Ángel Gabilondo: “Yo también sé ser malo, pero he decidido no serlo”
El excandidato socialista se siente “corresponsable, que no culpable” de su derrota en Madrid y reconoce que tiene “mono de desafíos” tras su susto de salud y su retirada de la primera línea política
El señor entrevistado pide, por favor, quedar a media mañana porque antes quiere hacerse los 10 kilómetros diarios que camina desde que el corazón se le desbocase peligrosamente el pasado 6 de mayo, dos días después de su derrota electoral en Madrid. Una taquicardia severa que precisó un “chispazo” del que ya se ha recuperado, pero que le ha h...
El señor entrevistado pide, por favor, quedar a media mañana porque antes quiere hacerse los 10 kilómetros diarios que camina desde que el corazón se le desbocase peligrosamente el pasado 6 de mayo, dos días después de su derrota electoral en Madrid. Una taquicardia severa que precisó un “chispazo” del que ya se ha recuperado, pero que le ha hecho replantearse muchas de sus rutinas. Aun así, y aunque llego quince minutos antes a la cita, el citado ya me está esperando de pie en la sala con las manos cruzadas a la espalda. No sé si soso ni serio, pero, desde luego, Gabilondo parece un tipo formal. Luce algo más delgado y un aspecto óptimo, mucho más relajado que el que se le recuerda durante la campaña. Otra cosa son las procesiones por dentro.
Defina su estado de ánimo.
Estable. Estoy siempre distante de las euforias y las tragedias, lo cual no sé si es bueno o malo ni quiere decir que no tenga grandes pasiones y emociones, pero procuro cultivar la estabilidad.
Debe de ser el único político que no ha fichado aún de tertuliano en alguna tele o radio.
Tampoco creo que dé el perfil, tal como se abordan hoy los temas: con celeridad y exigencia de impacto. Quizá mi perfil es más de conversación sosegada y eso no se lleva en el debate político.
¿No le querían los suyos soso y serio?
Bueno, el discurso social va de que hay que ser moderado, llegar a grandes acuerdos, ser buena gente, pero cuando alguien hace ese intento, no sé si gusta. No hablo de mí, o no solo, pero el que hace eso acaba siendo mirado como incompetente para el mundo en que vivimos. Parece que hay que tener un buen enemigo para ser alguien y eso no va conmigo.
¿Le afectaron la dureza y las críticas personales de la campaña?
Me sentí muy incómodo, y creo que se me notaba, además, para qué voy a engañar... Pero no le echo la culpa a nadie de mis propias incomodidades. Cuando vi que los resultados eran tan malos, lo que hice fue retirarme, hacerme cargo, hacerme corresponsable, que no culpable. No me gustan los discursos de culpabilidad.
¿No da nunca puñetazos en la mesa?
Sí, y no es nada recomendable llegar a ese punto, según dicen los que me han visto. Cuando doy un puñetazo en la mesa tengo la percepción de que no estoy siendo justo con alguien. Enfadado no me gusto.
Pero se cabreará igual.
Claro, pero no quiero, no juego a eso. Yo también sé ser malo, ser una persona insoportable y canalla, pero no quiero y he decidido no serlo. Eso también es una conquista. También sé odiar, pero no quiero odiar. Si odio, me hago más daño a mí que a nadie. Lo que no quiere decir que no lo pase mal.
En todos los trabajos se llora.
Sí, y no todos los hombres no lloran. No soy de fácil llorar, pero sí de congoja y de desazón. Se ganan y se pierden cosas en el camino, y a mí eso es lo que me importa, no perderme en el camino.
¿Ha estado desorientado?
No, pero he notado algunos extravíos, entonces, estoy tratando de no extraviarme. Porque, en algunos momentos, tengo que decir que igual me he reconocido menos en lo que hacía, y eso me ha hecho sufrir mucho.
¿Notó que perdía pie?
