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Blogs / El Viajero
El blog de viajes
Por Paco Nadal

Siguiendo las huellas de David Livingstone por Zimbabue, Zambia y Malaui

Las cataratas Victoria, travesía en canoa, una noche al raso, avistamiento de fauna... Un viaje siguiendo los hitos del gran explorador británico, que pasó más de 30 años caminando por África documentando ríos y luchando contra la esclavitud

El 16 de noviembre de 1855, el escocés David Livingstone tuvo que alucinar. Y eso que había visto cosas ya alucinantes en los 15 años que llevaba dando tumbos por África. Había cruzado dos veces a pie el desierto del Kalahari, había remontado por primera vez la cuenca alta del Zambeze hasta salir por el océano Atlántico y volver sobre sus pasos. Pero cuando a finales de ese año, tras descansar en la cabaña de su amigo Sekeleku, jefe de la tribu de los makololos, emprendió viaje de nuevo río abajo dispuesto a explorar esta ocasión lo que le quedaba de cuenca hasta la desembocadura, no imaginaba lo que le esperaba. Sekeleku ya le había advertido que se encontraría con “mosi” o “tunya”, el humo que truena. De esta manera se convirtió en el primer europeo en ver las impresionantes cataratas Victoria, por las que el río Zambeze se desploma al fondo de una gran grieta de 1.700 metros de largo y algo más de 100 de fondo. Aunque era poco dado a cambiar el nombre que los aborígenes daban a los accidentes geográficos, esta vez hizo una excepción y las bautizó con el nombre de su reina.

Apoyado en el pedestal la gran estatua de Livingstone —médico misionero reconvertido en explorador— que preside el mirador principal de las cataratas, yo también alucino cada vez que las veo. Una enorme ducha invertida de agua pulverizada asciende con fuerza por efecto de la caída y del gran caudal, elevándose decenas de metros sobre la sabana reseca. Y se me pone la piel de gallina aún pensando en lo que tuvo que sentir aquel hombre tenaz, terco, humanista y gran defensor de los derechos de los negros ante la lacra de la esclavitud cuando viera por primera vez este fenómeno de la naturaleza.

Estoy en el África Austral con un grupo de El País Viajes. El viaje se llama “Tras los pasos de Livingstone” y pretendemos recorrer Zimbabue, Zambia y Malaui siguiendo el rastro de sus andanzas en la segunda mitad del siglo XIX. Y claro, no podíamos haber elegido mejor lugar para empezarlo que en las famosas cataratas que él bautizó. El salto de agua hace frontera entre Zimbabue y Zambia, pero desde donde mejor se ve es desde la ribera zimbabuense, donde un sendero recorre la veintena de miradores que se asoman al abismo. Previo pago, obviamente, de 50 dólares de entrada.

En 1905 se construyó un puente de hierro que salva el cañón del Zambeze muy cerca de las cataratas. Era parte del trazado ferroviario que el magnate de la colonia británica de El Cabo, Cecil Rhodes, soñó y ayudó a financiar para unir por vía férrea Ciudad del Cabo con El Cairo a través de todas las colonias británicas de África del Este. El proyecto no se llegó a concluir, pero el puente fue durante décadas el único que salvaba el Zambeze en sus casi 2.500 kilómetros de recorrido, y aún hoy es la principal vía de comunicación entre el norte de Zimbabue y el sur de Zambia. Por él transita la línea férrea por la que pasan trenes de mercancías y otros turísticos de lujo, tipo Orient Express, de una compañía sudafricana. Por él cruzamos nosotros también para continuar el viaje.

La siguiente parada es Livingstone, la ciudad zambiana a nueve kilómetros de las cataratas. Es una típica ciudad africana —es decir, un caos— de unos 177.000 habitantes, donde lo único que justifica la estancia es el museo de Livingstone, el mejor del país. En realidad, se trata de una muestra bastante sencilla y casi naíf sobre antropología e historia de Zambia, pero tiene una sección dedicada al gran explorador británico del que toma el nombre. Para los mitómanos como yo, es una visita inexcusable. Se conservan muchos objetos originales de David Livingstone, como su famosa gorra, su abrigo, su botiquín, su espejo de estaño y madera, su paraguas, su rifle y su pistola. Hay abundantes cartas escritas de su puño y letra, de las muchas que enviaba a Inglaterra dando cuenta de sus hallazgos. Hay fotos históricas, como la de sus fieles Susi y Chuma, los dos sirvientes africanos de la isla de Zanzíbar que le acompañaron durante todos sus viajes al corazón del África negra y estuvieron con él hasta su muerte, que se produjo en Chitambo (Zambia) el 1 de mayo de 1873. Se pueden ver mapas de sus viajes, fotos de su mujer y de su familia y referencias al famoso encuentro con Henry Morton Stanley en Ujiji, actual Tanzania, en noviembre de 1871, donde supuestamente se produjo la frase más famosa de la era épica de las exploraciones africanas: “Doctor Livingstone, supongo”.

En canoa por el Zambeze

La ruta sigue por Zambia, río abajo, en un camión adaptado para estos viajes de aventura, salvando por carretera el gran lago que formó la presa Kariba, una de las mayores del mundo. Nuestro objetivo es la ciudad de Chirindu, en el sudeste del país, a unos 500 kilómetros de las cataratas. Allí, en un lodge a las afueras, nos esperan unas canoas para descender un tramo del Zambeze, como lo hizo Livingstone en su primer viaje por esta zona.

