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Descubriendo Kuélap, el Machu Picchu del norte de Perú

Esta enorme ciudadela, quinientos años más antigua que su famosa “hermana”, apenas recibe 250 visitantes diarios. Conocerla es la excusa para alargar el viaje por el Valle del Utcubamba entre otros yacimientos, cataratas, bosques nubosos y pueblos

Los peruanos llaman a Kuélap, con mucho optimismo, el “Machu Picchu del norte”. Pero esta enorme ciudadela que data aproximadamente del siglo XI, unos quinientos años más antigua que su famosa hermana, apenas recibe 250 visitantes diarios. A 3.000 metros sobre el nivel del mar, su origen y su historia siguen siendo un enigma. Estamos en la olvidada Sierra Norte peruana, y Kuélap, la ciudad más importante de los chachapoyas, es solo uno de los muchos tesoros arqueológicos de esta región poco visitada de Perú, en medio de una naturaleza impresionante de montañas desconocidas y bosques envueltos en nubes. Un buen motivo, aunque no el único, para prolongar el viaje hasta el norte del país.

La Sierra Norte peruana ha pasado desapercibida hasta ahora para el turismo, y ese carácter secreto es el mayor atractivo de esta región montañosa que oculta restos arqueológicos preincaicos y pai­sajes impresionantes. Como gran parte de Perú, la región es muy diversa, con paisajes que van desde las sierras, pasando por los bosques nubosos, para llegar a la jungla amazónica. Aves endémicas, dos de las cataratas más al­tas del mundo y ciudades que fueron escenario de sucesos cla­ve en el derrumbe del Imperio inca son sus tesoros. Por todas partes quedan vestigios de las culturas precolombi­nas en forma den fortalezas imponentes y monumentos a sus muer­tos. Pero la historia pervive también en la artesanía milenaria y en una gastronomía que emplea ingredientes locales y téc­nicas ancestrales.

No es fácil mover­se por la Sierra Norte, con distancias largas y viajes agotadores por pa­rajes de enorme belleza. Tal vez por eso solo atrae a viajeros intrépidos y con ganas de aventura, pero merece la pena llegar a este rincón. La región abarca los inmensos departamentos peruanos de Cajamarca, Amazonas y San Martín. Los diferentes valles están unidos por carreteras tortuosas y a menudo en mal estado, que conectan solo los principales núcleos de población. Hay que armarse de paciencia y echarle muchas horas en el camino si se quiere viajar por las tres grandes zonas que conforman esta Sierra Norte: el Valle del Utcubamba —donde se encuentra Kuélap—, Tarapoto y Cajamarca.

Más información en la nueva guía de Perú y en la web lonelyplanet.es.


Kuélap, la fortaleza perdida

No hay todavía muchos turistas en Kuélap, a pesar de su espectacularidad. Y se agradece. Tampoco es fácil llegar hasta aquí, pero sin duda merece la pena adentrarse en el enigma que nos habla de una avanzada civilización perdida. A los chachapoyas se les conoce como el “pueblo de las nubes”. Por su ubicación y por fortificaciones como Kuélap, a los incas les costó trabajo conquistarlos. Lo fascinante de este yacimiento es que las excavaciones no empezaron en serio hasta la década de 1990 y, por el momento, solo se ha estudiado el 20%. En 2025, el Gobierno peruano ha invertido cerca de dos millones de dólares en trabajos de excavación y conservación, lo que promete que saldrán a la luz muchos más datos.

Partiendo desde Nuevo Tingo, a Kuélap se sube en un teleférico, que tarda unos 20 minutos en ascender los cuatro kilómetros hasta la cresta de La Barreta que preside el valle. El emplazamiento de la ciudadela a 3.000 metros de altitud (más alta que Machu Picchu) demuestra la preferencia de los chachapo­yas por construir en lugares fáciles de defender.

Una vez allí hay que estar preparados para una subida de un kilómetro por escalones de piedra para llegar al extremo sur del complejo. Una muralla casi inexpugnable de 20 metros de altura construida con enormes losas calizas de dos metros de espesor rodea toda la ciudad, con solo tres entradas con forma de embudo que se estrechan de dos metros de anchura a solo 70 centímetros: un ingenioso ardid defensivo que obligaba a entrar en fila. En el camino encontraremos grabados en los ladrillos calizos, como extrañas criaturas con forma de ave pero con cabeza de cóndor, cola de puma y patas de reptil, que representa la trilogía de los chachapoyas, un grupo de dioses adorados por muchas culturas en la historia de Perú.

