Las voces de Los Asperones, el barrio más pobre de Málaga: “Yo nací preso”
Cuarenta vecinos del rincón más necesitado de la ciudad andaluza relatan su situación a través de metáforas que han sido recogidas en un estudio impulsado por la universidad
Luis llegó a la barriada de Los Asperones, al norte de Málaga, con apenas siete años. En los 80, las administraciones construyeron esta barriada de manera temporal como solución ...
Luis llegó a la barriada de Los Asperones, al norte de Málaga, con apenas siete años. En los 80, las administraciones construyeron esta barriada de manera temporal como solución a familias que, como la suya, vivían en chabolas en distintos puntos de la ciudad. Era un plan temporal que se ha convertido en crónico: nadie ha dado aún una solución a una zona en la que ya viven un millar de personas, la mayoría en situación de extrema pobreza. “Nos han metido aquí sin que lo hayamos elegido. Somos fruto de lo que alguien decidió por nosotros”, explica el vecino, hoy con 42 años y 12 hermanos. En una conversación entre chabolas y calles de tierra, explica que fuera de su barrio los bebés nacen con un pan debajo del brazo y, dentro, “con un trozo de cárcel”. Las metáforas que relata son ya parte del informe Voces que no(s) cuentan, dirigido por la Universidad de Málaga y premiado por la Fundación Foessa, impulsada por Cáritas. El estudio se nutre de las entrevistas de un grupo de investigadores a 40 residentes de este rincón olvidado, quienes han dado así conocer su realidad. Ese día a día en el que, aseguran, se ahogan.
En Los Asperones no hay asfalto. Tampoco señales, tiendas con escaparates, bares o papeleras. La suciedad se acumula en el arroyo cercano, cuyo mal olor se mezcla con el procedente del vertedero limítrofe y el desguace cercano. A veces cae una fina lluvia de las cenizas del cementerio municipal de Málaga, a poca distancia. En este lugar las personas residen “en circunstancias calamitosas, sin un alojamiento adecuado y sin acceso a los servicios públicos”, como denunció en 2020 el entonces relator de la ONU, Philip Alston, tras su paso por España. Es la cara oscura de la ciudad de moda. Tres años antes, en 2017, otro estudio había puesto datos a esa situación: el 97% de las personas viven en extrema pobreza, el desempleo roza el 93% de su población activa y solo hay dos jóvenes con título universitario. Allí, apenas el 6,3% tiene problemas con la justicia, a pesar del estigma de criminalización que recae sobre su población. “Somos un pedacito del tercer mundo”, afirma Pachi Velasco, director del colegio público María de la O, incrustado en el corazón del barrio y al que acuden a diario 105 menores.
El docente, que conoce personalmente a cada vecino de Los Asperones, sostiene que aquellos datos han sido ahora traducidos a sentimientos, emociones o dolor a través de las metáforas. “Queríamos que fuesen escuchados porque sus voces nunca cuentan”, añade Cristóbal Ruiz, profesor de Pedagogía Social de la UMA, que dirige el grupo de investigación que ha realizado en el estudio. “Las vivencias y las emociones de la gente deben darnos un puñetazo en la tripa y movilizarnos como ciudadanos. Las administraciones tienen que hacer cosas, pero debemos ser nosotros los que lo reclamemos”, insiste Raúl Flores, secretario técnico de la Fundación Foessa. Las administraciones, que llevan 35 años sin dar solución, tampoco la dan ahora. “No es que estemos en ello, pero sí hay voluntad de acometer esta realidad. Espero que más pronto que tarde”, asegura María Dolores Aurioles, directora general de Derechos Sociales, Igualdad, Accesibilidad y Políticas Inclusivas en el Ayuntamiento de Málaga, que también incluye a la Junta de Andalucía en la inacción. “La realidad es que es una vergüenza mantener en una ciudad como la de hoy un barrio de estas características”, añade.
“Me siento en un boquete”
Voces que no(s) cuentan se presentó públicamente este miércoles, pero durante la tarde del martes los propios protagonistas tuvieron un adelanto en las instalaciones del centro educativo de su barrio. Comprobaron entonces cómo aquellas palabras que dijeron a los investigadores han quedado plasmadas en un estudio de 152 páginas del que todos son coautores. Luis alucinaba con que aquella idea que dibujó junto a Velasco en el polvo del capó de un coche sea una de las ilustraciones que acompaña el trabajo. Otro vecino, conocido como El Rata, recordaba su aportación. Contó que si algunos residentes se habían referido a su vida en Los Asperones como una rotonda sin salida o un hámster que corre en una noria de forma infinita, él lo tenía aún peor. “Yo no tengo ni furgoneta para salir de aquí: me siento en un boquete”, explicaba. Algunos más hablaron de arenas movedizas o que nadan a contracorriente. “Es la sensación que tienen de hacer esfuerzos por salir de aquí y no conseguirlo”, explica Ruiz. Son pensamientos que ya expresó el siglo pasado el filósofo Michael Foucault. “Las palabras de los vecinos sostienen las de teóricos como él y, a través de las metáforas, son incluso más fáciles de entender”, añade Lorena Molina, profesora universitaria con 14 años de experiencia laboral en Los Asperones.
Entre los testimonios recogidos en el informe hay uno muy llamativo. Es el de un niño de 11 años que dice que todavía no sabe a qué quiere dedicarse, pero sí a lo que no: ser chatarrero. Se contrapone con la voz de un adulto que recuerda que a esa edad ya sabía lo que esperaba en su vida de adulto. “Esas palabras explican mejor la cronificación de la pobreza que cualquier término técnico o científico. Hablan de cómo esa pobreza se hereda, marca la identidad personal, limita las expectativas, mutila la esperanza”, insiste Ruiz. Entre los términos más repetidos por los vecinos están condena o cárcel. Es lo que para muchos residentes significa nacer aquí. “Yo nací preso”, insiste otro vecino. La sensación de asfixia también se repite, como la de sentirse un estorbo o los problemas de salud mental. “¿Para qué enseñar un pájaro a volar si está en una jaula?”, se pregunta uno más. Los propios profesionales tienen su metáfora. “Somos como la orquesta del Titanic. Este barco —este barrio— se hunde, pero nosotros seguimos impulsando muchos proyectos desde el colegio”, añade Pachi Velasco desde el patio de un centro educativo que los habitantes definen como el alma del barrio —un lugar respirar del día a día— o la abuela del vecindario: lo consideran un lugar de acogida que todos sienten como suyo.
Residentes y profesionales tienen otro punto en común: la sensación de abandono. “Ojalá este informe sirviera para que la administración fuese más empática y alguna de las demandas sean escuchadas”, explica Pachi Velasco, que insiste en la necesidad de un plan integral de vivienda, educación, formación y trabajo para el barrio. “Lo importante es que esta situación tenga un final y que ese final sea digno”, añade Agustín Rodríguez, párroco de la Cañada Real, en Madrid, que participó este miércoles en la presentación del estudio. De momento, ante la inoperancia de las administraciones, la única salida para el barrio parece ligada al lugar donde se levanta, antes lejos de todo y ahora cercano a la ampliación de la Universidad y la Málaga tecnológica. “El interés al final no es el bien de las personas, ni los derechos humanos, ni la dignidad de los niños: es el valor económico del suelo”, concluye Velasco.