No, pero a veces igual no tenía como yo quería los dos pies sentados. Esto es como cuando corres, que un pie está en el aire, y como te descuides, puedes tropezar.
¿Le hicieron otros la campaña?
Hay que distinguir entre campaña y candidato, y yo no fui la campaña, fui el candidato. Quienes hacen la campaña la hacen con la mejor voluntad y no tengo queja. Pero yo no soy una campaña, soy una persona individual que hace lo que puede, a veces bien, y a veces, mal.
¿Se ha sentido solo en la derrota?
Eso llevaría días hablarlo. Solos estamos todos de una forma o de otra, pero no me he sentido abandonado. Ahora incluso tengo que organizarme para que mi vida no sea una sucesión de almuerzos con gente que quiere verme.
¿Le vio las orejas al lobo?
No. El cuerpo me dio un aviso. Cuando entras al hospital con algo del corazón la inquietud está ahí, pero el médico me tranquilizó diciendo que lo mío no era de morirme. Siempre he tenido la percepción de que iba a morir joven, quizá por eso estudié filosofía. Ya muy joven no será.
¿Le queda algo del religioso ‘corazonista’ que fue? ¿A qué santo le reza?
No rezo, yo invoco, no sé a quién, a mis padres, a quienes ya no están. Cuando algo te desborda, cuando percibes tu vulnerabilidad, a veces, pido socorro. Pero no soy pío.
¿Le sorprendió el ‘aviso’?
Bueno, en la campaña, todos los días Carmen, mi mujer, me decía ‘te va a dar algo’. Era una batalla muy exigente y muy dura para como soy yo. Igual algunos deducirán de ahí que no valgo para esto. Puede ser, no sé.
¿Decepcionado de la política?
Decepcionado, no. Soy muy difícil de decepcionar y de entusiasmar. Sabía de qué iba esto. Cuando me hicieron ministro de Educación dije que saldría con arañazos. Y, sí, he salido con arañazos y con algún rasguño mayor. La política es dura, la vida es dura, la confrontación es dura. Aparte de ideas, se confrontan poderes, intereses. No es terreno inocente.
¿Huele mal?
Mal, no. Huele. Tiene días. Tampoco me gustan esos discursos de descalificación de la política, sin matices, a brochazos. Ni de los jueces, ni de los periodistas. Al final, por esa vía, se llegará a descalificar a mi padre, que era carnicero, y no quiero, porque mi padre era un buen tipo.
Los Gabilondo, usted y su hermano Iñaki, siempre citan a sus padres. ¿Tanto les marcaron?
Sí, podemos ser hasta pesados, pero la sensación de orfandad no la pierdes nunca. Iba a decir que todos los días me acuerdo de ellos, pero es más justo decir que nunca les he olvidado. Cuando me pasa algo, aún me sale llamar a casa para contárselo, y vuelves a descubrir que no puedes.
Y ahora, ¿qué?
Ese es el lema de la Universidad Autónoma, de la que fui rector: Quid Ultra Faciam, algo así como ‘Y ahora qué debo hacer’. Pues no sé. Tengo ganas, mono si quieres, no tanto de política, pero sí de desafíos. De hacer algo con otros con una dimensión social. De ganar y perder con otros. No sé, igual esto mío es una enfermedad, pero aún no quiero echar miguitas a las palomas en el parque.
ASPIRANTE A PROFESOR
Así, más que catedrático de Metafísica, más que rector de la Universidad Autónoma de Madrid y presidente de la Conferencia de Rectores, más que político independiente, más que exministro socialista de Educación, quiere, habiendo sido todo lo anterior, presentarse al mundo Ángel Gabilondo (San Sebastián, 72 años). Retirado de la política tras su severa derrota electoral en Madrid en las autonómicas del pasado 4 de mayo, el profesor se encuentra en "un periodo de reflexión" antes de decidir su futuro. Tiene claro que no desea, aún, dedicarse a dar de comer a las palomas en el parque.