Una de las primeras paradas en el camino que rodea el yacimiento es el Templo Mayor, también llamado El Tinte­ro, en forma de cono invertido. Hay evidencias de sacrificios animales en el lugar, por lo que se piensa que se usaba para ceremonias religiosas. Pero lo más representativo del yacimiento son las construcciones de los chachapoyas: hay 500 edificios circulares que abarrotan un espacio de apenas cinco hectáreas, en el que se calcula que vivían más de 3.000 personas. En su día debieron estar coronados por un techo de paja cónico, pero de la mayoría solo quedan unos bajos círculos de piedra. Algunos de ellos están decorados con frisos que los arqueólogos tratan de descifrar y que parecen simbolizar el agua o la forma de las montañas. Dentro de cada casa, los profundos hoyos excavados en el centro debieron contener las momias de la familia real, que se sacaban en las celebraciones importantes. Los estrechos túneles de piedra en el suelo servían para alojar una importante fuente de alimentación: el cuy, el conejillo andino que todavía es una delicia culinaria en algunas zonas de Perú, Bolivia o Ecuador.

El reino de los Chachapoyas: el Valle del Utcubamba

Los yacimientos arqueológicos, las caminatas de varios días por los montes y una espectacular avifauna son los grandes reclamos de la zona. Kuélap es el destino más conocido, pero quedan otros muchos rincones por visitar en el Valle del Utcubamba. Aquí se encuentran algunos interesantes yacimientos arqueoló­gicos. La erosión de milenios en la roca caliza del valle ha formado cuevas y aflo­ramientos rocosos que se usaron para celebrar com­plejos ritos funerarios y arrojan luz sobre la proximi­dad entre los chachapoyas —que habitaron la región— y sus muertos. A la arqueología, hay que añadir el atractivo de las altísimas cascadas del valle, donde se refugia uno de los colibríes más raros y hermosos del planeta, y también unas cuantas rutas de senderismo para los más animosos.

Un encuentro con los muertos en Leymebamba

Uno de los lugares más curiosos del valle es Leymebamba, donde se produce un peculiar encuentro con los muertos, que son los residentes más famosos del discreto Museo Leymebamba, que contiene uno de los descubrimientos más extraordinarios del valle. Sobre una cornisa por encima de la cercana laguna de los Cóndores, salieron a la luz seis mausoleos con 219 momias cuidadosamente envueltas, que luego hallaron descanso eterno de este museo tras el cristal en una sala con temperatura controlada.

Es importante dedicar un tiempo a estudiar los otros objetos expuestos, muchos descubiertos en el mismo yacimiento, como piezas de cerámica chachapoya e inca, tallas antropomorfas en madera y 33 quipus: una de las mayores colecciones jamás encontradas.

Las momias chachapoyas abarrotan hasta el techo una escancia bastante perturbadora. Algunas aparecen parcialmente despojadas de su envoltura funeraria, y parecen demandar la atención del ob­servador con sus dedos o llamarle a voces, al igual que cuando las enterraron hace 800 años.

Descender al bosque nuboso

Una caminata a las ruinas sin excavar de Gran Vilaya nos lleva a los valles al oeste de Chachapo­yas, un remoto territorio montañoso con más de 50 yacimientos arqueológicos. La ruta Gran Vilaya combina paisajes espectaculares y ruinas aún sin excavar devoradas por el bosque nuboso, que se atraviesa con la ayuda del guía, machete en mano. En la prác­tica, son dos días de caminata con un recorrido de 51 kilómetros; haciendo noche acampando a orillas del río Ser­piente de Plata en el bucólico valle de Belén, y en pensiones de pueblos apartados.

Los buscadores de emociones fuertes pueden también dedicar una ma­ñana a practicar barranquismo en la catarata Yumbilla. Con 891 metros de altura, es la quinta más alta del mundo, por encima de la vecina Gocta, y con opciones de barranquismo para principiantes y expertos. Si se tiene cierto respeto por las alturas, tal vez mejor hacer la ruta que conecta Yumbilla con el cercano pueblo de Cuispes. Pasa por otras tres cataratas y es una agradable caminata por el bosque nuboso, con abundantes colibríes, tucanetes esmeralda y, si se tiene suerte, gallitos de las rocas andinos.

