Josefa de la Calle, monja y miliciana contra Franco

Su expediente, de más de 500 páginas, recoge múltiples testimonios en su favor de religiosos. Murió ciega y enferma en prisión

León de Huelves, esposo de Josefa de la Calle, en 1936.

“Ruego inmediata detención de Josefa Lacalle así como de su esposo, León de Huelves, y puesta a disposición de este juzgado por hechos gravísimos”, reza un telegrama de 1939 incrustado en el sumario del juicio sumarísimo de la pareja. Su expediente por “auxilio a la rebelión” [el delito del que los golpistas acusaban a los leales al Gobierno republicano] ocupa 521 páginas hiperbólicas. Él, abogado, afiliado al PSOE, había presidido el Jurado Popular de Urgencia en Ciudad Real, una especie de tribunal que al estallar la Guerra Civil imponía multas a “los desafectos de la República”. Ella había ...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

“Ruego inmediata detención de Josefa Lacalle así como de su esposo, León de Huelves, y puesta a disposición de este juzgado por hechos gravísimos”, reza un telegrama de 1939 incrustado en el sumario del juicio sumarísimo de la pareja. Su expediente por “auxilio a la rebelión” [el delito del que los golpistas acusaban a los leales al Gobierno republicano] ocupa 521 páginas hiperbólicas. Él, abogado, afiliado al PSOE, había presidido el Jurado Popular de Urgencia en Ciudad Real, una especie de tribunal que al estallar la Guerra Civil imponía multas a “los desafectos de la República”. Ella había vestido el hábito de monja.

Julián López García, catedrático de antropología y director del Centro Internacional de Estudios de Memoria y Derechos Humanos de la UNED, descubrió el sumario en 2013 en el Archivo Histórico General de Defensa y publicará una investigación específica. Asegura que jamás se había encontrado nada igual. “Nunca vi, entre los centenares de juicios sumarísimos que he analizado, tal cantidad de escritos de religiosos, ni pliegos de descargo tan bien construidos, pero tampoco informes tan demoledores como los que elaboró contra ella la Delegación de Información de Falange”.

Josefa y su hermana mayor, Ángela, se habían quedado huérfanas cuando la primera tenía 11 años. El capellán del Asilo de Niñas Huérfanas de Béjar (Salamanca) su localidad natal, así como otras 15 monjas y sacerdotes, explicaron ante el juez que ambas mostraron desde pequeñas “arraigados sentimientos cristianos”; que la mayor se hizo religiosa y Josefa, que también tenía vocación, “partió para el noviciado que la congregación tiene en Hortaleza, Madrid, donde vistió el santo hábito”; que, debido a “su disposición para el estudio”, cursó magisterio y “en las vacaciones estivales”, cuando volvía al convento, “no salía con chicas de su edad porque su mayor gozo era estar al lado de las religiosas”. El sumario describe así su llegada al pueblo donde iba a ejercer de maestra interina: “Demostrando su fe ardiente por los dogmas de nuestra religión, entró de rodillas en la parroquia de Almodóvar del Campo [Ciudad Real] desde la puerta hasta el altar mayor”.

“Enseñaba a las niñas las delicias del amor sensual”

Unas páginas atrás, el informe del servicio de información de Falange en Ciudad Real presenta a una Josefa radicalmente distinta: “Se hizo novia y con un marcado coquetismo, (...) entregándose a cuantos hombres le venía en gana. Se hizo amante de un diputado a Cortes socialista y de unos treinta muchachos más de Almodóvar, (...) celebraban orgías. (...) Ya iniciado el Movimiento, se caracterizó siempre por ideas marxistas inclinando el ánimo de su marido para que cometiera asesinatos, (...) denunciando a sus antiguos amantes, la mayoría de los cuales fueron paseados”. “Las condenas que su marido imponía en el Jurado Popular de Urgencia siempre le parecían pequeñas y mostraba siempre su singular predilección para que los fascistas de Almodóvar fueran todos asesinados (...) Alardeaba de ateísmo (...) Defensora del amor libre, amante de casi todos los dirigentes rojos, enseñaba a las niñas las delicias del amor sensual. Inmoral hasta el último grado, empedernida, el calificativo que mejor le cuadra es el de una vulgar ramera, peligrosísima y enemiga acérrima de la causa nacional”.

