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De Londres a Bath, en tren: lujo sobre raíles por la campiña británica

Este es un viaje en el tiempo a bordo del ‘British Pullman’, una excursión de un día de la capital británica a la ciudad balneario cuando se cumplen dos siglos del ferrocarril moderno de Gran Bretaña

Hay algo de sofisticada indolencia cuando un viaje arranca con burbujas. Mucho más si es a bordo de un ferrocarril que evoca la elegancia del art déco en los locos e irrepetibles años veinte del pasado siglo. Más que un desplazamiento geográfico, el pasajero se dispone a fluir, como en un túnel del tiempo, hacia la edad dorada de aquellos trayectos que desatan la nostalgia al monótono ritmo del traqueteo. Apostado en la estación Victoria de Londres, el British Pullman está a punto de partir, mientras la tripulación da la bienvenida con un Bellini, ese cóctel de champán y zumo de melocotón que es, desde 1948, un epítome del glamur en el hotel Cipriani de Venecia. “Si un tren es grande y cómodo, ni siquiera necesitas un destino”, escribió Paul Theroux, maestro de la literatura sobre raíles. Pero este que nos ocupa (British Pullman, A Belmond Train, en su nombre extendido) sí lo tiene: la ciudad-balneario de Bath, en la que recala en unas tres horas para luego regresar al origen. Un verdadero homenaje al arte de viajar sin apuro, dejando que el tiempo se estire.

Esta marcha ralentizada es la que permite al viajero degustar el paisaje despacio, así como debieron disfrutarlo los miembros de la realeza para los que este ferrocarril fue mucho más que un capricho. “También para otros personajes ilustres como Nelson Mandela, que viajó en este compartimento, o los mismos Rolling Stones, que casi acaban con las existencias del vino”, bromea Mitchel, asistente del vagón, ataviado con chaqué, pajarita y guantes blancos, como mandan los cánones de la distinción.

El British Pullman, operado por la misma compañía del legendario Venice Simplon-Orient-Express, es un palacio rodante que pasea sus oropeles por la campiña británica en excursiones de un solo día. Tiempo suficiente para empaparse de la poética de estos viajes, que llevan el sello de un refinamiento solo apto para privilegiados. La mesa para dos cuesta desde 615 libras por persona (unos 700 euros al cambio actual) —si es en compartimento privado para dos personas, desde 1.230 libras por persona—. Este año, además, el ferrocarril moderno de Gran Bretaña cumple dos siglos. Fue en 1825 cuando la demanda de carbón para la pujante Revolución Industrial impulsaba la necesidad de transporte en el noreste minero de aquella Inglaterra que entraba en el periodo de la regencia. Así nació la pequeña línea de ferrocarril que unía las poblaciones de Stockton y Darlington, y que acogió este primer viaje arrastrando más de 20 vagones con ocho toneladas de peso, a una velocidad de 25 kilómetros por hora. Aunque el tren era propiamente de mercancías, numerosos pasajeros sentados en bancos participaron en aquel trayecto, que marcaba el origen de lo que hoy es una red de servicios interconectados con líneas de alta velocidad para las largas distancias.

Pero volvamos al ritmo lento del British Pullman y al toque melancólico que lleva impreso en sus coches salón. A esos vagones panelados en madera y ricamente tapizados, con decoración en marquetería, cortinas de tela y lámparas vintage. A las flores naturales en cada una de las mesas, la vajilla de porcelana, la cubertería de plata. Vagones con nombres propios (Audrey, Vera, Minerva…), todos con una historia que contar. Especialmente Cygnus, que ha sido diseñado por el director de cine estadounidense Wes Anderson, quien ha estampado en cada detalle su estética inconfundible. Ese universo audaz pero al mismo tiempo onírico, plagado de juegos de simetría, colores pastel y armonía visual, se respira en este vagón, que exhibe formas rectilíneas, tonalidades verdes y sutiles detalles, como las cubiteras con silueta de cisne, ideadas asimismo por el autor de Gran Hotel Budapest o Life Aquatic. Y todo ello realizado a mano con antiguas técnicas artesanales.

Así llega el momento del brunch, que Mitchel se esmera en servir delicadamente mientras explica que todos los ingredientes son de origen local y sostenible. Bocados tan exquisitos como el dúo de pasteles ingleses recién sacados de los hornos a bordo; el bol de yogur con bayas frescas, granola casera y jarabe de mandarina, o las delicias de salmón ahumado, rociadas con generoso caviar. Y mientras, al otro lado del cristal, va desfilando un paisaje en transición: el que deja atrás los espigados edificios de la gran ciudad, el latido industrial de las zonas suburbanas y, finalmente, los prados que se ondulan en suaves colinas y esconden entre sus pliegues deliciosos pueblos de piedra. Este momento en el que el British Pullman culebrea por la campiña, destapando tras la ventanilla la vida en suspensión, remite a distintas escenas ferroviarias alumbradas por la literatura. Imposible no recordar el estremecedor éxodo de la novela El tren, de George Simenon; el crimen perfecto de Extraños en un tren, de Patricia Highsmith; o la metáfora de la pasión que supone el tren en Anna Karenina, de León Tolstói.

Una vez en Bath, el aura de la época victoriana se extiende por sus calles de atmósfera señorial y elegante arquitectura, por aquellos baños romanos que, allá por el siglo XVIII, convirtieron a la ciudad en el centro de la alta sociedad inglesa, que a menudo se daba cita en las fiestas y bailes de sus suntuosos salones. Nada puede ser más placentero que visitar la abadía de Bath y el Theatre Royal, descubrir edificios georgianos como The Royal Crescent y The Circus, y caminar sin prisa por el fotogénico puente sobre el río Avon, siempre animado con músicos callejeros. Pero, en esta ocasión, hay ganas de regresar al British Pullman para abordar el viaje de vuelta y exprimir la magia del trayecto en sí mismo.

Es hora de la cena y toca prepararse para un festín que incluye merluza de Cornualles, pierna de cordero asada, tabla de quesos británicos y tarta de limón. Eso, si no se tiene la suerte de coincidir con las Celebrity Chef Dinners, que se vienen organizando desde hace meses. Se trata de viajes en los que el menú está elaborado por cada uno de los tres chefs con estrella Michelin más reconocidos del Reino Unido: Phil Howard, Andrew Wong y Atul Kochhar. Esta iniciativa se suma a las escapadas temáticas del British Pullman, entre las que figura la llamada Misterioso asesinato. En ella, los pasajeros van con lupa, como Hércules Poirot, mientras intentan resolver un crimen como aquel que Agatha Christie situó en un lujoso vagón. Con su recuerdo, y por supuesto con champán, el ferrocarril anuncia la llegada a Londres.

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