Orinales de plata, 357 espejos y chocolate afrodisiaco. Una curiosa guía para visitar el palacio de Versalles

El rey Luis XIV de Francia convirtió este antiguo pabellón de caza en la residencia palaciega más fastuosa de Europa, un centro de poder capaz de albergar a una corte de más de 6.000 personas

Detalle de la verja cubierta de pan de oro del Palacio de Versalles, con el símbolo de Luis XIV, el Rey Sol.Roberto A Sanchez (Getty Images)

Versalles es el palacio más grande y más famoso de Francia, un espectacular conjunto barroco que fue la capital política del reino de 1682 hasta la Revolución Francesa, en 1789. Hoy es una visita imprescindible desde París, ya que se encuentra a solo 20 kilómetros de la capital. Declarado patrimonio mundial por la Unesco en 1979, recibe al año casi ocho millones de visitantes, una cifra que lo convierte en el segundo monumento más visitado de Francia, solo superado por el Louvre. Aquí va una guía completa para no perderse nada en e...

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Versalles es el palacio más grande y más famoso de Francia, un espectacular conjunto barroco que fue la capital política del reino de 1682 hasta la Revolución Francesa, en 1789. Hoy es una visita imprescindible desde París, ya que se encuentra a solo 20 kilómetros de la capital. Declarado patrimonio mundial por la Unesco en 1979, recibe al año casi ocho millones de visitantes, una cifra que lo convierte en el segundo monumento más visitado de Francia, solo superado por el Louvre. Aquí va una guía completa para no perderse nada en este gran icono del país.

Un palacio espectacular, una historia increíble

Lo más llamativo de Versalles no es el edificio en sí, a pesar de su innegable espectacularidad: es la historia que hay detrás de cada piedra, de cada ventana, de cada espejo… El rey Luis XIV, el Rey Sol, fue el responsable de transformar el pabellón de caza de su padre, Luis XIII, en un monumental palacio para albergar a su corte de más de 6.000 personas. Para ello contrató a cuatro artistas dispuestos a acometer una tarea colosal: los arquitectos Louis Le Vau y Jules Hardouin-Mansart, el pintor e interiorista Charles Le Brun y el paisajista André Le Nôtre, responsable de allanar colinas enteras, drenar pantanos y trasladar bosques para crear ese conjunto de jardines, fuentes y estanques que han dado fama a Versalles. Un lugar lleno de anécdotas y secretos que se pueden descubrir si se dedica un poco de tiempo y curiosidad a la visita.

Más información en la guía París de Lonely Planet y en lonelyplanet.es

Guía básica para llegar y visitar Versalles

Desde París es fácil llegar a Versalles. Si no se va en vehículo propio, la opción más práctica es la línea C5 de la red RER de ferrocarriles regionales de París hasta la estación de Versalles-Château-Rive-Gauche. Pero también hay otras muchas conexiones de tren, autobuses y circuitos organizados.

Parterres de l'Orangerie, en los jardines del palacio de Versalles, con más de 1.500 arbustos, en su mayoría naranjos, laureles, granados y mirtos.Alamy Stock Photo

Una vez allí hay que saber orientarse: la finca ocupa 900 hectáreas y se divide en cuatro zonas: el palacio principal; los jardines, canales y estanques situados al oeste; dos palacetes: el Grand Trianon y el Petit Trianon, al noroeste; y Le Hameau de la Reine (la aldea de la reina María Antonieta), en los jardines del Petit Trianon.

Si optamos por el circuito guiado de 90 minutos por los apartamentos privados de los reyes, la ópera y la capilla real, podremos acceder a zonas que de otra manera no pueden visitarse. Es muy recomendable comprar las entradas online con antelación y evitar así las larguísimas colas que se forman.

Al margen del palacio, el complejo es tan grande que la única forma de verlo todo es alquilar un vehículo eléctrico para cuatro personas o montarse en el tren lanzadera. También se puede alquilar una bicicleta o incluso una barca de remos.

El peristilo del Grand Trianon, uno de los palacetes construidos dentro del recinto de Versalles. Alamy Stock Photo

Orígenes montaraces

Pese al lujo que representa Versalles, sus orígenes son más modestos: el rey Luis XIII adquirió los terrenos porque le gustaba la caza y construyó un palacete para pernoctar por si no le daba tiempo de volver a París antes del anochecer. Con el tiempo, ampliaría este pabellón y compraría más tierras, lo que permitió a su sucesor convertirlo en un gran palacio a finales del siglo XVII y trasladar aquí su Gobierno y a toda su corte.

