La caza de Pompeyo, el ‘lobo solitario’
El detenido por enviar seis cartas con artefactos deflagrantes caseras llevaba una vida poco social en Miranda de Ebro (Burgos)
En el número 2 de la calle Claveles, de Miranda de Ebro (Burgos, 35.000 habitantes), hay pocas pistas sobre sus ocupantes más allá del nombre que aparece en el buzón. Este indicaba que Pompeyo G. P., un jubilado de 74 años que había trabajado en el Ayuntamiento de Vitoria, vivía en el 3º C. Allí era hasta ese miércoles un vecino “solitario, pero tranquilo, formal y educado”. El amplio despliegue policial ...
En el número 2 de la calle Claveles, de Miranda de Ebro (Burgos, 35.000 habitantes), hay pocas pistas sobre sus ocupantes más allá del nombre que aparece en el buzón. Este indicaba que Pompeyo G. P., un jubilado de 74 años que había trabajado en el Ayuntamiento de Vitoria, vivía en el 3º C. Allí era hasta ese miércoles un vecino “solitario, pero tranquilo, formal y educado”. El amplio despliegue policial de este miércoles para detenerlo ha sido toda una sorpresa, sobre todo cuando se supo el motivo: es el presunto autor del envío, entre noviembre y diciembre, de seis cartas con un artefacto pirotécnico al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, al embajador de Ucrania y a otros cuatro destinatarios.
Los vecinos no dan crédito. Pompeyo nunca dio pista alguna de su apoyo “al Putin ese”, asegura Elisa Rojas, de 84 años, inquilina de la vivienda inferior a la del hombre. “¡Luego te llamo yo, Mariángeles!”, interrumpe a su interlocutora telefónica, antes de describir que lo más parecido a un ruido extraño que jamás oyó fue “el sonido de un tenedor o cuchillo al caerse” dentro del silencio habitual de una casa en la que el hombre vivía solo y sin apenas visitas. La noticia ha revolucionado el bloque. “No pensaba yo que una persona de 74 años pudiese hacer algo semejante. Toda España está contra el Putin y él, a favor”, cuestiona la mujer. Ella nunca detectó símbolo alguno que pudiese arrojar pistas de Pompeyo, que era de baja estatura, delgado, usaba gafas y cubría sus canas con gorra. Su balcón no tenía banderas ni nada identificativo.
El matrimonio de Fina Antillera y Carlos García, de 85 y 83 años, abre su puerta protegidos por sendos batines para explicar que con él hablaban de “lo típico”: que si hace calor, que si hace frío, que si hola, que si adiós. Conversaciones anodinas con quien ha resultado ser de todo menos anodino. “Ha salido rana”, zanja la señora sobre ese individuo “formal” cuya detención los ha dejado “de piedra”. González era propietario del piso desde hace 16 años, calculan, en un edificio con mucha vivienda alquilada y vacía.
Mientras los demás vivían tranquilamente, él fabricaba artefactos caseros. El tema propicia charlas de rellano como las que añora Jacinto Sáez, también de 74 años, que evoca cuando se hablaba con los vecinos para algo más que para pedir sal. Él lamenta que en estos tiempos de “ir cada uno a su bola” ya no se sabe nada de aquellos con quienes se convive. “¡Si tengo yo una bomba, nadie se entera!”, ejemplifica ante Verónica Caballero, de 30 años, que enarca un poco las cejas porque no está el día para humor negro. “Llevamos aquí tres meses y ya es el portal más famoso de España”, suspira la joven, que al volver de trabajar se encontró a decenas de policías que la acompañaron hasta su puerta y que al rato sacaron múltiples cajas antes de meter al acusado en el coche patrulla. “Te asombras con estas cosas”, afirma Caballero, mientras Sáez recela de que “hay mucho estropeado, esto es para haber salido por los aires”. Al menos en el segundo piso hay un extintor.
Poca gente más allá del número 2 de la calle habla sobre él, que se prodigaba poco en los bares cercanos. Víctor Berrueco, que regenta el bar Biosfera, pasea a sus perros sobre las frías aceras cercanas a la zona y señala que el arrestado “se tomaba algún vino o algún mosto muy de vez en cuando”. De su actitud destaca que “era una persona huraña, siempre iba corriendo a todas partes”.
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