El legado de los chachapoyas: lugares fuera de ruta

Los chachapoyas controlaron el territo­rio que rodea el Valle del Utcubamba entre el año 500 y la conquista inca en 1493, y levantaron la mayoría de sus construcciones sobre las cimas de las montañas, probablemente por proximidad espiritual al cielo y por nece­sidades defensivas. En su arquitectura predominan unos característicos edificios circulares, de los que Kuélap constituye el mejor ejemplo, pero muchos de los yacimientos más interesantes de la región reflejan sus prácticas funerarias, con mausoleos y sarcófagos de vistosos colores.

El más asombroso de los recintos funerarios chachapoyas del valle es Karajía, un conjunto de seis sarcófagos bien conservados, todos con contornos antropomorfos y cabezas esculpidas con mandíbulas prominentes, que se construyeron hace mil años para cobijar los restos de figuras importantes, como caciques y chamanes. Otro lugar interesante es Revash, un conjunto de chullpas (torres funerarias) rojas y blancas, del siglo XIV, que parecen casas en miniatura construidas precariamente al borde de los precipicios, con el valle a sus pies.

El recorrido para acercarse a estos lugares no es fácil, pero la recompensa son unos paisajes espectaculares, como la laguna de los Cóndores, donde se encontraron los enterramientos de las momias hoy expuestas en el Museo Leymebamba.

Otra parada en ruta es el Pueblo de los Muertos (Tingorbamba), un yacimiento funerario que es un cruce entre Karajía y Revash, porque aquí se encuentran mausoleos con forma de casa y sarcófagos, pero lo más fascinante son las vistas del Valle del Utcubamba. En un día despejado se ve la catarata Gocta en la distancia. Y otro yacimiento que merece la pena es Yalape, a las afueras de Chachapoyas, que fue el segundo asentamiento más grande después de Kuélap, pero en buena parte continúa sin excavar, lo que significa que es fácil encontrarse a solas recorriendo sus edificios circulares.

Maravillas naturales: la catarata de Gocta

Con una caída de 771 metros, repartidos en dos cascadas, la catarata de Gocta es uno de los saltos de agua más altos del mundo, pero no se incluyó en las rutas turísticas hasta 2006. Aunque en algunas pensiones y lodges del cercano Cocachimba se puede ver desde la cama, merece la pena ir caminando hasta ella, atravesando el bosque nublado donde habita el anaranjado gallito de las rocas andino.

Las dos cascadas de Gocta son realmente impresionantes. El sendero más fácil conduce hasta la base de la cascada inferior, y se pasa por el velo de agua mientras el agua cae tronando en la poza que se abre a nuestros pies. Si alguien piensa en darse un chapuzón, debe saber que la temperatura del agua es gélida. A la cascada superior es más difícil llegar, pero merece la pena: no solo se contempla la cascada menos visi­tada, sino que la panorámica del anfiteatro formado por el valle (una prolongación del de Utcubamba) nos harán sentir como si se hubiera penetrado en una jungla tan remota como la de Parque Jurásico.

Hay varios senderos que llevan a las cascadas, de diferente dificultad, y también unos cuantos miradores. En el más corto de todas, el que llega desde la aldea de San Pablo, se tiene la ventaja de poder avistar algunas de las 150 especies de aves autóctonas del bosque nublado sudamericano, entre ellas el gallito de las rocas, el ave nacional de Perú. Pese al llamativo color de sus cabezas, estos pájaros son difíciles de encontrar, pero las probabilidades se incrementan espectacularmente si se toma el sendero al amanecer, cuando están más activos.

Por los alrededores del Valle de Utcubamba

Envuelta con frecuencia en nubes —al fin y al cabo, se asienta a 2.334 metros sobre el nivel del mar—, Chachapoyas se remonta a la época virreinal, cuando los españoles trazaron sus calles a cordel y levantaron sus casonas con techo de terracota. Esta es la mejor base para explorar el valle del Utcubamba y donde hay más alojamientos. Además, cada vez más apuestan por la gastronomía innovadora y los restaurantes se basan en la tradición para revalorizar los productos de unas huertas que son muy fértiles, en unos valles encajonados entre la sierra y la jungla. Chachapoyas presume de tener algunos de los mejores restaurantes de la Sierra Norte y aspira a convertirse en un nuevo faro culinario en la cada vez más reconocida cocina peruana. Por ejemplo, el restaurante Amazonika, considerado uno de los mejores, con la chef Gaby López, formada en Le Cordon Bleu, que da también clases de cocina en su moderno laboratorio culinario encima del restaurante.