Desde su construcción, el palacio ha sufrido pocos cambios, aunque la mayor parte del mobiliario desapareció durante la Revolución Francesa y muchas de las salas fueron remodeladas a mediados del siglo XIX por Luis Felipe de Orleans, penúltimo rey de Francia, que abrió una parte del conjunto al público.

También llaman mucho la atención las estancias del Rey y de la Reina: cada moldura, cornisa, techo y puerta de los Grands Appartements están decorados con todos los lujos posibles: frescos, mármol, dorados y tallas de madera con temas de la mitología clásica.

La Galería de los Espejos

La opulencia de Versalles alcanza sus cotas más altas en la flamante Galería de los Espejos, que se empezó a construir en 1678 bajo la supervisión de Mansart y fue inaugurada en 1684. De 75 metros de largo, consta de 17 puertas-ventanas abiertas sobre el jardín, situadas frente a otros tantos paneles compuestos de 357 refulgentes espejos y un techo abovedado, magníficamente pintado e iluminado. Este es es el espacio más conocido del palacio, un lugar que representa el esplendor de la corte del Rey Sol y que ha servido de escenario de anuncios, series y películas.

Los espejos eran un elemento muy caro en su época, y como Venecia tenía el monopolio de su fabricación Luis XIV se hizo traer a París maestros artesanos de la Serenísima. Dice la leyenda que para evitar que los espejeros revelaran los secretos de su fabricación, el Gobierno de Venecia controlaba sus movimientos y había pena de muerte para aquellos que abandonaran la ciudad. Pese a todo, los franceses consiguieron llevárselos y fueron colocados de forma que reflejaran las molduras doradas, las paredes de mármol, los candelabros de cristal y las grandes ventanas que daban al jardín. El resultado resulta espectacular.

Vista de la fastuosa Galería de los Espejos de Versalles tras su restauración, finalizada en 2005.FRANCOIS GUILLOT (AFP via Getty Images)

Esta galería estaba originariamente alumbrada por 20.000 velas, y debía de ser todo un espectáculo de luz en las ocasiones especiales en las que se encendían. Aquí se organizó la firma, el 28 de junio de 1919, del Tratado de Versalles, que puso fin a la I Guerra Mundial con la derrota de Alemania.

Fragantes jardines

Y si el palacio resulta espectacular, lo que no hay que perderse de ninguna manera son sus magníficos jardines. Las mejores vistas del estanque rectangular se ven desde la Galería de los Espejos. Entre los senderos destaca el Paseo Real, como una gran alfombra verde de la que salen otros caminos que conducen a bosquecillos. Entre las fuentes monumentales del jardín destacan el estanque de Neptuno, un deslumbrante espejismo con 99 chorros y juegos de agua, y la fuente de Apolo, construida en 1671.

El palacio en su conjunto tiene 372 estatuas, 600 fuentes y más de 32 kilkómetros de canalizaciones. A lo largo de los años, se han ido poblando con miles de plantas y árboles que lo convierten en unos jardines realmente impresionantes. Ya en su época decían que los jardines llegaban a desprender una fragancia tan intensa que mareaban a los visitantes.

Estanque de Apolo, una de las grandes fuentes monumentales en los jardines de Versalles. Roberto A Sanchez (Getty Images)

Los jardines fueron también lugar para la ciencia: permitieron realizar notables progresos en la botánica y la agricultura, y sirvieron para la implantación de hasta 400 especies botánicas de todo el mundo, como la piña, la vainilla o el café. En esa línea, también la creación de la enorme casa de fieras en el recinto del palacio sirvió de incentivo para los estudios zoológicos.

Otro elemento importante de los jardines son los canales: el Gran Canal, de 1,6 kilómetros de largo y 62 metros de ancho, está orientado de Este a Oeste de forma que refleja la puesta del sol. Lo cruza en sentido transversal el Pequeño Canal, formando una cruz de agua.

Los jardines serían años más tarde en la fuente de inspiración para el National Mall de Washington: cuando George Washington pidió al arquitecto e ingeniero francoestadounidense Pierre Charles L’Enfant que diseñara una “Ciudad Federal” en Estados Unidos. L’Enfant propuso un diseño que es un claro homenaje a los jardines reales franceses.

La aldea de María Antonieta

Visitantes de Le Hameau de la Reine, la aldea construida para María Antonieta entre 1783 y 1787 y que fue reabierta al público en 2018.FRANCOIS GUILLOT (AFP via Getty Images)

Uno de los rincones más llamativos de Versalles, en la zona de jardines del Petit Trianon, es el llamado Hameau de la Reine, un refugio privado que la reina María Antonieta utilizaba como residencia y que incluía un teatro, una huerta y una granja donde se elaboraban productos lácteos. Cerca de allí se encuentra el Templo del Amor, un cenador de estilo clásico presidido por una estatua de Cupido. La esposa de Luis XVI (ambos acabaron en la guillotina) también se hizo construir una gruta privada rodeada de vegetación, un escondite para encuentros secretos, aunque no está claro si alguna vez lo utilizó para tal fin.