Aquella mujer “peligrosísima” medía 1,40 centímetros. No existe fotografía suya, solo la descripción del propio sumario, que añade que tenía “el pelo negro, nariz aguileña, boca pequeña y cejas al pelo”. No era atea, como tampoco su marido, que durante sus estudios de Derecho en Madrid había formado parte de la Asociación de Estudiantes Católicos. El expediente incluye la declaración del cura al que recurrieron para que bautizara clandestinamente, “en una época de plena persecución de los sacramentos”, a su única hija, María de los Dolores, nacida el 24 de agosto de 1937.

Telegrama de 1939 pidiendo la detención inmediata de León de Huelves y su esposa, Josefa de la Calle.

En sucesivas declaraciones ante el juez, Josefa desmiente todos los cargos. Asegura que no es cierto que indujera a su marido a cometer asesinatos “puesto que no cometió ninguno”; que no ha tenido “ningún amante” y, por tanto, no ha podido “denunciarlos”; que son falsos “los alardes de ateísmo”; que nunca predicó a la infancia teorías marxistas o de amor libre porque las desconocía y porque sus alumnas tenían “cinco años”. Sí admite formar parte del sindicato de trabajadores de la enseñanza.

León, cesado por blando

El sumario presenta a León de Huelves a veces como una marioneta en manos de Josefa —”No hacía nada sin el previo consejo de su mujer, destacada marxista que actuaba entre bastidores, instigadora por antonomasia”; “se casó a sabiendas de que ella tenía varios amantes”...— y otras como alguien con un “instinto criminal insaciable” que “nunca veía satisfecha su sed de sangre” y “ponía detenidos en libertad [a los acusados en el jurado de urgencia] para que fueran asesinados” por milicianos al salir. En sus declaraciones también niega todos los cargos y como es abogado, envía, además, multitud de escritos al juez solicitando la práctica de diligencias, careos con los denunciantes —varios de ellos habían pasado por el jurado popular de urgencia que presidía— y proponiendo testigos en su favor. León explica que aquel organismo no dictaba penas de muerte, únicamente estaba facultado para imponer multas, que la mayoría no se pagaban y que, de hecho, fue destituido y enviado como juez de instrucción a Vélez-Rubio (Almería) porque “los partidos políticos consideraban que suavizaba las penas”.

El documento comparte con otros consejos sumarísimos las vaguedades de las acusaciones de aquellos procesos sin garantías donde los militares elegían al juez, al fiscal y al abogado de los procesados, que no hablaba con sus clientes —“No conozco al acusado, pero es público que”; “parece ser”; “por referencias”; “la cree capaz de hacerlo”; “infinidad de personas”; “es de suponer”...—, y solía ser un oficial sin formación legal. León y Josefa no son acusados de cometer asesinatos, sino de ser “autores morales” o “inductores” de los mismos. En la página 16, sus víctimas mortales son “32 personas de orden y adictas al Glorioso Alzamiento”; en la página 93, “muchas, no pueden determinarse”; en la 142, “varios millares, 3.000 aproximadamente”; en la 183, bajan a “35”.

Escondite de religiosos

Sin embargo, el sumario incluye testimonios en el sentido contrario, de religiosos y “derechistas” de distintas provincias que aseguran que el matrimonio les salvó la vida y les ayudó en todo lo que pudo. Vecinos de Vélez-Rubio relatan que su casa fue “escondite de cuantos sentían algún temor persecutorio y que albergaron a dos religiosas del convento que nadie se atrevía a recoger por miedo a represalias marxistas”. Así lo corrobora el párroco de Vélez-Rubio —”permanecí en su domicilio”; “evitaron encarcelamientos, persecuciones y en algunos casos la muerte”—; el secretario del juzgado de la localidad, que afirma que salvó a un militar “al que habían matado dos hijos”; uno de los denunciados ante el jurado popular de urgencia que presidía León—“Me trató con toda consideración, no permitiendo mi encarcelamiento y siendo absuelto”—; una vecina de Pedro Muñoz “detenida por el comité rojo”, o un hombre presentado por el alcalde de Trujillo (Cáceres) como “de excelente conducta moral, religiosa y política”, que relata cómo, al enterarse de que su hijo había sido juzgado y condenado a muerte por “espionaje”, el matrimonio les ofreció a él y su esposa refugiarse en su casa y les enviaba “alimentos cada diez días”.

