Análisis

Miércoles de resaca

El intercambio de reproches reduce al mínimo el tiempo dedicado al coronavirus en el debate del estado de alarma

Madrid -
Pablo Casado, este miércoles, durante el debate del estado de alarma.La Vanguardia/POOL (Europa Press)

El pleno del Congreso arrancó a las diez de la mañana como una moviola del debate de la semana pasada, con la revisión exhaustiva de las jugadas más polémicas en el área, las declaraciones más duras lanzadas desde la tribuna en el partido anterior. Y concluyó seis horas más tarde sin que se hubiera hablado apenas del motivo del encuentro, la prórroga del estado de alarma. Lo subrayaron varios portavoces parlamentarios, como Ai...

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El pleno del Congreso arrancó a las diez de la mañana como una moviola del debate de la semana pasada, con la revisión exhaustiva de las jugadas más polémicas en el área, las declaraciones más duras lanzadas desde la tribuna en el partido anterior. Y concluyó seis horas más tarde sin que se hubiera hablado apenas del motivo del encuentro, la prórroga del estado de alarma. Lo subrayaron varios portavoces parlamentarios, como Aitor Esteban, del PNV, Íñigo Errejón, de Más País, Tomás Guitarte, de Teruel Existe, o Ana Oramas, de Coalición Canaria, que acudieron a la Cámara —más concurrida este miércoles, con 93 diputados presentes— en el papel de espectadores espantados de un partido lleno de zancadillas.

El escaso tiempo dedicado al motivo de la votación, la nueva prórroga del estado de alarma, se invirtió en la crítica a la red de alianzas tejidas para aprobarlas, en cuyas negociaciones también se colaron asuntos sin relación alguna con el coronavirus. Edmundo Bal, de Ciudadanos, quiso subrayar que su voto no era “a favor del Gobierno” y Sánchez le echó un capote al recordar más tarde que no son “socios”. Previamente, Gabriel Rufián, de ERC, que permitió su investidura, aseguró que Ciudadanos es “Vox en fase 1” y su líder, Inés Arrimadas, “Rosa Díez en fase 2”. Juntos, pero no revueltos.

El espacio dedicado a la epidemia fue achicándose con referencias a Hitler, Mussolini, Napoleón y Nicolás Maduro y quedó prácticamente reducido al debate sobre la manifestación del 8 de marzo, menos de una semana antes de que se decretara el estado de alarma. “¡Viva el 8-M!”, proclamó Sánchez. “Es tanto como decir "¡Viva la enfermedad! ¡Viva la muerte!”, tradujo después al lenguaje de Vox su líder, Santiago Abascal. La manifestación sirvió también de percha para abordar la crisis abierta en el Ministerio del Interior por el cese del coronel Diego Pérez de los Cobos, de cuya comandancia salió el informe para la juez que investiga los actos multitudinarios de los primeros días de marzo. Pero ese era, en realidad, el plato fuerte del segundo tiempo, la sesión de control al Gobierno que comenzó inmediatamente después del pleno sobre el estado de alarma.

La revisión de las palabras gruesas de sus últimos encuentros con la que se había iniciado la sesión —“hijo de terrorista”; “parásitos”…— parecía apuntar a un propósito de enmienda. La presidenta del Congreso, Meritxell Batet, había comenzado el debate reclamando un “comportamiento ejemplar” a sus señorías y tanto el presidente como los portavoces de los grupos prometieron “no entrar en provocaciones” al inicio de sus intervenciones. Pero el repaso a los insultos de sus declaraciones previas no era arrepentimiento, era resaca. Los contendientes empezaron reprochándose las supuestas alineaciones de cada bando: “Casado-Abascal”; “Sánchez-Otegi”; “Iglesias-Maduro” y se embarcaron en un nuevo intercambio de acusaciones y descalificativos. El líder del PP llenó el hemiciclo de pirómanos, envenenadores, patos cojos, magos de verbena y boxeadores sonados. Santiago Abascal añadió “fanfarrones de poca monta” y aseguró que Pablo Iglesias deseaba la guerra civil. Jaume Asens, de Podemos, acusó a los populares de “blanquear la dictadura” y no dejar morir a ETA, de nuevo, omnipresente en el discurso de la derecha pese a llevar dos años disuelta.

En el déjà vu permanente, Pablo Casado se remontó a la moción de censura de hace dos años y Pedro Sánchez repitió una frase que utilizó por primera vez en un debate de investidura y cada vez desde entonces: “Señor Abascal, Casado se lo ha puesto muy difícil”. “Se acabó el berrinche, usted ha perdido cinco elecciones en un año y tiene bastante prisa por perder la sexta”, añadió el presidente dirigiéndose al líder de la oposición. Casado sospechó de la cifra de 0 muertos por coronavirus de los últimos días y sugirió que era “un buen titular” para llevar a la Cámara. Sánchez le replicó con otra acusación mal escondida: “Imagino que estará contento de que llevemos dos días sin fallecidos por el covid. Si no, daría la sensación de que usted lo único que hace es utilizar a los muertos contra el Gobierno de España, como ha hecho siempre el PP cuando ha estado en la oposición”.

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