La decadencia del ‘Centollo’ que costó 360 millones
El Palacio de Exposiciones y Congresos de Oviedo, de Santiago Calatrava, languidece sin que nadie le encuentre uso
Desde la falda de monte Naranco se puede ver la panorámica de Oviedo dominada por una gran araña extraterrestre, ahí encajonada, con las patas flexionadas, como dispuesta a alzarse en cualquier momento y unirse a nuestros muchos apocalipsis cotidianos. Es el Palacio de Exposiciones y Congresos, un proyecto arquitectónico iniciado en 2003, en el solar del antiguo estadio del Real Oviedo, en una zona, Buenavista, ni demasiado céntrica ni demasiado periférica. Un vestigio de aquella época de bonanza y euforia constructiva en la que cualquier capital de provincia ansiaba tener un edifico emblemáti...
Desde la falda de monte Naranco se puede ver la panorámica de Oviedo dominada por una gran araña extraterrestre, ahí encajonada, con las patas flexionadas, como dispuesta a alzarse en cualquier momento y unirse a nuestros muchos apocalipsis cotidianos. Es el Palacio de Exposiciones y Congresos, un proyecto arquitectónico iniciado en 2003, en el solar del antiguo estadio del Real Oviedo, en una zona, Buenavista, ni demasiado céntrica ni demasiado periférica. Un vestigio de aquella época de bonanza y euforia constructiva en la que cualquier capital de provincia ansiaba tener un edifico emblemático del que presumir, a poder ser firmado por un arquitecto de prestigio, a poder ser Santiago Calatrava.
Los ovetenses apodaron a este edificio mastodóntico, que apenas cabe en el hueco que ocupa, como el Centollo. Pero más allá de las bromas en las sidrerías, pesa sobre el inconsciente de la ciudad como un gran fracaso urbanístico, que ya nació señalado con pecado original. “No hay por donde cogerlo, es una desmesura, no se integra en el paisaje ni en el entorno, no se sostiene desde ningún punto de vista”, dice Alfonso Toribio, exdecano del Colegio Oficial de Arquitectos de la ciudad. Algunas de sus esquinas prácticamente rozan con las torres de viviendas circundantes y falta espacio para observarlo con cierta perspectiva: agobia, empacha, asusta.
El recinto se inauguró en 2011 (una asociación de izquierdas protestó por la “inauguración encubierta” con un mitin de Mariano Rajoy, a la sazón presidente del PP), manchado por unos costes que pasaban de cuatriplicar el presupuesto inicial: de 79 a 360 millones de euros. Acogía el espacio congresual, un centro comercial, un hotel, las oficinas del Principado de Asturias, un aparcamiento… pero nunca llegó a ser rentable. Según algunos porque trató de buscarse la rentabilidad de cada parte en vez de una rentabilidad global. Oviedo, gobernada entonces por el alcalde popular (en todos los sentidos) Gabino de Lorenzo, quería aprovechar el negocio de los congresos, pero el negocio de los congresos nunca fue tan lucrativo, crisis económica mediante, ni tampoco lo fue el del centro comercial. Eso sin contar el sainete judicial, difícil de desentrañar, que acompañó durante años la existencia de este crustáceo arquitectónico.
De hecho, su peripecia se vio teñida desde el inicio por la constante polémica y los juicios a varias bandas. Por ejemplo, la cubierta, que prometía ser móvil, nunca se movió por fallos en la ejecución. Durante las obras, en 2006, hubo un peligroso derrumbe que hirió a tres obreros: en 2011, en un primer juicio, el arquitecto, la constructora y una subcontrata fueron condenados a pagar 3,5 millones de euros. Un año después Calatrava y la empresa promotora, Jovellanos XXI, una iniciativa privada de las poderosas familias Cosmen (propietaria de la empresa de autobuses Alsa) y Lago (constructora), se enzarzaron en una serie de demandas y contrademandas. El arquitecto quería sus honorarios, la empresa reclamaba por defectos, sobrecostes y falta de dirección en la obra. Ambas partes salieron condenadas, aunque el saldo negativo cayó del lado del arquitecto estrella, que fue condenado a pagar otros 2,9 millones de euros.
Otras empresas también fueron víctimas de la desmesura, como la instaladora eléctrica Izepsa, que presentó demandas contra la promotora por impago de unos 7,5 millones de euros. “Fue todo un despilfarro, y a nosotros nos hicieron polvo”, dice Aquilino Zapico, propietario, que por este motivo tuvo que cerrar la empresa. En un último lance judicial de esta guerra de todos contra todos, en 2018, el Ayuntamiento de Oviedo, propietario del terreno (y que no ha querido participar en este reportaje), fue condenado a pagar 18 millones del erario público a Jovellanos XXI.
Uno de los últimos hitos de esta historia maldita ocurrió en 2019 cuando el centro comercial, de 40.000 metros cuadrados, cerró sus puertas debido al fracaso en su actividad y la huida de las grandes franquicias que ahí languidecían (la última en resistir, como la tribu de Astérix, fue un Burger King operativo hasta 2021), sin ni siquiera unos cines para animar el cotarro. Deuda, concurso de acreedores y nadie interesado en retomarlo. ¿Qué hacer con el Calatrava? “Lo mejor sería que desapareciese de la ciudad”, dice Toribio, “pero ya que la inversión está hecha, habrá que encontrarle una utilidad para la ciudadanía”.
“Es preciso darle el mejor uso a esta infraestructura que ahora es en su mayor parte pública”, dice José Manuel Ferreira, vicepresidente de la Cámara de Comercio. Por lo pronto, el aparcamiento, el más grande de Asturias, con 1.700 plazas, ha sido comprado por el Banco Santander con la intención de venderlo. El gran problema es qué hacer con el espacio del fracasado centro comercial, tres plantas vacías que a ningún promotor parecen interesarle. Desde la Cámara de Comercio se ofrecen para la gestión del espacio como un recinto ferial que participe de los congresos del palacio, como ocurrió en el exitoso Internacional Cheese Festival, que llenó el lugar de quesos (y de 14.000 personas) el pasado mes de noviembre. “Las ferias y los congresos son el turismo más apetecible para una ciudad, y creemos que podría tener vida los 12 meses del año”, añade Ferreira. Una parte del espacio sería gestionada por un fondo de inversión suizo, principal acreedor del inmueble, donde habría hostelería, comercios u oficinas.
En cualquier caso, después de llenar durante años infinidad de páginas en la prensa regional y aún más conversaciones, ahí se queda el Centollo, modificando para los restos el modesto skyline de Oviedo, polvo de unos tiempos caracterizados por la hybris de las tragedias griegas, donde el ladrillo burbujeaba, abundaban los megaproyectos visionarios y problemas como los que hoy en día nos ocupan parecían imaginados por un autor de ciencia ficción. Por otro lado, como el propio edificio.