Las humedades y la dejadez de la Consejería de Cultura de Castilla y León erosionan la joya románica de Soria junto al Duero
La consejería solicita al Ministerio las acciones sobre un conjunto sin apenas inversión autonómica en 20 años
Si sus huesos sufren los días de temperaturas bajo cero de madrugada y cálidas a mediodía, imagínese durante 800 años y sin reumatólogo. Añádale la dura climatología de Soria. Únale la humedad del río Duero. Así lleva desde el siglo XII el conjunto románico de los Arcos de San Juan de Duero, icono artístico y religioso soriano. A sus 44 arcos, gruesos pilares, pulcros capiteles, recias...
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Si sus huesos sufren los días de temperaturas bajo cero de madrugada y cálidas a mediodía, imagínese durante 800 años y sin reumatólogo. Añádale la dura climatología de Soria. Únale la humedad del río Duero. Así lleva desde el siglo XII el conjunto románico de los Arcos de San Juan de Duero, icono artístico y religioso soriano. A sus 44 arcos, gruesos pilares, pulcros capiteles, recias basas y mimados adornos no les han salido sabañones, pero sí acusan siglos de desgaste. La piedra presenta erosiones, pérdidas de material y otros daños importantes. El conjunto pertenece al Estado, pero su gestión a la Junta de Castilla y León, quien apenas ha invertido sobre ella en los últimos 20 años. El ministerio de Cultura, tras reunirse con la Junta, ha asumido los estudios previos a las intervenciones, aun sin fecha ni presupuesto.
El consejero de Cultura, Gonzalo Santonja (Vox), tildó hace semanas de “muy preocupante” la situación de los Arcos -”No pueden estar como están”- y pidió abordarlo con el ministro, Ernest Urtasun (Sumar). Ante su carácter estatal, sostuvo, el Gobierno debería actuar, pese a la gestión autonómica y la escasa inversión destinada: “Si le alquilo una casa y se rompe la manilla de un grifo, lo tengo que restablecer yo, pero si revientan las tuberías es usted quien lo tiene que afrontar: no confundamos las cosas”. En cambio, un convenio de 1992 establece que la titularidad corresponde al Estado pero la Junta, que presume del conjunto en sus vídeos e imágenes promocionales, deberá administrarlo y, por ende, cuidarlo. La última asignación autonómica específica fueron 74.460 euros en 2003 para la “Redacción de proyecto y ejecución de trabajos de restauración de la zona superior de los Arcos de San Juan de Duero”. De ellos, la mitad, 37.230, correspondió a la “restauración zona superior arcos”, según documentación de la consejería de Cultura. Después han llegado fondos con finalidad museística, como sustituir los DVD con proyector, reponer las puertas de madera o para reparaciones de la iglesia aledaña, pero no de conservación del claustro. Mientras, últimamente sí ha habido dinero, dos millones de euros, para bienes de propiedad eclesiástica como la ermita de San Saturio o la concatedral de San Pedro.
Portavoces de Cultura de la Junta (Vox) recalcan la titularidad estatal y citan una reunión hace un año con el Ministerio “para plantear la situación de estos bienes, se convino en definir las necesidades”. En octubre volvieron a sentarse para formar “un espacio de corresponsabilidad y colaboración y se acordó centrar la atención en primer lugar en San Juan de Duero y Numancia”. La Consejería aguarda noticias del Gobierno para “iniciar esta línea de trabajo conjunto”. Portavoces ministeriales responden que “Cultura ya se comprometió a hacerse cargo de los estudios previos en el claustro de San Juan, necesarios antes de cualquier intervención, en una reunión mantenida el 10 de octubre entre los directores generales y técnicos de ambas administraciones y también se expuso la necesidad de colaboración”. “Serán estos estudios quienes determinen qué actuaciones son necesarias así como plazos y presupuestos”, agregan.
Esta valiosa joya románica se encuentra cerca del núcleo urbano, cruzando el puente medieval. La puerta al antiguo monasterio da al oeste, a unos metros del caudaloso Duero, cuyas aguas y la humedad que exhalan, así como sus canales subterráneos, tienen efecto sobre las piezas contiguas. Unas 80.000 personas acuden cada año por un euro entre semana y gratis sábados, domingos y festivos, salvo algunas excepciones. No hay aforo limitado para contemplar la amalgama estilística del claustro exterior: la estructura se construyó bajo el estricto románico del siglo XII, pero la observación revela influencia árabe, no obstante Almanzor perdió el tambor en Soria 200 años antes y el territorio vivió múltiples razias durante la Reconquista. Los arcos de inspiración musulmana, posteriores a la primera edificación, corroboran el vínculo. Nada queda del techo de madera, perdido tiempo ha. Los añadidos góticos y renacentistas en las puertas plasman el movimiento cultural y religioso en un monasterio habitado hasta el siglo XVIII. Tras décadas abandonados, en 1875 padeció la desamortización de Mendizábal y en 1882 fue nombrado Monumento Nacional.
Las porfías políticas prosiguen para sufrimiento de la piedra soriana que compone los arcos, más arenosa, sin la rigidez granítica de otras zonas de Castilla y León, y sensible a lluvias, nieves y heladas o al contraste de amanecer bajo cero y rozar 20 grados a mediodía. Cosas del clima continental de montaña. Las habladurías atribuyeron la obra a los templarios, orden presente en la Soria legendaria, pero el conjunto se asocia con los Hospitalarios, quienes atendían a los peregrinos rumbo a sus tres lugares sagrados: Compostela, Roma y Jerusalén. La vinculación con Santiago se aprecia en conchas talladas sobre las columnas, algunas adornadas con centenarios relojes de sol.
Su impacto literario lo abanderó Gustavo Adolfo Bécquer, poeta afincado e inspirado en Soria: en las colinas tras el monasterio ambientó El monte de las ánimas. El protagonista de esa Leyenda, Alonso, hablaba así en 1861: “Ese monte que hoy llaman de las Ánimas pertenecía a los Templarios, cuyo convento ves allí, a la margen del río”. “Tengo miedo. ¿Oyes? Las campanas doblan, la oración ha sonado en San Juan del Duero, las ánimas del monte comenzarán a levantar sus amarillentos cráneos de entre las malezas que cubren sus fosas”, confesaba Alonso a su amada Beatriz, fosas que imaginaría como las tumbas aún perceptibles en el viejo monasterio, mudas testigos de la erosión de los arcos que les dan sombra.