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El viajero astuto
Por Isidoro Merino
10 fotos

Todo el mundo cabe en un huerto de la región del Loira

Nicolas Jolivot encontró su camino “dibujando los vientos” durante un recorrido a pie por Francia. Tras viajar casi tres décadas por los confines del planeta, se pasó dos años explorando su pequeño vergel cada hora del día y dibujando todo lo que en él mora. El resultado es ‘Viajes por mi jardín’, un suntuoso libro ilustrado que se acaba de publicar en España coincidiendo con el inicio de la primavera

“En febrero de 2019, al regresar de mi enésimo viaje a China, sentí que había cumplido con mi cupo de desplazamientos. Había tenido la insolente suerte de pasar casi treinta años recorriendo el mundo, sin contratiempos reseñables y para el mero deleite de mis ojos. Había llegado el momento de aflojar el ritmo. Sin que lo viera venir, un humor más sedentario le había ganado el pulso al deseo de andar todo el día de acá para allá. No conocía casi ningún nombre de plantas e insectos, apenas sabía distinguir el canto de tres o cuatro pájaros comunes. Entre el paso de los años y mi naturaleza despistada, había terminado por no prestar atención a mi entorno más inmediato. Y quería ponerle remedio. Aquel mes de marzo, empecé a ocuparme del jardín, motivado con la idea de inventariar su contenido. Al cabo de un mes de prospección, me di cuenta de que el movimiento perpetuo de la naturaleza y la infinidad de lo diminuto hacían de mi empeño una empresa quimérica. Comprendí entonces que, para un observador atento, mi jardín de trescientos metros cuadrados es tan vasto como China”, escribe Nicolas Jolivot (Saumur, Francia; 57 años) en el prólogo de su libro ‘Viajes por mi jardín’.
Jolivot es autor de una docena de libros de viaje ilustrados entre los que destacan: ’Chine, scènes de la vie quotidienne’ (2014), ‘Aux sources du Nil: Carnets de voyages en Ouganda et en Ethiopie’ (2017), ‘Japon, à pied sous les volcans’ (2018), Baltique, à pied d’île en île (2019), ‘Éole roi: Le livre des vents (2022)’ y ‘Viajes por mi jardín’, un suntuoso libro de tapa dura y gran formato —el único que tiene traducido al español—, con más de 100 láminas a doble página que acaba de publicar ―este 20 de marzo, el día que comienza en 2023 la primavera― la editorial Errata Naturae (38,90 euros; traducción de Inés Clavero).
La delicadeza y belleza efímera del arte de China y Japón están muy presentes en sus ilustraciones. “En Japón solo he estado una vez”, explica por correo electrónico. “Sin embargo, he estado en China 11 veces y he pasado más de un año de mi vida recorriéndola a pie y en todas direcciones. La cultura china me ha inspirado mucho en mi forma de dibujar y contar. Japón es un país culturalmente muy de moda, por supuesto, pero podemos encontrar muchas referencias culturales idénticas en China… Me gusta Hiroshige cuando dice que tienes que mirar un paisaje y luego girarte para dibujarlo. El dibujo es, antes que nada, una cuestión de observación. Estar al acecho, escudriñar, mirar con atención, tomarte el tiempo de examinar lo que tienes ante ti, eso es lo más importante. Después, el dibujo es solo la traducción de estos momentos de contemplación”.
Sin ser botánico ni entomólogo, Nicolas Jolivot identifica e ilustra minuciosamente la flora y la fauna de esa región del País del Loira (Francia), “cerca del Thouet, un río conocido solo por los habitantes de sus orillas”, dando forma a un maravilloso cuaderno de campo. Preguntado por cómo se las apañó para documentarse, explica: “Me rodeé de libros, guías que identifican pájaros, plantas, insectos… y me lancé a buscarlos, a descubrirlos. No he usado ‘apps’ para identificar plantas o pájaros por la sencilla razón de que no tengo teléfono móvil. Desde hace mucho tiempo estoy convencido de que para aprender hay que buscar, y no conformarse con una respuesta inmediata a una pregunta inmediata”.
No todas las especies que aparecen en el libro son autóctonas de la región francesa. “Al estudiar los insectos, constato que cerca de un cuarto de los que he dibujado no existían en el norte ni en el oeste de Francia cuando yo era niño. No tenía ninguna probabilidad de verlos cuando jugaba en el jardín. La veloz intensificación de las transacciones económicas internacionales y el cambio climático están modificando, sin que nos demos cuenta, el ecosistema de un pedacito de tierra”, reflexiona en una de las páginas.
