Un año después de los incendios de la Sierra de la Culebra, Elsa sigue soñando que su casa se quema

Una familia de la comarca zamorana que resultó arrasada por el fuego en el verano de 2022 repasa el impacto económico y emocional del desastre

Elsa Arias; su abuelo, Felicísimo Martín, y su madre, Belén Martín, el día 1 en su casa de Villanueva de Valrojo (Zamora). Foto: EMILIO FRAILE

Elsa Arias tiene 13 años y le dan miedo las tormentas y las brujas. Todo por culpa de un incendio. Un incendio que el año pasado arrasó unas 30.000 hectáreas en la sierra de la Culebra (Zamora), afectó a 25 poblaciones y obligó a evacuar a más de 2.000 vecinos. El fuego ha tiznado kilómetros y kilómetros de este antaño paraíso natural y ha traído el temor a los nubarrones. Ellos escupieron los rayos, sin agua, que se aliaron con la escasez de bomberos para ca...

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Elsa Arias tiene 13 años y le dan miedo las tormentas y las brujas. Todo por culpa de un incendio. Un incendio que el año pasado arrasó unas 30.000 hectáreas en la sierra de la Culebra (Zamora), afectó a 25 poblaciones y obligó a evacuar a más de 2.000 vecinos. El fuego ha tiznado kilómetros y kilómetros de este antaño paraíso natural y ha traído el temor a los nubarrones. Ellos escupieron los rayos, sin agua, que se aliaron con la escasez de bomberos para causar la devastación y las brujas. Así llaman en la zona a los torbellinos de ceniza y humo que asustaban a chavales como Elsa, que ahora rehúyen el monte que antes recorrían andando o en bici. Elsa evita mirar el paisaje cuando viaja en coche; solo ha subido una vez a su querida sierra en 365 días. Ella dice que fue “a traición”. La llevaron su madre y su tío. Tuvo suficiente.

Los pocos pinares y terrenos aún verdes se han convertido en oasis contra la pena que sienten los habitantes de la sierra. Cada generación tiene sus nostalgias. En Villanueva de Valrojo (125 habitantes), el abuelo de Elsa, Felicísimo Martín, de 80 años, añora cuando manejaba un rebaño de más de 500 ovejas, ejército rumiante de la limpieza del monte y de esas ramas bajas o matorral que se convierten en “combustible” con la primera chispa. “Mirar a la sierra y verla quemada desmoraliza. Antiguamente había unas 50 personas trabajando en ella y cuidándola, ¿cómo es posible?”, lamenta el hombre tras la práctica desaparición del pastoreo y el abismo demográfico: antes el pueblo llegaba a los 600 vecinos. Tras el fuego, la Junta prometió 35 millones de euros para mostrar su “compromiso con las necesidades de la gente ante una tragedia socioeconómica”, es decir, más de la mitad de los 65 millones que se gastaron en prevenir incendios ese año (65; que pactaron aumentar hasta 88 en 2023). La asociación profesional sindical de agentes medioambientales estima que para apagar las 30.000 hectáreas del incendio de la Sierra de la Culebra se gastaron unos 180 millones.

Montones de madera en una de las zonas que se vio afectada por los incendios de 2022.Emilio Fraile

El incendio arrebató además el ocio y el negocio a esta y muchas familias, pues estas comarcas del oeste de Zamora disfrutaban de pasear por el campo y mucha gente, cesta en mano, recogía setas o castañas para llenar el buche y el bolsillo con los frutos de la sierra. Esta actividad inyectaba fondos a Ayuntamientos o pedanías como la de Villanueva de Valrojo, víctimas de la despoblación y las estrecheces que esta acarrea. Belén Martín, de 52 años, que además de madre de Elsa es alcaldesa pedánea, recuerda los 15 euros que cada licencia de recogida de setas otorgaba a las arcas locales: “Es mejor ni pensarlo, las vamos a pasar canutas”. De momento todo juega en su contra, hasta los malos presagios: un rayo de las tormentas de los últimos días ha caído sobre el campanario de la iglesia y ha derribado la cruz que lo coronaba.

La lluvia que riega el pueblo estas semanas y que tan bien recibida hubiera sido hace un año forma charcos donde aún flota ceniza por si a alguien se le fuera a olvidar lo ocurrido. La madre de Elsa sí saca estómago para subir a la sierra todos los días y otear un horizonte negro. “Al principio me costó un huevo subir, la zona ya no es atractiva”, suspira la mujer ante la caída de cazadores, aficionados a la naturaleza o el turismo del lobo que oxigenaba las cuentas de las casas rurales o bares de la zona. Ella y su hermano Javi, tío de la niña, la embaucaron para subirla al coche y llevarla al monte “a traición”, como insiste la víctima. El abuelo reniega —”nos han hundido en la miseria”— mientras la nieta dibuja sobre unas bolsas de tela que el pasado sábado vendieron en un festival solidario que tuvo lugar en Villanueva de Valrojo, organizado por la plataforma La Culebra no se calla para recaudar fondos para la gestión y cuidado de la sierra. Se juntaron cientos de personas, hubo puestos de productos artesanos, bomberos dando charlas sobre el fuego o músicos locales bajo el lema “La sierra renace”.

Las tormentas traen malos recuerdos a la menor. Tiene un motivo: “Yo vi caer los rayos”. Las excursiones que ahora hace con sus amigas evitan el territorio quemado y se refugian en la fuente El Mayo, un remanso entre tanta negrura. En los viajes a Zamora, a 70 kilómetros de casa, antes disfrutaba de las vistas. Ahora recorre con la cabeza gacha la carretera N-631, llena de baches, muchos provocados por los camiones que descargan troncos quemados. “Miro el móvil, prefiero no mirar por la ventana”, dice Elsa. Esta alumna de primero de la ESO en Camarzana de Tera no quiere ver tras los arcenes los pinares moribundos que recuerda verdes y con vida. Donde antes había un merendero rodeado de árboles, ahora solo quedan cuatro bloques de hormigón que hacían de mesas y sillas. Ya no hay ramas que den sombra.

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A Elsa solo le faltaban cinco días para las vacaciones cuando una tarde de viernes de junio del año pasado tuvo que huir atropelladamente de casa. “Salimos en coche con todo verde. Cuando volvimos tres días después todo era negro”, ilustra la adolescente. Negro, añade, como el futuro que prevé en este foco de despoblación. A ella no le gusta la ciudad “porque hay mucho ruido y huele mal”, argumentos de peso para quedarse en su pueblo, “pero no sé si va a poder ser, aquí no hay trabajo”, asume con pesimismo. Al menos intentará que el monte algún día vuelva a ser lo que fue: está aprendiendo a inocular folículos de setas en los tocones y restos de árboles carbonizados. También, como hicieron su abuelo Felicísimo y sus coetáneos hace muchos años, plantará castaños. Elsa tiene en el patio 50 proyectos de castaño —26 ya echando pequeñas ramitas—, con los que arraigar el futuro de la sierra de la Culebra. Quizá esta ilusión le ayude a eliminar esa pesadilla recurrente de que se quema su casa.

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