El Templo del Amor, un cenador de estilo clásico en la zona de jardines del Petit Trianon. Bruno DE HOGUES (Gamma-Rapho via Getty Images)

María Antonieta solía pasar el tiempo en su aldea, donde se vestía de campesina y fantaseaba con una vida bucólica y simple para después regresar a sus lujosos aposentos en palacio. La idea de sentirse por un rato como personas normales y corrientes estaba de moda en las cortes y grandes palacios de la época. De hecho, los palacios Trianon tenían ese objetivo. Con columnas rosas, el Grand Trianon fue construido en 1687 para que Luis XIV y su familia escaparan del rígido protocolo de la corte, y más tarde fue renovado por Napoleón Bonaparte en estilo imperio. El Petit Trianon, de la década de 1760, fue redecorado en 1867 por la emperatriz Eugenia de Montijo, consorte de Napoleón III, que le añadió muebles de estilo Luis XVI.

Versalles durante la Revolución Francesa

Como símbolo de la monarquía, los excesos de la nobleza y las enormes desigualdades sociales, el palacio de Versalles desempeñó un importante papel durante la Revolución Francesa. Uno de los episodios más conocidos fue la marcha sobre Versalles, cuando miles de personas asaltaron el palacio exigiendo un precio más justo para el pan, que era el alimento básico del pueblo. La muchedumbre exigió que el rey Luis XVI, la reina María Antonieta y sus hijos regresaran a París, y así lo hicieron. El palacio quedó abandonado y la Reja Real, que estaba bañada en oro y servía de puerta al recinto, fue desmantelada. En 2008, se recreó y decoró esta imponente verja con 100.000 láminas de pan de oro.

Puerta de acceso al palacio y los jardines de Versalles, situados a 20 kilómetros al suroeste de París. pidjoe (Getty Images)

Milagrosamente, el edificio se salvó durante todo el periodo revolucionario, aunque gran parte de sus obras de arte y los muebles acabaron siendo vendidos o enviados a museos en París. En 1837, se convirtió en un museo y se decidió que Versalles sería restaurado a su antiguo esplendor. Desde entonces, y hasta la actualidad, no han cesado los trabajos de conservación y rehabilitación.

Fieras, chocolate a la taza y orinales de plata

La historia de Versalles está llena de anécdotas y curiosidades. Una de ellas es la existencia de una casa de fieras ―la Ménagerie royale―, el primer gran proyecto de Luis XIV en su nueva residencia, obra del arquitecto Louis Le Vau. Tener todo tipo de animales salvajes y aves exóticas de todo el mundo era un símbolo de ostentación de riqueza. Fue la primera vez en que se diseñaron recintos separados para las diferentes especies animales, que se podían ver desde el balcón del pabellón central del edificio. Abandonado tras la Revolución, este zoo palatino cayo en ruinas y hoy ya no existe.

La gruta artificial rodeada de vegetación construida para María Antonieta, un escondite para encuentros secretos y juegos galantes. Raphael GAILLARDE (Gamma-Rapho via Getty Images)

Otra de las excentricidades de las que presumía en Versalles era la de servir los manjares más exquisitos. Llegado de España durante el reinado de Luis XIII, el chocolate a la taza se convirtió en la bebida de moda en la corte francesa y la preferida del mujeriego Luis XV, bisnieto del Rey Sol: un lujo exótico y una exquisitez al alcance de muy pocos. Corrían rumores de sus poderes afrodisiacos, y al monarca le gustaba prepararlo personalmente y, al parecer, obsequiaba con este goloso brebaje a sus amantes, como madame Pompadour o madame du Barry. También María Antonieta perdía la cabeza por el cacao. En 1770, al casarse con Luis XVI, se llevó a la corte a su propio repostero, a quien distinguió con el título de “Maestro chocolatero de la Reina”.

Una excentricidad más: los miembros de la familia real gozaban en el palacio de un lujo realmente excepcional en la época: disponer en sus propios aposentos de una silla-retrete con un agujero bajo el cual se colocaba un orinal de plata. Otros moradores del palacio también tenían orinales en las esquinas de sus habitaciones. El problema era que a pesar de estar fabricados en plata, con tanta gente en palacio era imposible vaciarlos a menudo y el ambiente en ocasiones resultaba maloliente. Por eso, durante el reinado de Luis XV terminaron instalando un retrete à l’anglaise, en una habitación aparte, en los aposentos del monarca.

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