Salas de cine que sí resisten: siete décadas de proyecciones en la Universidad de Granada

La ciudad andaluza inauguró en 1949 su primer cineclub, que se convirtió en universitario en 1953 y que hoy mantiene una actividad constante

Proyeccion de ‘El Picaro’ de Fernando Fernan Gomez, en el Cineclub Universitario de Granada. Espacio V Centenario de la Universidad de Granada.Fermin Rodriguez (Fermin Rodriguez)

La primera sesión del cineclub de Granada fue en 1949. El martes 1 de febrero, en el ya desaparecido cine Aliatar, se inauguró una experiencia para la ciudad que pocos años después se convertiría en cineclub universitario y que hoy continúa cada martes y viernes ofreciendo joyas del cine a un público fiel que repite pase tras pase. El culpable de aquello fue Eugenio Martín, un ceutí trasladado a Granada, amante del cine y la poesía, que con 24 años se empeñó en poner en marcha el experimento. En 1943, ...

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La primera sesión del cineclub de Granada fue en 1949. El martes 1 de febrero, en el ya desaparecido cine Aliatar, se inauguró una experiencia para la ciudad que pocos años después se convertiría en cineclub universitario y que hoy continúa cada martes y viernes ofreciendo joyas del cine a un público fiel que repite pase tras pase. El culpable de aquello fue Eugenio Martín, un ceutí trasladado a Granada, amante del cine y la poesía, que con 24 años se empeñó en poner en marcha el experimento. En 1943, la Universidad de Granada (UGR) apadrinó el proyecto y lo asumió como propio. Se cumplen ahora 70 años de ello con algunos cambios sustanciales. Uno que rompe mitos es que a la proyección ya no le sigue el cineforum, esa discusión posterior sobre la película tan genuinamente asociada a este formato.

Aquel 1 de febrero de 1949, el cineclub de Granada nació con una sesión triple, algo habitual entonces. “Un documental o noticiario, un corto y la peli estrella de cartel” explica Juan de Dios Salas, su actual director. Aquel primer programa fue Bajo cielos enemigos, de William Wyler, un “documental interesantísimo” que mostraba “los esfuerzos de la aviación norteamericana en la lucha contra Alemania”, contaba una breve crónica del diario Ideal al día siguiente. A continuación, La peste alada, otro documental en el que Walt Disney “hace una enseñanza magnífica de la lucha contra la malaria y los mosquitos”, según Ideal. Finalmente, la película Un asesino entre nosotros, una cinta alemana dirigida por Fritz Lang. William Wyler, Walt Disney y una de terror de Lang. Un inicio imbatible.

El cineclub de Granada se creó con un ojo en el primero que se fundó en España. Fue el Cineclub Español, dirigido por Ernesto Giménez Caballero y Luis Buñuel en 1928, tras la creación de La Gaceta Literaria, revista pionera en el cine de vanguardia de la época. Entre ese y el de Granada hubo otros en Málaga, Valencia o Barcelona. No mucho después de iniciar su actividad, el proyecto granadino se enfrentó a lo inevitable y tuvo su propio con la Iglesia hemos topado, Sancho. Eugenio Martín y los que colaboraban con él preparaban unos textos para cada película que entregaban a los asistentes al margen de la censura. Hasta que la iglesia se enteró. Un día recibieron aviso de un jesuita que quería verlos. El mensaje fue nítido: los textos debían pasar control eclesiástico, única autoridad para decidir qué podía decirse o cómo debían interpretarse las películas. Ahí acabó la historia de Martín con su cineclub. Se marchó a Madrid y comenzó una carrera como director de cine. Falleció hace unas semanas en Madrid, el 23 de enero, con 97 años.

