Diez iglesias en un quilómetro para (no) perderte por Génova
Las cifras turísticas hacen de la ciudad italiana, apodada “la Soberbia”, un lugar perfecto por sus asequibles precios, por la comodidad de pasear por sus calles sin aglomeraciones y su patrimonio acumulado a lo largo de los siglos
Génova, capital de la región de Liguria y sexta ciudad de Italia en número de habitantes, tiene una larga historia de poder marítimo y lucha política que, sin embargo, no es un reclamo para figurar como un destino turístico habitual en nuestro presente, quien sabe si receloso de su relativo aislamiento geográfico. Las cifras turísticas —menos de tres millones de visitantes en 2023— hacen de ella un lugar perfecto tanto por sus asequibles precios como por la comodidad de pasear sus intrincadas calles sin aglomeraciones, lo que las convertiría en una verdadera pesadilla e impediría disfrutar de toda su belleza, no en vano su apelativo es “la Soberbia”, término merecido por el patrimonio acumulado a lo largo de los siglos.
Entre las características de su núcleo urbano figura la dificultad del paseante para orientarse, en especial por sus zonas más renombradas, como su Città Vecchia, uno de los cascos antiguos más espectaculares de Europa y, quizá, el más caótico si uno no se procura una buena brújula para dominar con mínimas garantías su interior. La ruta propuesta a continuación consiste en que las migajas de Hansel y Gretel para no extraviarse sean una decena de iglesias, todas válidas para configurar un paseo que, además de alegrar el día por el sinfín de estímulos estéticos, nos haga sentir buenos viajeros por desafiar lo imposible de este laberinto.
Podemos empezar desde un punto muy fácil y reconocible: la basílica de la Nunziata del Vastato, un templo que, en cierto sentido, es una encrucijada entre la Stazione Principe, la más recomendable para llegar a Génova desde el aeropuerto, y el meollo, compuesto por la los barrios de la Città Vecchia y la excepción de Via Garibaldi, llena de palacios históricos, terracitas y negocios honestos, bien por sus precios, bien por lo ofrecido al cliente, tratado por igual sin distinción con el vecino. La Nunziata asombra por la columnata de su fachada de finales del siglo XIX, desde la que se visualiza un riquísimo interior, suntuoso por sus frescos y el despliegue de columnas, normalmente custodiada por voluntarios, pues en Génova la ausencia de vocaciones ha comportado un movimiento ciudadano que permite tener las iglesias abiertas para fieles y público.
Tras este inicio bajaremos 150 metros por Via Lomellini hasta San Filippo Neri, completada en 1721. Su hundido frontispicio, propio de una calle angosta, da paso a una diáfana nave, aconsejable no solo por el fresco en honor a la gloria del santo, rubricado por el boloñés Marco Antonio Franceschini. Desde aquí quedan muy cerca Il museo del Risorgimento, casa natal de Giuseppe Mazzini, y una iglesia sin arquitectura religiosa, la Piazza Don Andrea Gallo, una oda a la comunidad multicultural que recuerda a un cura partisano, amado por su labor humanitaria y humanística.
El siguiente hito es de los trascendentales. A 120 metros espera, tras su leve subida, La Chiesa di San Siro, erigida según la tradición en el siglo IV y primera catedral genovesa antes de la primacía de San Lorenzo. San Siro, con doble acceso, es un colosal museo a observar con parsimonia. Sus tres naves y sus múltiples capillas son un alud de tesoros del medioevo al siglo XIX y cada minucia es significante, tanto que aconsejamos ir las veces que se pueda, algo por lo demás viable al situarse en medio de iglesias y edificios de mucha solera.
De esta catedral desterrada en su rango iremos hacia la Piazza Banchi, una de las más singulares de esta urbe portuaria, y como interludio entre la misma y San Siro pararemos un instante en San Luca, de 1650 e ideal como excusa para transitar por su homónima calle, bulliciosa y con buenos puestos para comer focaccia, la pizza local, barata y estupenda para recargar energías. Con o sin ellas, la Piazza Banchi, con quioscos y tenderetes de segunda mano, es como una caja con una iglesia arquetípica de Génova, donde las más preciosas se topan contigo de sopetón y así su memoria permanece con más fuerza una vez termina el viaje.
San Pietro in Banchi es de finales del siglo XVI. El gobierno de Génova participó en su financiación para elevar un voto de agradecimiento tras la peste de 1579. A este templo se asciende mediante una escalinata, más impresionante si cabe por el espacio circundante. Antes de subir por estas, lo idóneo es mirar con atención los frescos de la fachada, una magia policromada e incompleta realizada por el pintor Giovanni Battista Baiardo, que contribuyen a potenciar el impacto escenográfico. El interior, de mármol blanco, es una explosión de luz y una bonita experiencia por cómo te acogen los voluntarios, espléndidos a la hora de hacer familiar todo el legado que protegen. Tras despedirlos, nuestro siguiente objetivo dista 240 metros por la Via di Canneto il Curto, surcada de pequeños paréntesis en su trazado, como la misteriosa plaza Cinque Lampadi, una imperdible sin apenas menciones en guías y muchas historias en cada uno de sus recodos.
Canneto il Curto muere en la Piazza San Giorgio. Pocas como ella hay en el mundo, entre otras cosas por sus dos iglesias, la homónima, surgida en época bizantina y remodelada hasta su consagración en 1700, y San Torpete, que de capilla familiar de los Cattaneo devino, por voluntad de estos, lugar de celebración litúrgica en 1733. La relativa proximidad cronológica de ambas las hace medio gemelas pese a disentir en el color de sus fachadas, algo eclipsado por lo ondulante de su forma y la imponente modestia de sus respectivas cúpulas.
La referencia a San Jorge y los griegos nos conduciría a cómo esta ciudad tuvo muchos grupos comerciales que aumentaron el número de parroquias. La plaza, uno de los foros de la era romana, acogió el mercado genovés y hoy constituye una antesala al Duomo di San Lorenzo, del que se podrían llenar páginas y páginas porque es románico, gótico, renacentista y una enorme ilusión que puede engañarnos. La causa es su fachada: toscana por sus pórticos, humorística por sus tristes leones y una invitación a no quedarse sentado en sus escaleras, sino a entrar y deambular por sus laterales, con destellos de arte en cada capilla.
Tras tanto caracoleo hemos terminado en el enclave por excelencia. Como San Lorenzo es solo la novena iglesia, se puede redondear el periplo con dos opciones. La Chiesa del Gesú e dei santi Ambrogio e Andrea es un caramelo que nos imanta desde la Via di San Lorenzo. Se halla a la derecha del Palazzo Ducale y es un preámbulo a la Piazza De Ferrari, meca de mecas y quilómetro cero civil de todas las Génovas. Quien prefiera sumergirse de nuevo en lo imprevisible del casco antiguo, debe acercarse a San Matteo, otro trampantojo de aires toscano en medio de esta joya a descubrir, por supuesto, perdiéndose en ella para conocerla mejor.