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El blog de viajes
Por Paco Nadal

Palencia con “p”, la ciudad tranquila perfecta para visitar a pie

Un fin de semana por la bella desconocida para conocer su impresionante patrimonio monumental, sus parques y los mejores lugares para comer

Le llaman la bella desconocida y tiene fama de ser una de las capitales españolas menos visitadas. Por extraño que parezca, en plena era de la turismofobia, de la masificación y de la lucha de muchas ciudades por frenar el crecimiento turístico, existe una urbe tranquila, apacible y peatonal en la que se puede hacer todo a pie, perfecta para un fin de semana, con un impresionante patrimonio monumental. Es Palencia, con “P”. Una ciudad donde a todas horas se escucha el tañir de las campanas, huele a café (alberga dos de las cinco fábricas de este producto que existen en Europa) y donde las pastelerías parecen tiendas de Apple, tan elegantes y minimalistas.

Palencia es, sobre todo, la ciudad de las iglesias góticas, cada una con su particularidad. La de San Miguel tiene la torre más curiosa que he visto en mi vida: 70 metros de altura, prácticamente hueca en su interior, con enormes ventanas de arcos ojivales y más aspecto de fortaleza que de campanario. La de San Pablo alberga en la capilla Mayor una soberbia cúpula octogonal sobre trompas decoradas, que en realidad se hizo como mausoleo renacentista de los primeros marqueses de Poza, Juan de Rojas y María Sarmiento. La de San Francisco, junto a la plaza Mayor, es una joya tardogótica que fue sede de concilios y de reuniones de las Cortes de Castilla, aunque por desgracia solo se puede visitar los domingos, durante el horario de culto.

Aunque la iglesia más sorprendente y la que justificaría por sí sola el viaje es la catedral, de las más grandes de España en extensión. El primer templo palentino es una superposición de estilos que van de la primitiva iglesia visigoda del siglo VII, de la que se conservan dos columnas y tres arcos en la cripta de San Antolín —a su vez, una ampliación románica—, a la estilizada altura de sus naves con bóvedas de crucería gótica o las obras que Juan de Flandes pintó para el gran retablo renacentista. Y aún están a la espera de excavar unos restos tardorromanos recién aparecidos. Es decir, más de 17 siglos de historia superpuesta en el mismo solar.

La última gran intervención del Cabildo para atraer visitantes es la apertura de un recorrido guiado por las tripas del edificio. Una antiquísima escalera de caracol permite subir al triforio, la galería estrecha y elevada que recorre el interior de la nave central y que permite verla desde arriba, una perspectiva inusual. Luego se sale al exterior y por una pasarela metálica se camina sobre las bóvedas y el tejado, entre arbotantes, vidrieras y gárgolas, lo que termina por dar una visión desconocida para el gran público de las costuras de una catedral gótica.

Tras una mañana con sobredosis de monumentalidad, llega la hora del aperitivo y el almuerzo. Palencia no es una ciudad que se identifique con el tapeo, como puedan ser Valladolid o San Sebastián. Los palentinos son más de alternar con unos vinos o unas cervezas, a solas. Lo que no quita para que haya varios templos de la tapa. Por ejemplo, El Maño (abierto desde 1918), con riquísima cocina regional, o La Mejillonera y sus famosas patatas bravas, símbolo gastronómico de la ciudad. También tienen buena barra en La Traserilla, en La Tasquita (plaza de San Pablo, 4) o en D’Candela.

Para comer, el mejor restaurante de Palencia, en mi humilde opinión, es Terra Palencia, del chef Roberto Terradillos, con un menú degustación que será merecedor de alguna estrella Michelin más pronto que tarde. También tienen menú degustación y a la carta en Ajo de Sopas, donde el chef Alberto Soto recrea su particular visión de la cocina castellana. Más informal, pero con una carta muy original basada en la fusión, es Diecinueve.

