferrer el primer punto de inflexión fue la creación del aeropuerto en el año 1958, al que siguió la inauguración de la primera gran discoteca a finales de los años setenta. El punto de no retorno ha sido la reciente era de los clubes de playa, que transformaron los kioscos y chiringuitos de toda la vida en pequeñas discotecas a pie de orilla. “Esta fase de los beach club afianza una conexión con el turismo de súper lujo, con los macro yates, con la lluvia de jets privados del aeropuerto, ahí empezó la era del súper lujo y del derroche sin precedentes”.

Ferrer retrata, siempre apoyado por los datos, una isla hoy entregada al turismo de los más ricos, con playas expropiadas a la población local en las que se cobran 200 euros por una hamaca a pesar de que la tarifa máxima es de 10 euros, y un puerto “prácticamente privatizado” en el que se ha trasladado fuera del centro a los buques de pasajeros para entregar los amarres a los súperyates. “El suelo rústico de Ibiza se ha transformado en un parque temático de villas de superlujo, que derrochan agua potable sin cesar”, cuestiona Ferrer, quien llama la atención sobre la situación de los acuíferos que están prácticamente secos y la dependencia “total y absoluta” de las desaladoras para abastecer a la población.

Expulsión

Buena parte del relato que el periodista hace a través de las más de 400 páginas del libro se centra en la conexión entre ese turismo de súper lujo y el crecimiento de los precios, que a su vez deriva en la expulsión del residente de toda la vida, abocado a abandonar su hogar o recurrir a una infravivienda para poder mantenerse en la isla en la que ha nacido. Con un precio que ha alcanzado los 8.411 euros por metro cuadrado para las viviendas en venta, según datos del portal inmobiliario Fotocasa, las infraviviendas no dejan de proliferar y los alquileres de subir. La consecuencia es clara: los casos de familias en riesgo de exclusión se han disparado. “La población autóctona de Ibiza se limita a un 20% o 30% del total, hay una fuerte llegada de población extranjera muy adinerada, con lo que la identidad ibicenca está desdibujadísima y en franco peligro de desaparición”.

En el análisis al detalle de cómo Ibiza ha llegado a situarse en este escenario, Ferrer achaca la culpa del desastre a la población local y a la clase política. En los años 80 y 90 los políticos “dijeron que sí a cualquier proyecto” y tomaron decisiones que “fastidiaron” la isla, porque huyeron de todo lo que pudiera poner freno al crecimiento. Una culpa que en el libro reparte con los propios ibicencos, que siguieron eligiendo a estos políticos elección tras elección “a pesar del desastre” que estaban articulando. “Los que lo pagan ahora son los descendientes de estos ibicencos de los años 80 y 90, aunque también es cierto que el ibicenco de hoy en día es bastante indulgente con lo que está pasando”.

Para el periodista, Ibiza ha llegado a un punto de no retorno, no hay vuelta atrás porque el daño “es muy profundo” pero tiene la esperanza de que la situación no empeore y se sigan viendo acciones que contribuyan a ello, como la limitación de llegada de vehículos a la isla. “Todo pasa por reducir la llegada de turistas, si eso no se produce, no se puede mejorar”, lamenta. A pesar de ello, asegura que aún hay algunos clavos a los que agarrarse, porque todavía quedan algunos oasis en los que probar la exquisita gastronomía ibicenca y reductos naturales que sobreviven sin haber sido urbanizados. “El reto es preservar estas excepciones” subraya.

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