Yolanda Díaz, un carácter de acero bajo la eterna sonrisa
Quienes la vieron crecer definen a la vicepresidenta como una trabajadora incansable, dura, pragmática y con principios
Manolo Veiga se casó el 20 de marzo de 1971. No tuvo luna de miel, ni luz eléctrica ni agua corriente en su noche de bodas. Él y su esposa fueron los primeros inquilinos de las 384 viviendas baratas en régimen de cooperativa que se levantaron en el barrio de San Valentín para los trabajadores de Astano, un astillero de la ría de Ferrol que por aquella época construía petroleros de hasta 300.000 toneladas y daba trabajo a más de 5.000 personas. “Las viviendas se fueron ocupando rápidamente”, recuerda Veiga, “también los bajos comerciales. Aquí teníamos de todo, supermercados, sucursales bancari...
Manolo Veiga se casó el 20 de marzo de 1971. No tuvo luna de miel, ni luz eléctrica ni agua corriente en su noche de bodas. Él y su esposa fueron los primeros inquilinos de las 384 viviendas baratas en régimen de cooperativa que se levantaron en el barrio de San Valentín para los trabajadores de Astano, un astillero de la ría de Ferrol que por aquella época construía petroleros de hasta 300.000 toneladas y daba trabajo a más de 5.000 personas. “Las viviendas se fueron ocupando rápidamente”, recuerda Veiga, “también los bajos comerciales. Aquí teníamos de todo, supermercados, sucursales bancarias, farmacias, un estanco… Apenas unas semanas después de que el barrio se empezara a llenar nació la primera niña, Yolanda Díaz”.
Fue el 6 de mayo de 1971. Manolo Veiga y el padre de la recién nacida, Suso Díaz, no solo eran vecinos. También compartían militancia clandestina en el Partido Comunista de España (PCE) y en Comisiones Obreras (CC OO); gente dura, forjada con el acero de los barcos, capaces —cuando llegaron los momentos difíciles de la reconversión del Gobierno de Felipe González— de quedarse meses enteros sin cobrar con tal de alcanzar un convenio justo. “Las pasamos canutas, incluso un hijo mío que iba a estudiar”, confía Veiga mientras se emociona y golpea la mesa con los nudillos, “me dijo que se pondría a trabajar para ayudar en casa, y le respondí: tú estudias, aunque yo tenga que robar”. Veiga recuerda con afecto a la mujer de Suso, Carmela Pérez.
—Yolanda ha heredado de su padre la dureza y de su madre lo meloso.
La frase es de Suso Basterrechea, un artista de Ferrol que parece el dueño del café El Marqués, porque todo el que entra o sale lo saluda. Basterrechea, que en la actualidad es concejal de Ferrol en Común, fue testigo de los primeros pasos de Yolanda Díaz en la política, cuando, en 2007, el PSOE y Esquerda Unida firmaron un pacto para gobernar la ciudad. El socialista Vicente Irisarri se hizo con la alcaldía y la comunista Yolanda Díaz fue la primera teniente de alcalde. Él, ingeniero naval, tenía entonces 56 años. Ella, abogada laboralista, 36. En la legislatura anterior había gobernado el PP y ahora tenían la oportunidad de consolidar juntos una alternativa duradera de izquierdas en una ciudad en la que, según la convención popular, o eres militar o trabajador de astilleros. Los buenos propósitos duraron exactamente 17 meses. El alcalde Irisarri se sintió enseguida traicionado por la concejala Díaz —que se ausentó del recibimiento oficial a la reina Sofía, que quería cobrarle el IBI a Defensa por las propiedades de Navantia, que si esto o que si aquello—, rompió el pacto y siguió gobernando solo.
“Se podría decir”, explica Suso Basterrechea, “que lo que está sucediendo ahora en la política nacional ya lo vivió Yolanda a pequeña escala aquí en Ferrol con Vicente Irisarri y luego a nivel autonómico con Xosé Manuel Beiras. Hubo gente que creyó que la podía manejar. Creo que el problema fue más de ellos, que confundieron lealtad con sumisión, amabilidad con debilidad, y ella es todo menos una mujer débil. Supo ser la segunda hasta que de forma natural eso cambió porque trabajó más que nadie —y eso te lo dirá cualquiera que la conozca, amigo o enemigo— y reclamó su lugar. Lo que estáis viendo ahora en la política nacional no es artificial, no es una pose. Yolanda no necesita demostrar que es muy de izquierdas. Ya nació con eso. Pertenece a una tradición de izquierdas, de una época en la que la gente de su estirpe lo pasaba muy mal y desde los partidos, desde los sindicatos, tenías que mimarla, que cuidarla. ¿Has hablado con Sari Alabau? Habla con ella. Te lo va a contar mejor que nadie”.
