Opinión

Se nos va un hombre de Estado

Landelino Lavilla supo representar como nadie el centro político, la moderación y la honradez

Landelino Lavilla (izquierda) y Alfonso Guerra conversan en el Congreso.Uly Martín

Un gran hombre, culto, afable, de generosa sonrisa y sabiduría serena. Se mantuvo activo hasta el final de sus días, al frente de la sección primera del Consejo de Estado. Hace tan solo dos días estábamos al teléfono debatiendo apasionadamente uno de los expedientes que tenía sobre la mesa. La frescura y la intensidad de sus argumentos no presagiaban el triste desenlace que se produjo tan solo unas horas después. Su mente brilló hasta el final.

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Un gran hombre, culto, afable, de generosa sonrisa y sabiduría serena. Se mantuvo activo hasta el final de sus días, al frente de la sección primera del Consejo de Estado. Hace tan solo dos días estábamos al teléfono debatiendo apasionadamente uno de los expedientes que tenía sobre la mesa. La frescura y la intensidad de sus argumentos no presagiaban el triste desenlace que se produjo tan solo unas horas después. Su mente brilló hasta el final.

Landelino supo representar como nadie el centro político, la moderación y la honradez. Encarnaba la buena política. Rindo tributo a su generosidad intelectual, que mostraba cada vez que en el Consejo nos enfrentábamos a un desafío jurídico, que él nos ayudaba a diseccionar, a analizar y a resolver. Fue un jurista fino y sensible, abierto no solo a compartir su sabiduría, sino a enriquecerla con nuevas ideas. Era un gran orador, pero también sabía escuchar como nadie. Todos los que hemos trabajado con él reconocemos sus exquisitas maneras, su calidez, su mirada curiosa y su excepcional cabeza jurídica. Lo adornaba la elegancia de la inteligencia. Y lo acompañaba la ligereza delicada de la modestia.

Su contribución a la democracia es de todos conocida. Ahora que se habla de reeditar los Pactos de la Moncloa nos abandona uno de sus forjadores. Eduardo García de Enterría dijo de él que fue el principal artífice jurídico de la transición. Sus aportaciones fueron decisivas.

En 1959 ingresó en el Cuerpo de Letrados del Consejo, tras aprobar la oposición con el número 1 de su promoción. Y tras su trascendental periplo político, volvió a la Institución que tengo el honor de presidir, ya como Consejero Permanente, en 1983. Landelino fue uno de los puntales de la comisión permanente del Consejo de Estado, donde presidió varias de sus secciones. Sus intervenciones y aportaciones fueron siempre del máximo nivel. Era un placer escucharle y aprender con él. Su trabajo ha sido ejemplar y ha dejado una huella indeleble en esta institución a la que fue profundamente leal y a la que se dedicó con un compromiso inquebrantable. Quiero destacar el esfuerzo que realizó en el último mes para adaptarse al teletrabajo que tuvimos que implantar en el consejo para poder seguir funcionando durante el confinamiento al que nos hemos visto obligados ante la inesperada irrupción de la pandemia del coronavirus. Asistió a todas nuestras reuniones virtuales y participó activamente en las mismas, se adaptó a un ambiente que le era ajeno y lo hizo con muchísima ilusión, dedicación y alegría.

Era un amigo. Un hombre cercano, afable, sencillo, honesto, al que echaré muchísimo de menos y al que añoraremos todos en el Consejo de Estado.


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