Reagrupamiento familiar a más de 6.000 kilómetros de Afganistán

La esposa y los hijos de Said Hosaini, refugiado en España desde noviembre, llegarán hoy a Torrejón junto a casi 300 excolaboradores afganos

Said Hosaini, militar afgano acogido en Valencia, muestra una imagen de su familia. / ANA ESCOBAR

Hace 13 meses y tres días que Said Mohammad Hosaini no ve a su mujer ni a sus tres hijos. Cuando el régimen prooccidental de Kabul se derrumbó como un castillo de naipes, hace ahora un año, él escapó hacia Pakistán y, con ayuda de un militar español que fue instructor suyo, logró llegar a España. Ella, con los tres niños (Zhara, de 8 años; Said, de 7; y Sara, que este miércoles cumple tres) huyó a Irán y, tras una peripecia que la ha hecho volver d...

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Hace 13 meses y tres días que Said Mohammad Hosaini no ve a su mujer ni a sus tres hijos. Cuando el régimen prooccidental de Kabul se derrumbó como un castillo de naipes, hace ahora un año, él escapó hacia Pakistán y, con ayuda de un militar español que fue instructor suyo, logró llegar a España. Ella, con los tres niños (Zhara, de 8 años; Said, de 7; y Sara, que este miércoles cumple tres) huyó a Irán y, tras una peripecia que la ha hecho volver dos veces a Afganistán y cruzar el país de punta a punta, aterrizará este miércoles en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid) en un vuelo fletado por el Gobierno español desde Islamabad (Pakistán), con casi 300 excolaboradores afganos de los ministerios de Defensa y Exteriores. Tanto Said, 39 de años, como su esposa Sharifa, de 29, pertenecen a la minoría hazara, de confesión chií, perseguida por los talibanes y otros integristas suníes.

En 2005, Said ingresó en el Nuevo Ejército Afgano (ANA) construido por la OTAN tras la invasión de Afganistán. Después de dos años de servicio en la provincia de Zabul, su unidad fue seleccionada como fuerza de comandos del Cuerpo de Ejército 205, con sede en Kandahar, donde combatió junto a los boinas verdes estadounidenses y resultó herido tres veces en combate. Ascendido a sargento mayor y destinado a los equipos de entrenamiento móvil, en 2018 conoció a Darko, un sargento español de Operaciones Especiales destinado en la escuela de la OTAN en Kabul. Durante dos años, recibió asesoramiento de los instructores aliados aunque, tras los acuerdos de Doha entre la Administración Trump y los talibanes, en febrero de 2020, el ambiente se fue enrareciendo. “Cuando había combates, la orden siempre era que nos retirásemos con el pretexto de que no podían prestarnos apoyo”, recuerda por teléfono desde Mislata, en Valencia, donde reside actualmente.

El militar afgano Said Hosaini, en la entrada del Centro de Ayuda al Refugiado (CAR) donde vive en Mislata, Valencia. / ANA ESCOBAR

En enero de 2021, su distrito natal, Sangcharak, estaba rodeado por los talibanes, que buscaban a militares y policías. El padre de Said huyó a Mazar-i-Sharif tras recibir amenazas y su hermano tuvo que pagar una extorsión de 200.000 rupias, unos 2.000 euros.

El 10 de julio, ante el avance de los talibanes, la familia de Said huyó a Irán. Sin embargo, su madre cayó en una zanja al cruzar de noche la frontera y la policía iraní la evacuó a un hospital, mientras deportaba a su esposa e hijos. Durante tres días no supo nada de ellos.

Aunque Darko ya estaba en España, seguían en contacto a través de las redes sociales, y fue su “hermano español” quien le envió una oferta de trabajo para que tramitara un visado. Said acudió el 3 de agosto a la Embajada de España en Kabul y entregó toda la documentación, pero la capital caería en manos los talibanes antes de recibir respuesta. El 7 de agosto, su mujer e hijos volvían a Irán para reunirse con su madre, aún hospitalizada.

El 12 de agosto, el jefe de la escuela de operaciones especiales ordenó que todo el personal, incluidos los alumnos, se incorporase al cinturón de defensa de Kabul. Tres días después, los talibanes entraron en la capital sin encontrar resistencia, mientras “escuchábamos que el presidente había huido y no había nadie al frente del país”. A las 10 de la noche, el comandante mandó que cada uno se salvase como pudiera.

Said se refugió en un motel, mientras los talibanes iban a su casa a buscarlo. Su amigo Darko le recomendó que fuese al aeropuerto, donde los militares españoles habían montado una operación de evacuación. Acudió varios días, pero la muchedumbre impedía llegar hasta la entrada. El 26 de agosto, cuando se alejaba de la zona, una enorme explosión le hizo volverse. Se topó con decenas de cuerpos destrozados por el doble atentado suicida.

Fue Darko quien de nuevo le señaló la vía de salida: llegar a la Embajada española en Islamabad para recoger un visado. Said cruzó la frontera con un amigo, haciéndose pasar por un enfermo y mezclándose con los contrabandistas que cargaban fardos de hasta 50 kilos, repletos de armas y drogas. Tras esperar varias semanas en Pakistán, el 2 de noviembre viajó a España. Ahora vive en el Centro de Acogida de Refugiados de Mislata (Valencia), donde recibe cada día clases de castellano, un idioma que ya empieza a dominar y que suma al darí, inglés, tayiko y pastún.

Su mayor preocupación estos meses ha sido traer a su familia: al haber entrado ilegalmente en Irán, sus autoridades no los dejaban viajar a España, aunque tuvieran visado. La mujer y los hijos tuvieron que regresar a Afganistán y cruzarlo acompañados por un hermano de Said hasta llegar a Islamabad y unirse allí al grupo de excolaboradores afganos que hoy evacuará España. Ahora que volverán a estar juntos, su objetivo es conseguir empleo e iniciar una nueva vida, a más de 6.000 kilómetros de su patria.

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