Es el consejo de Suso. Pero también el de la periodista Lorena Bustabad en la barra del bodegón Bacoriño y el de Ángel Mato, el actual alcalde socialista de Ferrol, en el salón de plenos, mientras explica de forma gráfica y con un punto de emoción que esta ciudad —que durante un tiempo tuvo el apellido “del Caudillo” en honor al dictador que nació aquí— también sigue manteniendo con orgullo un vínculo muy vivo de compromiso con quienes se mantuvieron leales a la democracia. “Mira”, dice señalando los retratos de los antiguos regidores, “Jaime Quintanilla Martínez, médico de profesión, fue el último alcalde de la República. Fue detenido y fusilado. Su hijo —que nació después de que su padre fuera asesinado—, se llamó Jaime Quintanilla Ulla, también fue médico y se convirtió en el primer alcalde de la democracia. Yo también tengo experiencias de ese tipo en mi familia. Esa es la realidad de esta ciudad, tal vez la razón de por qué te metiste en política, la convicción de que hay que entregar algo de vuelta”. El alcalde coge una llave, baja las escaleras y abre una puerta pequeña, discreta, situada justo detrás de la entrada principal del edificio consistorial:
—Por ahí llegarás antes a tu cita con Sari Alabau. Es allí donde se ve aquel árbol grande, al final de la calle.
Alabau nació en Valencia, estudió en un colegió de monjas, en 1966 se matriculó en la facultad de Ciencias, en el 67 se afilió al PCE y en el 69 ya fue detenida durante las protestas por el asesinato de Enrique Ruano, un estudiante de Derecho que había sido detenido en Madrid por la Brigada Político-Social. Poco después, ya en Ferrol, contactó con las células del partido, pero la clandestinidad le duró poco. “Se puede decir”, explica con una sonrisa que no la abandona en toda la conversación, “que a los comunistas de aquí nos presentó en sociedad la policía, porque algunos nos conocíamos y otros no, pero cuando nos detuvieron a todos en 1972 —tras la represión brutal de las protestas por el despido de trabajadores de Bazán— ya no hacía falta disimular. A Yolanda la conozco desde que tenía cinco o seis años. Es muy capaz y muy trabajadora. Y también tiene mucho carácter, no te recomiendo que te enfrentes con ella. Recuerdo una vez, cuando estaba de delegada municipal de Cultura, que entró un contratista y le dijo algo así como: ‘Concédame a mí las obras y yo me encargaré de que no se arrepienta…'. Se oían los gritos de Yolanda desde fuera. Es una gente muy íntegra, como su padre, que podía llegar a tener un carácter fuerte, pero con principios y voluntad de acuerdo…”.
La vieja luchadora antifranquista llama la atención sobre ese cóctel —los principios y la voluntad de acuerdo— que a veces a la izquierda le cuesta tanto combinar. Dice Sari Alabau que a ella le molestan quienes hablan con desprecio del régimen del 78. “Mira, yo estuve en el comité central del PCE en Roma en 1976, y un año después, ya en Madrid, en el que votamos la aceptación de la bandera nacional. Lo hicimos con lágrimas en los ojos, pero había que hacerlo. Venimos de una cultura de la aproximación, de la complicidad, del pacto, y no del ordeno y mando. Lo que ha pasado con la ley del solo sí es sí a Yolanda no le hubiera sucedido, primero porque es muy trabajadora y luego porque, en vez del choque, busca el acuerdo”.
El ascenso en la política de Yolanda Díaz está jalonado por tres grandes desencuentros, los tres con hombres que le ofrecieron compartir un proyecto y que luego, por unas razones u otras, terminaron arrepintiéndose. El primer conflicto fue el ya citado con Vicente Irisarri, el alcalde socialista de Ferrol. El segundo, con Xosé Manuel Beiras, el carismático líder del Bloque Nacionalista Gallego, quien compartió con Díaz un proyecto electoral de izquierdas y luego se sintió traicionado. La política gallega tiene más matices que tonos de verde sus bosques, pero en aquel desencuentro —según un líder político de izquierdas que lo presenció en primera fila— influyó de forma decisiva el carácter del líder gallego.
—Beiras tiene un perfil político y humano que a veces es difícil de gestionar. En aquel momento, además, no quiso o no pudo ocupar el espacio político, de tal forma que Yolanda se erigió como la verdadera oposición a Alberto Núñez Feijóo en el Parlamento de Galicia. Aquello provocó sus diferencias, y a eso hay que añadir que Beiras es como Saturno: ha devorado a cuanto hijo ha tenido en política, pero se le atragantó Yolanda, que es mala de comer y de matar.
El tercer desencuentro fue con Pablo Iglesias, el fundador de Podemos, quien en 2021 la nombró a dedo su sucesora y en 2022 ya hizo públicas sus dudas, iniciando un distanciamiento que todavía dura y que por las circunstancias personales —llegaron a ser muy amigos, hasta el punto de que la hija de Díaz lo llamaba “tío Pablo”— es el más difícil de desenredar. Los dos primeros enfrentamientos ya se conjugan en pasado, pero del resultado del tercero depende en buena parte el futuro inmediato de la izquierda española. Ni Vicente Irisarri ni Xosé Manuel Beiras han querido dar su opinión sobre ella para el reportaje. La hemeroteca guarda el rastro de sus enfados respectivos con ella, pero ahora prefieren elegantemente dejar quieto el pasado y solo añadir, por persona interpuesta, que “Yolanda en el Gobierno lo está haciendo bien”. También Pablo Iglesias ha preferido guardar silencio.
