Los paraísos de la derecha única

El sentimiento de identidad y la fortaleza de PP y PNV impiden que el discurso españolista de Vox y Ciudadanos cale en Galicia y País Vasco

El presidente de Vox, Santiago Abascal, recorre durante la precampaña junto al candidato de Vox por A Coruña y otros militantes el último tramo del Camino de Santiago.Xoán Rey (EFE)

Galicia amaneció el pasado 11 de junio invadida por 10.000 globos verdes con un lema en su lengua propia: “Galicia é verde”. ¿Acción publicitaria? ¿Reivindicación ecologista? Se trataba en realidad del arranque de la precampaña de la extrema derecha. Vox, un partido que no ha conseguido nunca ni un solo diputado o concejal ni en esta nacionalidad histórica ni en el País Vasco, ha empezado a usar el idioma gallego para tratar de seducir al electorado. Su líder, Santiago Abascal, ...

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Galicia amaneció el pasado 11 de junio invadida por 10.000 globos verdes con un lema en su lengua propia: “Galicia é verde”. ¿Acción publicitaria? ¿Reivindicación ecologista? Se trataba en realidad del arranque de la precampaña de la extrema derecha. Vox, un partido que no ha conseguido nunca ni un solo diputado o concejal ni en esta nacionalidad histórica ni en el País Vasco, ha empezado a usar el idioma gallego para tratar de seducir al electorado. Su líder, Santiago Abascal, difundió incluso un vídeo presumiendo de genética galaica con su abuela de Lugo y criticando que Alberto Núñez Feijóo (PP) introduzca palabras en castellano cuando habla en gallego.

El vídeo de Abascal y su abuela gallega.

El paso dado por Vox es un sorprendente intento por conectar con unos votantes que, al igual que los vascos, le han dado la espalda tanto al partido de Abascal como a Ciudadanos. El historiador Xosé Manoel Núñez Seixas, Premio Nacional de Ensayo en 2019 por una obra sobre el nacionalismo español, atribuye los fracasos electorales de estas dos fuerzas en Galicia y Euskadi a la capacidad del PP gallego y del PNV para captar votos fuera de las fronteras ideológicas que se le presuponen. El partido de Iñigo Urkullu maneja una “ambigüedad calculada” en el discurso para seducir a votantes no nacionalistas, señala. Y la formación de Feijóo tiene “habilidad” para convencer tanto a ciudadanos que en las generales “se escoran hacia la extrema derecha” como a aquellos que tienen “una sensibilidad galleguista moderada”. “En Galicia no hay terreno fértil para un mensaje españolista que ignore la identidad gallega”, explica Núñez Seixas.

Según el CIS, un 65% de los habitantes de Galicia dicen sentirse tan españoles como gallegos; un 19%, más gallegos que españoles; y solo un 4%, más españoles que gallegos. En las autonómicas de 2016, la candidata de Ciudadanos desplegó un discurso calcado al del resto de España que poco tenía que ver con la realidad autonómica y usó solo el castellano en el debate con el resto de aspirantes en la Televisión de Galicia. El día de las votaciones, los casi 134.000 apoyos que había recabado Albert Rivera tres meses antes en las generales del 26-J se quedaron en poco más de 45.000 votos.

La politóloga Nieves Lagares entiende que la negación que Cs y Vox hacen del “hecho diferencial” de Galicia y Euskadi está en la base de su incapacidad para entrar en estos territorios. Estos partidos, esgrime, plantean la existencia de una lengua cooficial y la “diferencia de servicios entre comunidades” como una “diferencia de derechos” y no como un valor y una “diferencia de necesidades”. El éxito del PP en Galicia se explica porque supo explotar la “idea de galeguidade” mucho antes que otras formaciones, creando en los votantes de la derecha “una cultura política incompatible con Vox”, afirma esta profesora de la Universidad de Santiago. “Vox y Ciudadanos se han hecho fuertes en la confrontación de identidades y con modelos conflictivos y excluyentes, por lo que es imposible su implantación en territorios donde predominan modelos identitarios inclusivos o compartidos”, añade.