Ninguna de esas declaraciones les sirvió. Como tampoco los escritos de León advirtiendo de que su esposa estaba enferma y había tenido “problemas mentales”. El forense que la examinó dijo que todo era “histeria”. Josefa murió ciega el 29 de noviembre de 1943, en la cárcel de Ciudad Real tras haber pasado por la de Ventas (Madrid). León fue condenado a muerte el 4 de diciembre y ejecutado a las 6.55 del 4 de agosto de 1944 en la misma ciudad. Ambos tenían 34 años.

La sorpresa de su nieto

Aquella niña que había sido bautizada en la clandestinidad, María de los Dolores, se crio con la hermana monja de Josefa en un colegio religioso, como habían hecho su madre y su tía. Posteriormente se casó y tuvo dos hijos. Uno de ellos, Juan Navarro, de 55 años, relata a EL PAÍS, muy emocionado, que desconocía la historia de su abuela. “Siempre creímos que ella había muerto en el parto de mi madre. Mi tía abuela no le contó nada a mi madre, creemos que para protegerla, pero me consta que hizo todo lo que pudo para salvarla y conociéndola a ella es imposible que le hiciera daño a nadie. De mi abuelo, León, sí sabíamos más, porque su hermana Carmen, que también cuidaba mucho a mi madre, sí nos contaba cosas y porque mi padre buscó documentación sobre él en los años ochenta. Sabemos, por ejemplo, que fue un ingenuo, porque le animaron a huir a Francia o a México y se negó porque dijo que nada malo había hecho y de nada podían acusarle”.

La hija de Josefa se hizo maestra, como su madre. Juan es abogado, como su abuelo.

“Nuevas Evas, nuevas brujas”

El antropólogo Julián López explica que “en los juicios de franquismo, como en los del estalinismo o de cualquier dictadura, no se perseguía ninguna justicia y por eso no puede haber ninguna verdad”. Recuerda que multitud de denuncias escondían “deseos de venganza o ejemplaridad”, y que a menudo se atacaba a otro para protegerse uno mismo. “En la reciente tesis doctoral de Alfonso Villalta Entre líneas. Los juicios sumarísimos de la posguerra española”, añade, se relata cómo el delegado de Información de Falange de Ciudad Real entre 1939 y 1941, José Luna [autor del demoledor escrito contra Josefa], fue denunciado por informes falsos”. También destaca el distinto lenguaje de los juicios sumarísimos a mujeres: “Se quiere transmitir la idea de que ellas eran unas nuevas Evas, unas nuevas brujas que incitan a sus maridos a hacer el mal, disolvían la nobleza masculina, se comportaban de manera poco o nada femenina y practicaban el sexo de manera alejada del canon dictado por el judeo-catolicismo. Así, a menudo son calificadas como promiscuas, no obedientes”. “En ese sentido”, añade, “si Eva es como la antítesis de la Virgen o de la monja, Josefa venía muy bien para la representación de la inversión: después de vestir el hábito, habría vestido el mono de miliciana; después de haberse casado con Dios se habría unido a muchos hombres...”.

El anteproyecto de ley de memoria democrática establece que las sentencias de consejos de guerra, así como las condenas y sanciones “dictadas por motivos políticos, ideológicos o de creencia” durante el franquismo serán anuladas.

Procesión del Corpus en la cárcel de Ventas, 1939.Santos Yubero (Archivo Regional de la Comunidad de Madrid)


Sobre la firma

Más información

Archivado En