Aventurarse en una pequeña canoa tipo canadiense de dos plazas por el tercer río más caudaloso de África, pernoctando en acampada salvaje en sus riberas, no es un paseo turístico al uso. Tampoco una aventura arriesgada si se va con guías locales y se organiza bien. Tras unas pequeñas instrucciones del jefe de la expedición sobre seguridad y sobre cómo manejar la canoa, partimos río abajo y empieza la gran aventura. Poco a poco nos adentramos en un territorio salvaje, deshabitado, donde el Zambeze se desparrama en cientos de canales, meandros, lagunas y recodos hasta crear un universo acuático inmaculado y aún sin estropear por el hombre. El mismo que vieron los primeros exploradores europeos que se aventuraron en el corazón del África negra.

La pregunta que me hacían los viajeros antes de empezar —y que se hará quizá usted también, lector—, es: “¡¿Pero hay hipopótamos en este tramo del río?!“. La respuesta es que sí, los hay. Muchísimos. Y son muy peligrosos. Navegamos muy cerca de ellos, extremando el cuidado para no meternos en su zona de baño. Son muy territoriales y con muy mal carácter. Lo que se hace es ir dando golpes con el remo en la borda de la canoa; los hipos que están sumergidos, al escucharlos, salen a ver de dónde procede el ruido y así los localizamos y nos desviamos para no pasar por encima de ellos. Pero es que también hay cocodrilos. Enormes cocodrilos, de esos que de una dentellada pueden partir la canoa en dos. Y manadas de elefantes, todo tipo de antílopes, búfalos, miles y miles de aves de diversas especies… Navegamos sin más ruido que el de los remos, de una manera ecológica, por una suerte de arca de Noé que sería imposible de ver de otra manera. Y con sentido común y dejándose asesorar por los guías locales, hasta el momento nunca ha pasado nada.

El premio a un día de esfuerzo remando llega al atardecer. África siempre es una fábrica de emociones, pero cuando se empieza a poner el sol es cuando definitivamente te enamoras de ella. Damos las últimas paladas hasta alguna isla sin arbolado, para estar a salvo de leones, leopardos y hienas —que temen al agua y nunca cruzarían el río—, y nos disponemos a montar el campamento. Hay pocas experiencias más emocionantes que pasar una noche al raso en el corazón de África. Es hora de encender un fuego, sentarse en torno a él a contar historias... y dejar que la magia de África termine por calarte hasta lo más profundo del alma.

A la tercera noche, dejamos el río y las canoas, y de nuevo en el camión vamos hasta el parque nacional South Luangwa, la mayor reserva de fauna salvaje de Zambia: unos 9.000 kilómetros cuadrados en torno al río homónimo, afluente del Zambeze. Un buen sitio para ver todo tipo de animales: de muchos leopardos a leones, pasando por elefantes, hipopótamos, búfalos, antílopes, facóqueros, etcétera.

Luego, 12 horas de traqueteo infernal para salvar 400 kilómetros de carretera africana en pésimo estado nos llevan al final de nuestra ruta: el lago Malaui, muy relacionado también con nuestro explorador de cabecera. Livingstone “descubrió” este enorme lago de 580 kilómetros de largo por hasta 70 de ancho en 1859, durante su segundo gran viaje al bajo Zambeze, cuando patrocinado por la Sociedad Geográfica de Londres cartografío y exploró varios de sus afluentes en busca de vías de navegación que permitirían abrir la zona al comercio. Lo llamo Nyasa, como lo denominaban los chewa, la población local, aunque en su lengua eso significa sencillamente “lago”.

Pasamos dos días a orillas de esa gran superficie de agua que da nombre también al país, en un pequeño y encantador lodge, con una playa que parecía sacada del Índico. Livinsgtone pasó largas temporadas aquí e incluso regresó varias veces. En Nkhotakota, una localidad tan caótica y pobre como todo Malaui, se conserva todavía el árbol bajo el cual acampó en 1861 y junto al que convocó a Jumbe, el árabe-suajili que controlaba las rutas de comercio de esclavos y marfil desde el lago Nyasa hasta Zanzíbar, y a varios jefes chewa locales para tratar de convencerlos de que acabaran con ese execrable negocio de venta de seres humanos. No lo consiguió. Pero el árbol sigue ahí, testigo de aquel encuentro histórico.

Por desgracia, el entorno del árbol es deprimente. Está dentro de una tapia de ladrillos, junto a una casa abandonada y en un patio lleno de escombros. En cualquier otra parte, habría una taquilla de venta de entradas, una tienda de recuerdos y hasta un bar cafetería. Pero esto es África y los recursos son limitadísimos. Por desgracia, algunas cosas han cambiado muy poco desde que David Livingstone, el muchacho que se hizo misionero y que llegó a África con 21 años pensando que iba a salvar almas, deambulara por aquí. Él mismo se convenció al poco de llegar de que los africanos no necesitaban que salvaran su alma, lo que necesitaban era prosperidad basada en “comercio legítimo y civilización”. Y menos esclavitud. A lo último contribuyó decisivamente con sus alegatos y acciones abolicionistas. De lo otro, en algunas zonas de África, como Malaui, aún lo están esperando.

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