“Sentimos rabia, dolor y miedo. No somos Putin”
Miembros de la comunidad rusa en España condenan la guerra y temen no poder volver a su país por defender a los ucranios
A las cinco de la mañana del jueves 24 de febrero, la guerra de Vladímir Putin despertó a un matrimonio en su casa de Madrid. “Un amigo de mi marido llamó por teléfono para decirle que habían empezado los bombardeos”, explica Olga Zyryanova, de 43 años. Ella es rusa. Él, ucranio. Se conocieron en España, donde llevan dos décadas y donde han criado a sus hijas, de 13 y 10 años. “La mayor me preguntó hace unos días: ...
A las cinco de la mañana del jueves 24 de febrero, la guerra de Vladímir Putin despertó a un matrimonio en su casa de Madrid. “Un amigo de mi marido llamó por teléfono para decirle que habían empezado los bombardeos”, explica Olga Zyryanova, de 43 años. Ella es rusa. Él, ucranio. Se conocieron en España, donde llevan dos décadas y donde han criado a sus hijas, de 13 y 10 años. “La mayor me preguntó hace unos días: ‘Mamá, ¿qué eliges: Rusia o Ucrania?’. Le contesté que no puedo elegir. Que mi dolor por Ucrania es enorme, que esto es una desgracia y que me siento impotente. Le expliqué que nosotros no podemos responder por el Gobierno ruso. Trabajo con niños [es monitora de comedor y tiempo libre] y sé que a veces unas pequeñas bromas pueden hacer mucho daño. A la pequeña le pedí que no hablara de esto en el cole. Su jefa de estudios me llamó. La vio triste, le preguntó si le pasaba algo y ella contestó: “Mi padre se ha ido a Ucrania, pero mi madre me ha pedido que no hable de esto”.
Dimitri Vasil Drobot no durmió esa noche en que llamó la guerra. “Sufría por su país. Estaba dolido, perdido… Me dijo: ‘Creo que tengo que ir a luchar’. Con todo el dolor le respondí: ‘Si te vas, trataré de entenderte, pero piénsatelo’’, recuerda Olga. Finalmente, decidió llevar un minibús con medicamentos a la frontera y traerse a refugiados. “Es transportista, conoce muy bien esas carreteras y cómo funcionan las aduanas. Dormía sentado porque el bus iba tan lleno que no podía tumbarse. Solo pudo ducharse una vez y siempre que nos llamó, mi hija mayor le pidió que no cruzara para combatir. Lo ha pasado fatal, vomitando varios días, aunque para ella su padre es un héroe. No podía desentenderse de lo que ocurre y encontró la forma de ser más útil. Mi marido no vale para matar”.
En España viven más de 112.000 ucranios y cerca de 96.000 rusos, según el INE. La comunidad rusa se concentra fundamentalmente en Alicante, Barcelona, Málaga, Girona y Madrid. No es fácil pronunciarse. Algunos han pedido el anonimato y relatan los primeros episodios de “rusofobia” en los colegios de sus hijos. Todos los que han accedido a dar su testimonio creen que sus declaraciones complicarán cualquier visita a su país. Mientras la Embajada de Rusia en España acusa a las tropas ucranias de “parapetarse tras los civiles” y asegura que “son los neonazis los que están en guerra con Rusia”, los rusos consultados para este reportaje rechazan la propaganda y piden el cese del ataque militar.
Olga votó varias veces a Putin. “En las últimas elecciones cogí la papeleta, pero al final no voté. No me cuadraban las cosas. En 2009 había visitado Ucrania con mi marido y me enamoré de ese país. En mi familia política jamás noté desprecio alguno. Y al contrario tampoco: mi familia adora a Dimitri. Creo que en ese viaje todo empezó a cambiar. Luego veía los programas rusos y me asustaba. Aquí, ni Aznar, ni Zapatero, ni Sánchez han estado nunca en un altar. Allí sí. Pensaba: ‘¿Adónde hemos llevado a este señor?’. Hay gente que cree que Putin está loco y otros que dicen que lo tiene todo bien pensado. Yo, lo único que sé es que estoy totalmente en contra de las decisiones que ha tomado y que Rusia no es Putin. Son 146 millones de habitantes y 1.000 años de historia”.
Discutió “mucho” con su marido en la anterior crisis, en 2014. “Ahora no. Me entiende mejor y yo a él también. Cada uno vive este dolor a su manera, y creo que, de algún modo, para él es más fácil, porque él tiene su patria. Yo me siento traicionada por la mía. Le decía a todos que esto no pasaría. Envié a mis amigos de aquí un vídeo del embajador ruso en España diciendo que Rusia no empezaría una guerra. Y sé que por decir esto será complicado volver, pero lo digo por mi conciencia, no porque mi marido sea ucranio”.
Dimitri, recuperándose del viaje, explica: “Estando en la frontera ves que esto es una catástrofe humanitaria. Muchos ucranios nunca llegaron a pensar que el Gobierno ruso daría este paso”. Ninguno de los que trajo en el minibús pertenece a su familia. Están cerca de la frontera con Europa, se dedican al campo y tenían miedo a perder la cosecha.