Si hay un testigo privilegiado de los últimos años de Yolanda Díaz en Galicia, de su amistad primera con Pablo Iglesias, de su desembarco en la política nacional y también de las fuertes turbulencias que están rodeando el aterrizaje de Sumar —sobre todo en lo que respecta a su encaje con Podemos— es Antón Gómez-Reino. El diputado gallego confirma algo de la personalidad de Yolanda Díaz que no recogen las cámaras, pero que sí —de una forma o de otra, con más o menos cariño según quién hable— destacan todos los que conocen bien a la líder de Sumar: su carácter de acero bajo la eterna sonrisa.
—Son cosas que no son antagónicas en su forma de ser. Ella es muy cariñosa, muy leal con sus amigos y con la gente que tiene alrededor, pero también es muy exigente consigo misma y con los demás. Y en lo que tiene que ver con la negociación… hace llorar al más duro de los negociadores. Esto lo he visto yo con mis propios ojos. Es muy firme, aunque también es cierto que sabe medir muy bien —por la propia cultura política que tiene y por su olfato— cuál es el punto en el que hay que parar y hacer una síntesis en una negociación.
Gómez-Reino recuerda que, en 2016, nada más llegar al grupo parlamentario se hizo evidente que destacaba entre los demás: “Tiene un talento natural para el liderazgo, pero sobre todo porque es extremadamente trabajadora y estudiosa. Vive la política con mucha pasión y con mucho rigor. Creo que en varias generaciones surgen pocas personas así. Tiene un enorme olfato para saber dónde está la sociedad, dónde las necesidades de la gente común”. Unai Sordo, el secretario general de Comisiones Obreras (CC OO), ya había coincido con ella alguna vez en Bilbao, pero en los últimos años ha tenido motivos de sobra para tratarla y observarla de cerca: “Es una mujer bastante pragmática, pero sin perder nunca la orientación de lo que quiere hacer. Es muy hábil para conciliar las dos cosas. No es pragmática hasta el punto de devaluar lo que hace, sino que es ambiciosa y yo creo que ha leído muy bien el momento político, y el papel de los sindicatos le ha venido muy bien en el mejor de los sentidos. Ha podido hacer bandera política de planteamientos que son históricamente sindicales, que han dado grandes resultados y que ha sabido utilizar políticamente, como la reforma laboral o el SMI. Ha entendido el momento que se vivía y lo ha sabido aprovechar. Ha salido fortalecida. Y su gran aportación ha sido dotar de una escenografía, de una empatía a la política que se agradece. Y sí, es verdad que trabaja y que se conoce los asuntos que trata. No toca de oído”.
Al otro lado de la ría, en Mugardos (A Coruña), Pilar Díaz cocina un arroz con berberechos con la misma paciencia que dedica a la política. Ha sido alcaldesa de su pueblo por Esquerda Unida y quiere volver a serlo, pero hasta entonces se encarga de la cocina de su restaurante, O Escabeche. No tiene vínculos familiares con la vicepresidenta, pero sí políticos y de amistad, incluso llegó a pasar alguna temporada en el piso que Yolanda compartía en Santiago con su madre. De su boca no sale una mala palabra sobre su vieja amiga, pero observa con cierta perplejidad el teatro de la política nacional, las declaraciones que solo llevan aire dentro, los proyectos sin una organización que los soporten:
—Un partido político no es una ONG. A veces, para sacar adelante tus ideas tienes que dejar a gente en el camino, y eso no tiene nada que ver con las relaciones personales. Me preocupa el liderazgo comunicativo, porque no crea organización, sino que la destruye. La experiencia me dice que un proyecto de izquierdas sin una organización detrás no existe. Y en la izquierda hemos cambiado demasiado de nombre en los últimos tiempos. Eso despista a los nuestros. Los hace desconfiar.
En el barrio de San Valentín, Manolo Veiga, el viejo trabajador de Astano, se para antes de llegar a la entrevista y echa mano de su teléfono móvil. Durante unos minutos, pasea arriba y abajo mientras habla. Luego cuelga y saluda con un apretón de manos:
—He llamado a Suso, el padre de Yolanda. Antes de quedar contigo quería asegurarme de que a él no le importaba que hablara de su hija con la prensa.
Las cartas bocarriba. Los viejos códigos. El sindicato. El partido. Los meses sin cobrar y que no se note el hambre. El tú estudias, aunque yo tenga que robar. La épica de la familia. La última esperanza, que la hija de Suso y Carmela, la primera niña que nació en el barrio, no les defraude.