Vox, a diferencia de lo que hizo en el País Vasco, no se presentó a los comicios de 2016 que volvió a ganar Feijóo, quien tras recuperar la Xunta en 2009 por los pelos con un discurso españolista ha aprendido a ampliar sus mayorías sacando pecho autonomista cuando llegan las gallegas. En el resto de citas los resultados de la extrema derecha han sido muy discretos: en las europeas de 2014 logró 7.800 votos; 1.200 en las generales de 2015; y 1.000 en las de 2016. En las dos generales de 2019, a la vez que los populares gallegos perdían apoyos, el partido de Abascal mejoró, pero no tanto como para lograr representación. Su techo fue en noviembre con 114.800 papeletas (7,8%).

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Abascal (Bilbao, 1976) tampoco es profeta en su tierra. Afincado hasta que se trasladó a Madrid en Amurrio (Álava), donde su familia tenía una tienda y donde ETA intentó asesinar a su padre, el presidente de Vox no ha obtenido representación institucional en Euskadi y, según las encuestas, tampoco lo conseguirá el 12-J. El electorado le da la espalda pese a que elección tras elección ha ido mejorando los apoyos, lejos todavía de un porcentaje significativo como para aspirar a un escaño.

En los anteriores comicios vascos Vox logró 774 votos en la única circunscripción en la que completó una lista, en Álava. Ni el paso de Abascal como concejal en Llodio, ni su etapa en las Juntas Generales de Álava, ni su lustro como parlamentario vasco —siempre por el PP— le han hecho acreedor de la confianza de los ciudadanos. “Euskadi tiene uno de los porcentajes más bajos de apoyo a la ultraderecha de toda Europa”, asegura Braulio Gómez, investigador de Deusto y doctor en Ciencia Política y Sociología por la Complutense.

El director del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda de la Universidad Pública vasca, José María Ortiz de Orruño, cree que un factor determinante es el pasado de represión del franquismo en el País Vasco y el recuerdo de la lucha antifascista. “Ese sentimiento antifranquista que compartió la sociedad vasca con grandes movilizaciones de todo tipo, en la universidad, en las empresas, e incluso desde muchos centros parroquiales en torno a los que se organizaba también la juventud, se ha mantenido con el paso del tiempo”, apunta el profesor de Historia Contemporánea.

Hace un año, el Deustobarómetro, el sondeo del que es responsable Braulio Gómez, concluyó que el 74,3% de los vascos rechaza a Vox; el 59,1%, al PP y el 54%, a Ciudadanos. En cuarto lugar en el ranking de rechazos estaba EH Bildu con el 26,9% de los encuestados. Gómez cree que la bandera del antinacionalismo excluyente que enarbola Vox como seña de identidad no encaja siquiera con el tradicional electorado de derechas: “El electorado vasco que ha apoyado y apoya al PP no es antinacionalista, no se enfada si su partido pacta con el PNV”. En el último Deustobarómetro, en una escala del cero al diez donde la primera cifra representa la mayor proximidad a la extrema izquierda y la última la máxima cercanía a la extrema derecha, solo el 1,7% de los encuestados se situaron entre el ocho y el diez.

La derecha vasca es foralista, defiende los derechos históricos que consagra la Constitución y la capacidad de las diputaciones para recaudar los principales impuestos. Este planteamiento choca con las tesis recentralizadoras que predica Vox y con las de Cs que, hasta que pactó en 2019 con UPN una coalición en Navarra, defendía la eliminación del sistema de Concierto Económico.

“En diciembre será el 50º aniversario del Proceso de Burgos y en 2026 el 50º de los sucesos del 3 de marzo en los que la policía asesinó a cinco trabajadores en las huelgas de Vitoria. Fueron años de grandes movilizaciones en el País Vasco y de una lucha general contra el régimen y contra los grupos parapoliciales”, recuerda Ortiz de Orruño para explicar que en Euskadi no hay demasiado espacio para la extrema derecha entre el nacionalismo moderado del PNV, que se identifica con la democracia cristiana, y el PP, convertido en un partido de poder en Álava.

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