En el libro también habla de su relación con los animales del jardín: “La señora mirlo está incubando. 'Tino' sigue ojo avizor. Se ganó ese nombre porque su plumaje negro y brillante, como repeinado con gomina, su canto de guaperas y su comportamiento de macho incorregible me recordaban a los actores italianos de las películas antiguas (…) Este mediodía, por segunda vez en tres días, 'Tino' ha emitido su reclamo de alarma, un trisar que repite rápidamente. He echado a andar hacia él y él se ha encaminado hacia mí (…) Se ha posado a mis pies, piando nervioso. En efecto, más allá, bajo la caña de las Indias, he divisado la cola del gato otra vez. He ahuyentado al motivo del alboroto y 'Tino' ha regresado a su puesto de vigilancia en el muro. Ahora estoy seguro: 'Tino' me habla”.
Las delicadas láminas botánicas se alternan con otras que muestran escenas cotidianas de la vida en el jardín y la historia de la finca y las personas que allí han vivido. “La soledad de los abuelos se tornó insondable en 1965 cuando la enfermedad se llevó a su hijo menor. Un paño mortuorio invisible envolvió casa y jardín; una tristeza resignada impregnó todos los recovecos cargados de recuerdos”.
“Definitivamente, los últimos inviernos hemos tenido un tiempo demasiado templado”, cuenta en su nuevo libro. “Las flores del ciruelo empiezan a abrirse aprovechando los doce grados de este 10 de febrero. El resultado no se ha hecho esperar, ayer a mediodía se levantó el viento, que arreció por la tarde y se convirtió en la borrasca Ciara por la noche. Abofeteó sin tregua al rosal trepador, estampándolo contra su pared, transformó las hojas de bambú en frenéticos cardúmenes de peces que se peleaban entre ruidos de papel de aluminio rasgado y arrugado. Se filtró por la rendija de debajo de la puerta de casa, zumbó al remontar por la chimenea, zarandeó los postigos. Los pinzones se cobijaron bajo el canalón, en los huecos del muro, y los mirlos en el gran laurel, que aguantó estoico: tan solo sus hojas exteriores dejaron ver su envés más claro”.
“Resulta que, por una serie de azares, conozco este jardín desde siempre. Hace varias generaciones que pertenece a mi familia. He convivido con las personas que se han hecho cargo de él antes que yo, una situación tirando a insólita en estos tiempos de movilidad global. Es para mí como una segunda piel que me ha empujado a narrar esta particularidad centenaria, incorporando mis dibujos del día a día. Se trata de un jardín corriente y moliente, sin nada extraordinario (…). En lo que respecta al huerto, tiene todo que envidiarles a las parcelitas de los jubilados del barrio con buena mano para las plantas. El mayor mérito de este jardín, ahora que me adentro en el otoño de mi vida, es el de alegrarme una existencia cada vez más recoleta y obsequiarme día tras día con un sinfín de revelaciones. La flor de la correhuela sigue pareciéndome una de las cosas más bellas del mundo. A lo largo de estos dos años, a la luz de las horas en las que se ha abierto, he escuchado con atención y he terminado por oírla susurrar. No pierdo la esperanza de llegar a entender, algún día, eso que lleva tanto tiempo queriendo contarme”.
Ante la pregunta de si está cansado de viajar, Jolivot responde: “Estoy convencido de que viajar es para los jóvenes y la gente de mediana edad. Te permite comprenderte a ti mismo, primero, y a partir de ahí comprender el mundo. Después, a medida que envejeces, los viajes te van pareciendo más inútiles porque lo que toca es volver a tus orígenes. El poeta francés Joachim du Bellay (1522-1560) dijo: 'Feliz quien, como Ulises, hizo un hermoso viaje… ¡Y luego volvió, lleno de utilidad y razón, a vivir entre sus parientes el resto de su vida!'. Creo profundamente en ello. Cuando empecé a viajar, a los veinte años, deambulando a pie por toda Francia, estaba en otro mundo. No existía el teléfono móvil, tampoco internet. Viajar suponía desconectar de tu mundo para, a tu regreso, mucho tiempo después, descubrirlo mejor. Hoy en día las cosas han cambiado, tienes que rendir cuentas de tu viaje ¡cada día! Ahora cuido mi jardín, me acuerdo de los antiguos, los mayores, de mi barrio, y dejo que los más jóvenes exploren el mundo con su propio universo”.