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El blog de viajes
Por Paco Nadal

Cinco lugares en Cantabria para disfrutar del otoño

Cuencas repletas de hayas y robles, pueblos con quesos deliciosos, cabañas con características únicas, bosques de leyenda y enormes cascadas son algunos de los atractivos de estas rutas por el norte de España

A Cantabria le sobran alicientes para ir en cualquier época del año, pero en otoño sus bosques caducifolios son una excusa maravillosa para viajar en busca de ese efímero, pero sensorial, momento en que las hojas cambian de color antes de morir.

Estos son cinco lugares en esta comunidad del norte de España donde disfrutar al máximo la estación que está a punto de empezar.

1. La reserva del Saja-Nansa

Una de las mayores manchas de hayas y robles, los protagonistas por excelencia del otoño atlántico, se encuentra en las cuencas del Saja y del Nansa, dos ríos que nacen, respectivamente, en la sierra del Cordel y en Peña Labra. Forman una comarca natural repartida entre 12 municipios, en el centro de Cantabria. Una de las mejores maneras de disfrutar de ese espectáculo de color es a pie por el GR 71, el sendero de gran recorrido señalizado con marcas rojas y blancas que, aunque ya está deshomologado, aún cruza toda la reserva del Saja-Nansa, empezando en Bárcena de Pie de Concha, y sirve como hilo conductor para plantear excursiones de una sola jornada.

La senda pasa por Los Tojos, una pequeña localidad montañesa que ofrece una magnífica balconada al valle y a buena parte de la reserva del Saja. También por Colsa, caserío prácticamente deshabitado en el que se han vuelto a restaurar buenas mansiones de piedra. La senda avanza a veces por trochas abiertas entre helechos, endrinos y majuelos y en otras ocasiones aprovecha alguna barga, los antiguos caminos carreteros por los que se bajaba la hierba de los prados de altura hasta los establos de las aldeas. El viejo y compacto bosque rodea esas bargas en un abrazo intenso de robles, avellanos, tejos y hayas. En muchos momentos, el caminante puede creer que se ha salido del mundo.

2. Liébana

Liébana es una comarca más singular de Cantabria. Un remanso de paz aislado por altas cumbres cuyo único acceso natural fue siempre el desfiladero de La Hermida, una garganta oscura y húmeda, taladrada en este caso por el río Deva, a la que Benito Pérez Galdós llamó “el esófago” de La Hermida, porque “al pasarlo se siente uno tragado por la tierra”. Liébana la forman cuatro valles —Espinama, Cabezón de Liébana, Vega de Liébana y el propio desfiladero de La Hermida— enquistados con calzador entre las cumbres imponentes de los macizos Central y Oriental de los Picos de Europa. Los cuatro desaguan en Potes, la capital y núcleo principal de la comarca, uno de los pueblos más encantadores de la serranía.

Este aislamiento geográfico propició en la zona el refugio de monjes, nobles y eruditos que huyeron de la meseta tras la invasión árabe. Una migración que trajo a Cantabria nuevas ideas y pensamientos y que se materializó en la construcción de varios centros monásticos, entre los que destacó el de Santo Toribio de Liébana. Aunque el turismo lo ha fagocitado todo, los lebaniegos aún cuidan algo de ganado y producen una docena de tipos de quesos, desde los quesucos de Liébana hasta el Picón de Tresviso, manjar recio y exclusivo de paladares iniciados. La curiosa morfología de los valles de Liébana —estrechos y embutidos— y la cercanía del mar le confieren un microclima especial en el que las laderas están tapizadas de bosques atlánticos caducifolios que en otoño se incendian de tonalidades ocres, mientras que en el fondo de los valles se cultivan naranjos, vides, trigo y granados. Y en las cumbres, a 2.500 metros de altura, se acumulan las nevadas.

3. Valles Pasiegos

El valle del Pas es otro de los territorios históricos de montaña cántabra. Junto a su vecino, el Miera, forma la comarca de los Valles Pasiegos. El paisaje del Pas-Miera es un laberinto de prados inclinados y cabañas desparramadas por los cuatro confines. La escasa rentabilidad de estas laderas de alta montaña obligó a los pasiegos a practicar la muda, una especie de trashumancia local. Para ello, cada grupo familiar poseía media docena de cabañas pasiegas en diferentes zonas, por las que iban rotando con sus enseres y su ganado en busca de prados verdes y jugosos. Las cabañas pasiegas, fáciles de ver aún por todo el decorado del valle, tienen unas características constructivas únicas en el norte de España. Cuentan con planta rectangular, con la fachada situada en un lado menor y orientada al levante o mediodía. Los muros son de mampostería y la techumbre, de lajas de piedra caliza. Otro elemento singular es la solana, terraza de acceso a la parte alta a la que se sube por una escalera de piedra. La planta baja estaba destinada al ganado y la alta, a pajar y residencia de los pastores.

Aunque es un paisaje donde predominan los prados, aún se conservan densos bosques caducifolios en las cabeceras de los ríos y en zonas de pendiente, como el hayedo de Aloños, en el valle del río Pisueña, con multitud de hayas desmochadas que le dan una apariencia misteriosa, o el robledal de Rubionzo. También hay valiosos hayedos y robledales en torno a la localidad de Vega de Pas.

4. Valderredible

Es un lugar tan a desmano, en la frontera con Burgos y Palencia, que hasta para los propios cántabros es un gran desconocido. Valderredible es el municipio más meridional de la comunidad autónoma y tiene en torno a la localidad de Bustillo del Monte un bosque de robles centenarios lleno de historia y leyenda. Algunos ejemplares son tan grandes y vetustos que los vecinos les han puesto nombre: El Abuelo, El Joven, el de las Brujas… Hay incluso una Ruta de los Robles (el track es fácilmente localizable en Wikiloc). En la ladera que cae al Ebro hay otro roble singular, La Piruta, con un tronco de seis metros de perímetro. Se calcula que sobreviven al menos unos 60 robles albar de más de 500 años de antigüedad. Otros pueblos interesantes para visitar en otoño en Valderrible son Loma Somera, en la ladera occidental del monte Bigüenzo (1.284 metros, máxima cota de Valderredible), donde abundan los bosques de hayas y robles. Y muy en especial, San Martín de Elines, con una de las mejores colegiatas románicas de Cantabria.

5. Los Collados del Asón

El parque natural de los Collados del Asón se creó en 1999 para proteger un macizo montañoso con una morfología muy singular debido a la acción de los glaciares. La carretera que va de La Gándara a Arredondo sube hasta los Collados del Asón, con excelente vista del conjunto. Allí empieza una de las rutas más recomendables en esta época, la del glaciar de Bustalveinte – Hondojón (PR-66), que pasa por el bosque de Llusías, el hayedo del monte Busturejo y el abedular que crece en la ladera de la sierra Helguera. El punto más emblemático del parque es el nacimiento del río Asón, uno de los más bellos de España, ya que el caudal se desploma por una cascada de más de 50 metros que en época de lluvias es un verdadero espectáculo. El Asón corre luego por el valle de Soba, donde espera Ramales de la Victoria, una ciudad señorial, de palacios y casonas y buenos servicios para alojarse.

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