Otro hito de la ciudad es el Museo El Reino de las Nubes, en la plaza de Armas, pequeño pero interesante para conocer la arqueología de la región.

Desde Chachapoyas se puede recorrer la región, con sus montañas cubiertas de nieve y sus vistas espectaculares, como las que se tienen en el pueblo de Huancas. Desde allí se parte para ver el mirador del Cañón del Sonche, para ver las nubes acumulándose sobre el cañón. No hace falta cansarse caminando: desde Chachapoyas salen combis que dejan directamente en cada mirador.

Otras regiones de la Selva Norte: Cajamarca y Tarapoto

Cajamarca, la ciudad más importante de la Sierra Norte, es de las más bellas de Perú, famosa por su arquitectura barroca, su cocina y rodeada por un gran legado arqueológico. Sus iglesias y mansiones aparecen con fachadas barrocas pro­fusamente decoradas que muestran sus raíces virreinales. Pero estos edificios cuentan solo la mitad de la historia: asentada en un feraz valle agrícola, Cajamarca parece más un pueblo hipertrofiado que una bulliciosa metrópolis.

Por haber sido primer acto del choque entre incas y españoles, aquí todavía queda mucha historia por descubrir. Pero, a 2.750 metros sobre el nivel del mar, es un sitio donde conviene imitar a los campesinos con sombreros de ala ancha, que nunca tienen prisa. Si hay algo a lo que merece la pena dedicar tiempo es a la gastronomía y a gozar de técnicas cu­linarias ancestrales.

Aunque aquí todavía se ven pocos turistas, es una buena alternativa para descubrir un gran número de yacimientos arqueológicos en los alrededores. La ciudad fue en otros tiempos una parada importante entre Quito y la capital imperial, Cusco, pero el único edificio inca que ha sobrevivido es el abandonado Cuarto del Rescate, donde supuestamente Atahualpa, inca prisionero de los españoles, intentó negociar su suerte; una borrosa línea roja marca la altura a la que llegaban los tesoros que según la le­yenda llenaban la habitación. Las tres puertas trapezoidales del edificio son características de la arquitectura inca.

La influencia hispana es mucho más visible: en la plaza de Armas, en las casas de arquitectura barroca y lo más llamativo, en la iglesia de San Francisco y en la catedral de Cajamarca, cuyas fachadas en piedra tallada del siglo XVII solo se ven superadas por sus retablos dorados. Y también el gran complejo de Belén, formado por una iglesia y un hospital, que es igual de recargado.

Otro de los atractivos es la cerámica, y se ha hecho famosa por sus pequeños talleres, donde se continúan practicando técnicas de hace 2.000 años, y los diseños más característicos reflejan los utilizados por la cultura cajamarca. El caolín forma un fondo blanco sobre el que se pintan con pigmentos naturales rojos, marrones y negros serpientes y felinos, a veces intercalados con formas geométricas.

En los alrededores de Cajamarca: comienza la aventura

La mayoría de la gente pasa uno o dos días en Cajamarca antes de partir hacia la campiña que rodea la ciudad. Las carreteras suben trabajosamente por las montañas o atraviesan valles en los que vivieron la antigua cultura chavín, y más tarde las de Cajamarca, huamachuco, y por último, la inca.

La visita imprescindible desde Cajamarca es Marcahuamachuco, uno de los sitios arqueológicos más fantásticos. Ubicado en la cima de una montaña, impresiona. Es la prueba de que la cultura Huamachuco tenía unas avanzadas técnicas constructivas: una ciudad que llegó a alcanzar 250 hectáreas, con torres y casas de cinco plantas; no está mal teniendo en cuenta que se empezó a construir en el año 350.

Otra prueba de las proezas de la ingeniería prehispana es el acueducto de Cumbemayo, construido hace 2.000 años. Excavado en roca, es tan perfecta su rectitud en algunos puntos, y tan apenas perceptible su inclinación, que abundan las teorías no solo sobre cómo pudieron construirlo con tal precisión, sino también sobre su finalidad, puesto que en Cajamarca nunca ha faltado agua. Una de las hipótesis más convincentes es que esta zona, con sus rocas calizas moldeadas por los elementos en figuras antropomorfas, se consideraba sagrada y por tanto su agua se canalizaba hasta Cajamarca para que la bebiera la élite.

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