Un proyector de cine recibe a los asistentes del Cineclub Universitario de Granada. Espacio V Centenario de la Universidad de Granada. Fermin Rodriguez (Fermin Rodriguez)

Tras el choque con la Iglesia, la Universidad de Granada estuvo al quite y se hizo cargo del proyecto en 1953. Juan de Dios Salas, director desde 1995, comenzó, rememora, “como taquillero y portero”. Casi 30 años después, Salas ha proyectado, en un cálculo aproximado, alrededor de 1.500 películas. Pero sobre todo, ha conseguido un público fiel que le sigue cada martes y viernes en las proyecciones de la Sala Máxima del Espacio V Centenario de la UGR, actual sede del cineclub. Para un cineclub, esa fidelidad es crucial. “Tenemos un aforo de 300 butacas y nuestra media de ocupación es alrededor de 200, de los que 60 o 70 son fijos. Algunos vienen incluso sin saber siquiera qué emitimos exactamente”. Esa es la única certeza para ellos. Día, hora y lugar. El resto se lo confían a Salas.

Enrique Bonet tiene 55 años y es asiduo desde finales de los ochenta, cuando era estudiante de Biblioteconomía y luego de Bellas Artes: “Entonces iba a todas las sesiones, como ahora que procuro ir a todas. En algunos periodos, cuando tenía niños pequeños, no podía ir tanto”. Bonet explica las razones de su fidelidad, más allá de su amor por el cine. “Los fieles vamos porque aunque hayamos visto las películas, aquí las vemos en pantalla grande, siempre en versión original, en buena calidad y en un contexto al que Juan de Dios le da sentido”. Bonet recuerda haber disfrutado especialmente el ciclo de Billy Wyler , que se ha programado, intercalado con otros, durante tres o cuatro años, y ha repasado todo su cine “ordenado, explicado y con contexto”.

De la agitación política a la huida del circuito comercial

Este cineclub, como la sociedad, ha pasado por fases distintas. En los años setenta, “eran un arma de contenido político y social enorme”, cuenta Salas. El cineforum, la charla, a veces discusión, posterior sobre la película, era tan importante como la proyección. Ya no. “Entonces tenía sentido en un contexto de movilización política y social. Ahora lo tiene menos. A eso se añade la razón práctica de que terminamos a las 11 de la noche y es tarde”, explica. Pero el público sigue recibiendo una explicación: antes de la proyección Salas ofrece un comentario sobre lo que considera relevante de la película. Y al inicio de cada ciclo, Salas ofrece también un seminario gratuito.

La programación también ha variado sustancialmente. “No se trata ya de proponer películas de forma cronológica sin más, ni siquiera por temas. Tiene más sentido hacerlo por autores, actores o tipo de cine, clásico, contemporáneo, mudo, etc.”, aclara Salas. Con las películas en 35 milímetros, recuerda, no le quedaba otra que “organizar los ciclos según el material disponible”. Ahora con el digital, es mucho más fácil emitir lo que se quiere. Lo más difícil, dice, no es conseguir la película, sino encontrar al dueño de los derechos. Al ser cintas en gran medida fuera del circuito comercial, es difícil saber a quién pagar. “Pagamos menos que en el circuito comercial, pero aunque el público no pague, nosotros abonamos los derechos”, aclara el director. “A veces, encontramos películas sin derechos pero es muy raro. Incluso hay familiares de los creadores que no quieren cobrar. En el otro extremo, filmotecas de aquí y de allá restauran las películas y, de pronto, reavivan para ellas derechos que estaban extinguidos”.

El cineclub universitario de Granada depende de La Madraza, el centro de cultura contemporánea de la UGR. Y hace honor a ello porque no se ha quedado anclado en la historia del cine. Uno de sus ciclos recurrentes son los cineastas del siglo XXI, con Paul Thomas Anderson o David Fincher como protagonistas. Es la manera de rejuvenecer la sala. En una vuelta a los orígenes de cineclub de la ciudad, Salas admite que su público supera al universitario y se ha visto complementado con “mucha gente de la ciudad que viene porque le gusta el cine o el que proponemos”. Por eso, no hay miedo al futuro. Quizá, solo un poco a los martes de fútbol y Champions que deja a alguna parte del público en casa.

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