Por la tarde es buen momento para dar un paseo lento e ir fijándose en los detalles por la vía más transitada de Palencia y por el que ya habrás pasado varias veces: la calle Mayor. Es la arteria principal del casco viejo y peatonal. Una calle anormalmente ancha, grande y larga, con muchos edificios porticados y algún comercio antiguo y tradicional que sobrevive de milagro entre las modernas franquicias que han tomado ya al asalto este tipo de calles en todas las ciudades. A la calle Mayor se asoman bastantes fachadas modernistas, casi todas firmadas por el arquitecto palentino Jerónimo Arroyo, discípulo de Gaudí y de Domènech i Montaner, que modernizó la faz urbana a principios de siglo XX.

Sin embargo, el más emblemático de los edificios de la calle Mayor es el Casino, en una esquina de los Cuatro Cantones. Su interior modernista es el original de finales del siglo XIX, cuando la burguesía palentina se reunía en estos salones dotados de una gran escalera de mármol y hierro forjado, cerchas de madera, estucos, lujosas lámparas y vidrieras… Aún es una institución privada solo para socios, pero todos los días a las once de la mañana hay una visita guiada y gratuita abierta al público. Para tomar una copa al terminar el día, nada mejor que las terrazas de El Salón, un conjunto de bares, unos tras otro, a lo largo del parque del Salón de Isabel II, uno de los jardines más céntricos de la ciudad, en el extremo sur de la calle Mayor.

Planes para el segundo día

La mañana del domingo se debe dedicar a los espacios naturales que rodean la ciudad. La ribera del río Carrión es el gran pulmón verde y zona de asueto de los vecinos, y está además a dos pasos del centro histórico. Hay carriles bici, grandes arboledas, zonas con césped en el parque de la Julia, prados y buenas sombras de chopos y álamos en el Sotillo de los Canónigos y las Huertas del Obispo, todo ello ambientado por los puentes históricos que han permitido el vado del río Carrión a lo largo de los tiempos. El más antiguo de todos es el de Puentecillas, medieval con algún basamento romano. El puente Mayor fue siempre la vía principal de acceso a Palencia; lo que vemos ahora es la ampliación y remodelación del siglo XIX. El más modernista es el puente de Hierro, una obra que se hizo por empeño de otro palentino ilustre de principio del siglo XX, Abilio Calderón, director general de Obra Pública del Gobierno de España por aquel entonces, aunque para construirlo hubiera que desmontar el arco del Mercado que daba acceso desde el Medievo a la calle Mayor y a la ciudad antigua para, con sus sillares, construir los de ese nuevo vado.

Luego se puede seguir el paseo hasta la dársena del canal de Castilla, una de las obras más locas que se hicieron en el reino. Por abreviar: en pleno siglo XVIII, en época de Fernando VI y con el marqués de la Ensenada al frente de la obra pública, se decidió abrir a pico y pala una red de canales navegables por toda Castilla que uniera las principales ciudades y centros productivos con el puerto de Santander. Con la pequeña salvedad de que por medio estaba la cordillera Cantábrica. Se consiguieron terminar 207 kilómetros de vías navegables, con tres ramales. Uno de ellos pasa cerca de Palencia, por eso se construyó una amplia dársena rodeada de almacenes donde atracaban las barcazas para cargar y descargar. Los dos caminos de sirga que van en paralelo al canal —que sale desde esa dársena en busca del entronque con el canal principal y de la esclusa doble que facilitaba sortear el desnivel a las barcazas— son una delicia para pasear en cualquier época del año.

No hay mejor lugar para acabar este fin de semana tranquilo por una ciudad que parece hecha a la medida del peatón y no del coche que —esta vez, sí— tomar uno para ir hasta las afueras en busca del cerro del Otero. Allí se levanta el enorme Cristo del Otero, el otro emblema de la ciudad. Se trata de una colosal imagen de un Cristo bendicente, obra del escultor palentino Victorio Macho, inaugurada en 1931. Es la estatua de Cristo más alta de España (22 metros) y una de las más grandes del mundo. Y, probablemente, la única con estética entre el cubismo y el art déco. En la base hay un centro de interpretación, en el que es interesante usar las gafas de realidad virtual para experimentar cómo se hizo la obra y dar un paseo por su interior.

Desde el mirador del Cristo del Otero se tiene una buena vista de las vegas del río Carrión, del monte El Viejo —otra zona de esparcimiento periurbano— y, sobre todo, de esa capital castellana que es una de las sorpresas aún por descubrir en Castilla y León.

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