Olga ha dejado de ver las noticias. “Sufro muchísimo. No puedo pensar que mis chicos rusos estén bombardeando hospitales infantiles igual que no puedo pensar, como dicen los medios rusos, que los ucranios estén bombardeando a su propio pueblo. Sólo sé que esta guerra no tiene justificación”. Su historia familiar abarcaría distintos tomos de las enciclopedias y uno más, pendiente de escribir. “Mi abuela estuvo en un gulag. Mi abuelo, en un campo de trabajo. Eran lo que se llamaba alemanes étnicos, la cuarta generación de los enviados por Catalina la Grande para repoblar la zona del Volga. En 1943, a mi abuela la bombardearon las tropas nazis en un tren a Polonia. A mi abuelo lo conoció en Kazajistán. Cuando Alemania abrió las puertas a los alemanes étnicos, mi abuelo dijo algo muy duro, pero real: ‘Aquí siempre he sido un fascista alemán; allí seré un cerdo ruso’. Por eso me duele tanto esto. Es como revivir lo que ellos pasaron. No pueden taparnos la boca”.
“Psicopatía y narcisismo”
Andréy Kórdochkin, de 44 años, llegó a Madrid hace 18 con su familia. Es el deán de la catedral de Santa María Magdalena y secretario de la diócesis de la iglesia ortodoxa rusa en España y Portugal. Atiende a una comunidad de unos 200 fieles, rusos y ucranios. “Esta no es una iglesia estatal. Mi mujer es de San Petersburgo, como yo. Su padre es ucranio y vive en Rusia. Hay muchas familias así. Nos unen muchos lazos”.
—¿Qué piensa de Putin?
Kórdorchkin suspira. Tras una larga pausa, dice: “Es una pregunta para un psiquiatra, pero tras 20 años de servicio pastoral, tengo cierto conocimiento sobre la condición humana y veo a un hombre con todas las señales de la psicopatía y el narcisismo. Creo que Occidente no entiende bien que de la guerra no depende solo el futuro de Ucrania, sino el de Rusia, que va en la dirección de Corea del Norte. Hay muchos rusos que también sufren, quieren salir de allí y tienen derecho al asilo político”. Kordochkin ha firmado una carta con casi 300 sacerdotes ortodoxos pidiendo el cese de la ofensiva militar.
—¿Teme represalias?
—Estuve en Rusia en noviembre, pero es muy probable que la vuelta no sea posible. Pueden imputarme por decir esto.
—Y ha decidido decirlo.
—Actuar en conciencia significa aceptar las consecuencias, incluso los riesgos.
Anna Zlobina, de 48 años, llegó a Madrid con su marido, Andrei Jaikin, hace 25. Ambos son profesores universitarios: ella, de psicología en la facultad de Ciencias Políticas de la Complutense; él, matemático, da clases en la Autónoma. “No hay palabras que puedan expresar el dolor, la rabia y la vergüenza que siento”, afirma Jaikin. Anna se dirigió a sus alumnos: “Quería explicarles que lo que está ocurriendo me parece un acto criminal, inhumano”.
Desde entonces no hacen otra cosa que hablar con familiares y amigos. Anna siente “dolor, solidaridad con el pueblo ucranio, rabia, indignación y miedo”. “Conocidos míos han sido detenidos y golpeados por salir a protestar estos días. Y previamente algunos habían perdido sus trabajos por ello. Muchos ya no ven su lugar en Rusia”. El matrimonio agradece las “muchas muestras de apoyo” de compañeros españoles. “Distinguen entre el gobierno y el pueblo secuestrado”.
Genya Petrova tiene 40 años. Lleva 20 en Barcelona y desde el verano tiene la nacionalidad española. “En los Urales todo era frío, gris, invierno. Aquí, sol, playa, gente sonriendo. En mi región había policía corrupta y muchos amigos murieron de sobredosis. No quería que mis hijos vieran eso y me vine a España”. En la persiana de su restaurante, Ekaterina, ha escrito estos días: “Con Ucrania”. Y en el menú: “Restaurante ruso contra la guerra. ¡Stop Putin!”. Pese a todo ha recibido alguna llamada desagradable. “A veces también me dicen: ‘Tenemos que estar con Putin. Estamos salvando a Ucrania’. Son dos décadas de propaganda. Me da mucha vergüenza. Y sé que por esto Rusia se ha cerrado para mí. No sé cuándo podré volver a ver a mi hermana y mis sobrinos”.
—¿Vladimir Putin es un criminal de guerra?
—Obviamente.
Cuenta que fueron sus clientes rusos los que la salvaron durante lo peor del coronavirus. “Hacían pedidos grandes, no dejaron de venir”. Ahora ha notado alguna ausencia, pero la mayoría la apoya. “Muchos vinieron por razones políticas. Ahora hay sitios donde no les atienden, pero ellos también son víctimas de Putin”.
Ricardo Bocanegra es abogado de muchos rusos residentes en Marbella. “En contra de lo que se cree, la mayoría no son multimillonarios, sino empresarios con hijos en edad escolar que temen el desplome del rublo y no poder pagar los colegios”, asegura. “Todos con los que he hablado están avergonzados y les parece injusto que se les estigmatice por las decisiones de Putin. Apareció una pintada en la radio rusa de Marbella. La madre de la dueña es ucrania”.
Uliana Naglia Kurasheva nació en San Petersburgo hace 52 años. En 2004 se fue a vivir a Alicante “por amor”. Hoy, explica, tiene “el corazón roto”. “La comunidad rusa es distinta. Lo que nos iguala ahora es el dolor, la sensación de injusticia y la desesperación de no poder cambiar nada. No es justo vivir bajo el terror sin escrúpulos contra todo lo ruso y notamos esa presión. El otro día pegaron a un niño de 10 años. ¿Qué culpa tiene?”, lamenta. “Hay rusos que teatralmente queman su pasaporte y piden perdón por ser rusos y otros que recogen ayuda para los refugiados de Ucrania no por culpa, sino porque lo llevan en su alma. Vinimos a España buscando una vida tranquila y queremos la paz. Como cualquiera”.