Las réplicas del terremoto Olona agrietan a Vox

Con la sustitución de Javier Ortega Smith por Ignacio Garriga como secretario general gana peso el sector ultracatólico del partido de Abascal

Ignacio Garriga y la portavoz del partido en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio, se saludan tras la rueda de prensa que ofreció el viernes el nuevo secretario general de Vox.Eduardo Parra (Europa Press)
Madrid -

Macarena Olona no es vengativa. Al menos, no quiere parecerlo. Cuando el jueves se conoció el cese de Javier Ortega Smith como secretario general de Vox, la excandidata del partido ultra a la Junta de Andalucía escribió:...

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Macarena Olona no es vengativa. Al menos, no quiere parecerlo. Cuando el jueves se conoció el cese de Javier Ortega Smith como secretario general de Vox, la excandidata del partido ultra a la Junta de Andalucía escribió: “Hoy solo deberíamos tener palabras de agradecimiento. Gracias por tu servicio Ortega Smith. España lo primero”. Sin embargo, fue ella misma quien hace dos semanas cavó la tumba política de su excompañero de filas cuando denunció, en una entrevista con Abc, la falta de democracia interna en Vox y mencionó expresamente a Ortega al acusar a su dirección de “excluyente”. Esa entrevista dinamitó los puentes entre Olona y su antiguo partido y la convirtió en la mayor amenaza para el equipo de Abascal.

No era la primera vez que exmiembros de Vox acusaban al secretario general de soberbia y autoritarismo, de dirigir el partido como si fuera un cuartel. Antes que ella, otros habían denunciado que los llamados hombres de negro (comisarios políticos a sueldo del aparato) intentaban acallar cualquier crítica con presiones y chantajes, y desprestigiaban a los disidentes con campañas de bulos en las redes sociales. Pero ninguno tenía la proyección pública de Olona ni su carisma entre las bases del partido. Tras el fiasco electoral en Andalucía, la imagen de división interna aceleraba la caída de Vox que ya registraban todas las encuestas.

Abascal ha querido frenar la sangría con un volantazo: ha sustituido por sorpresa a Ortega como secretario general y ha puesto en su lugar al líder de la formación en Cataluña, Ignacio Garriga, que el viernes se estrenó con una rueda de prensa.

El estilo de Garriga es más dialogante y respetuoso que el de su predecesor y se espera de él que tenga más mano izquierda para manejar una organización que deja ver ya las primeras grietas cuando aún no ha terminado de consolidarse. Algunas cosas, sin embargo, no cambian: Vox ha vetado el acceso de EL PAÍS a la comparecencia de Garriga con el argumento de que “no colabora” con este diario.

A preguntas de los periodistas a los que se ha permitido el acceso, Garriga ha asegurado que “seguirá viviendo en Cataluña” y ejerciendo como portavoz en el Parlament, lo que ha dejado en evidencia el motivo esgrimido por Ortega para dejar el cargo: la supuesta incompatibilidad entre ser secretario general y candidato al Ayuntamiento de Madrid, aunque ambas ocupaciones estén en la misma ciudad y no a 600 kilómetros una de otra, como en el caso de su sucesor.

Ortega y Garriga no se diferencian solo por su talante. El primero representa al sector falangista de Vox; perteneció en su juventud al partido fascista español y nunca ha ocultado su admiración por José Antonio Primo de Rivera, su fundador. En cambio Garriga, en la órbita del Opus Dei, es ultraconservador y fundamentalista católico. En agosto de 2019, criticaba a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, por permitir el topless en las piscinas municipales. “Defender la libertad es respetar a quien quiere ir a una piscina y no ver topless”, alegaba. En octubre de 2020, se retiraba a rezar al santuario del Cerro de los Ángeles (Getafe), profanado por milicianos durante la Guerra Civil, para preparar el discurso de presentación en la moción de censura contra Pedro Sánchez. Con Garriga como número dos. Vox es un poco menos neofalangista y más nacionalcatólico. Hasta ahora, el máximo exponente de esta corriente era Jorge Buxadé como vicepresidente político del partido, aunque no se sabe si lo sigue siendo.

El relevo de Ortega ha sido tan precipitado que, inicialmente, la web de Vox recogía su nombramiento como vicepresidente económico, en sustitución de Víctor González, junto a los vicepresidentes Político (Buxadé) y Social (Reyes Romero). Sin embargo, ante la evidencia de que Ortega carece de conocimientos contables, Vox ha dejado a los tres vicepresidentes sin área de responsabilidad, por lo que se ignora a qué se dedican.

Tampoco se sabe si el nuevo secretario general mantendrá al equipo de vicesecretarios de su antecesor. Garriga ha eludido pronunciarse, alegando que ni siquiera los conoce a todos. No tendrá mucho tiempo, pues el partido está inmerso en la elaboración de las listas electorales para el año próximo y encuentra serios problemas para reclutar a los 35.000 candidatos que quiere presentar a las municipales.

Garriga ha despachado como “intrigas palaciegas”, fruto de “campañas orquestadas para debilitar” a Vox, las informaciones sobre supuestas disensiones en la cúpula de la formación, pero en su estreno público no ha estado Ortega Smith y sí la presidenta de Vox en la Asamblea de Madrid, Rocío Monasterio, y el portavoz de la formación en el Congreso de los Diputados, Iván Espinosa de los Monteros, a quienes se atribuye una vieja rivalidad con el anterior secretario general.

Hace meses que Vox diseñó su fiesta Viva 22, que se celebrará este fin de semana en el espacio Mad Cool (un recinto de 62.000 metros cuadrados en el distrito madrileño de Villaverde) como rampa de lanzamiento para el nuevo curso político. La organización mantiene la incógnita sobre la presencia, siquiera sea telemática, de la reciente ganadora de las elecciones italianas, Giorgia Meloni, y asegura que ya se han inscrito casi 30.000 asistentes. Si no es un éxito político, debería serlo, al menos, económico: Vox ha alquilado stands a empresas y autónomos por entre 500 y 2.000 euros, según el tamaño.

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