Una ruta descubriendo las huellas de las mujeres que crearon Weimar
Regentes o consortes adineradas, músicas, escritoras, actrices o diseñadoras han guiado la vida de la ciudad alemana generación tras generación. Entre parques y calles adoquinadas hay una senda imaginaria que recorre casas, archivos y bibliotecas creadas o alimentadas por las mujeres que entretejieron esta urbe
Pasa como con un sueño secreto: si lo expresas cambia todo. El viaje a través de lo femenino de Weimar es sensorial e inspirador, y empieza nada más atravesar el puente sobre el río Ilm, en la colina desde la que se ve la ciudad y uno se siente rematadamente bien, como si aquí, en el lugar que representa el centro de la alta cultura alemana, hubiera algo o alguien que, quieras o no, te obliga a hacer lo que te da la gana. La sensación crece cuando llegas al número 1 de la calle Jenaer, te asomas al Goethe und Schiller Archiv y, por rematada casualidad, encuentras una mujer que observa y resulta ser Annette Ludwig, directora de los museos de Weimar. O, lo que es lo mismo, la fundación que gestiona la cultura aquí.
Ludwig sonríe al explicar que las mujeres han sido claves en Weimar. Aunque muchas veces no se las nombre, ellas han sido regentes, mecenas, escritoras, músicas, editoras o diseñadoras y, en cualquier caso, su historia es inspiradora. Unas vivían aquí, otras llegaron a la ciudad a la fuerza, otras vinieron en busca de libertad tras esa promesa de poder ser ellas mismas, poder ser libres, poder expresarse. Y muy pronto, en cuanto alguien te orienta sobre dónde está la biblioteca más importante de la ciudad —que se llama de Anna Amalia—, o cuando apunta en dirección a uno de los palacetes ―el de la viuda, por ejemplo― o señala dónde están las fuentes ―financiadas por María Pávlovna― o los cafés ―Theater Café Weimar, hogar y centro de reunión de la salonaire Johanna Schopenhauer― o que esta o aquella calle fueron retratadas por la mítica fotógrafa Lee Miller sabes que, aunque de Weimar se dice que es la ciudad de Goethe y Schiller, y que aquí vivieron Bach, Herder, Nietzsche o Franz Liszt, entre otros genios en algún tiempo, también fue el lugar donde toda persona que llegaba podía encontrar un espacio para dar rienda suelta a su ser. Cuando se le pregunta a Héctor Canal, que investiga el archivo y las cartas de Goethe, cómo ha logrado trabajar aquí, él lo tiene claro: “Tengo mucha suerte. Eso sí ―y hace un guiño―, a lo mejor me lo merezco.”.
El cofre de Sophie de Sajonia-Weimar-Eisenach
El rastro de las mujeres que crearon aquí inspira e impacta. En el archivo de Goethe y Schiller, la sensación primero es de solidez y decisión, junto con la extrema meticulosidad; como si estuvieras en el interior de una inmensa caja fuerte y, al mismo momento, en un cofre que guarda algo extremadamente valioso y muy delicado. Es la concreción de la idea que tuvo la princesa Sophie de Sajonia-Weimar-Eisenach al heredar el 15 abril de 1885 los manuscritos de Goethe para protegerlos y hacerlos accesibles. El archivo de Goethe y Schiller es el primero, y de los más importantes, de la literatura alemana; un lugar clave para la memoria, incluso para la memoria que Europa tiene de sí misma. Dentro están la mayor parte de los manuscritos de Goethe, la mayoría su trasiego epistolar y correspondencia, cada una de las pequeñas misivas que el poeta, también ministro del ducado, envió y recibió desde los más recónditos rincones. También muchos de los documentos de Schiller y, después, de muchos más creadores y creadoras.
El edificio es un cofre y una cámara acorazada porque en 1885 Sophie de Sajonia-Weimar-Eisenach tuvo una idea, buscó inspiración en el Petit Trianon de Versalles para hacer el diseño, lo pagó y controló hasta el más nimio detalle mientras se hacía. Era su forma de cumplir su deseo. “Todo pasaba por ella; ella fue responsable de todo”, explica Héctor Canal, investigador experto en las cartas de Goethe, a la puerta de la exposición en el archivo sobre la mujer responsable, además, de la edición completa de Goethe con 143 volúmenes (titulada Sophie. Poder. Literatura. Una regente hereda a Goethe, está abierta hasta el próximo 15 de diciembre). Gracias a ella se expandió la obra y también la literatura alemana impactó en toda su época.
Al subir las escaleras de mármol y llegar hasta el segundo piso, en los expositores y vitrinas color marfil, se muestran sus notas escritas. “Bueno es lo que bien acaba”, copia la mujer una frase de Shakespeare, a quien admiraba. También están sus órdenes, sus reflexiones; la decisión de hacer algo grande para llevar el tesoro escrito de un mundo hacia ese otro nuevo mundo que comenzaría con el siglo XX. Ella protegió los documentos de Goethe; y también la memoria de las madres, las viudas, las amantes, las regentes que se escribían con él. Y hasta de sus contradicciones.
La corte de las musas
La visita en busca del rastro de la duquesa Anna Amalia (1739-1807) no es menos impactante. Primero en el llamado palacio de la Viuda ―Wittumspalais―, porque tiene el rastro de la mujer que puso las bases de la famosa corte de musas de Weimar y de su propia e inspiradora historia. Era 1756, Anna Amalia tenía 16 años y llegaba a la corte de Weimar como esposa del duque. Dos años después, se quedó viuda con dos hijos y tomó el mando como regente. Amante del arte, trajo a poetas, artistas y personas abiertas. “La corte de las musas es una institución para la promoción de la alegría y el buen humor donde se tocaba el piano y el violín, soplando, silvando, jugueteando para que los ángeles del cielo se divirtiesen”, dijo el poeta alemán Christoph Martin Wieland.
Para seguir sintiendo su rastro, hay que ir hasta la biblioteca que Herzogin Anna Amalia Bibliothek, patrimonio mundial de la Unesco desde 1998, aunque no la construyó. Dentro está la espectacular sala rococó, que mandó construir ella misma, y hay una colección de literatura escrita por mujeres desde la antigüedad con obras como Parnasse des Dames, de Louis Édme Billardon de Sauvigny. Anna Amalia viajó, compuso y escribió, estuvo muy cerca de Charlotte von Stein, que fue su dama de compañía y después se convirtió en la mejor amiga de Goethe, quien documentó su amor por ella en centenares de cartas.
Las amantes y esposas
En cualquiera de las terrazas de Frauenplan se siente que aquí la vida no ha debido cambiar tanto. Hay una fuente, una calle adoquinada llamada Brauhausgasse donde a media mañana huele a pan recién horneado con orégano, y a pizza del restaurante La Trattoria. La casa de Charlotte von Stein, amiga íntima o amante ―platónica o no― de Goethe por años, está frente al restaurante. “Se intercambiaban mensajes diarios con los criados, a veces eran misivas tan cortas como los WhatsApp de hoy, que estaban escritas en papeles muy pequeños. Por ejemplo, decían: ‘Te echo de menos. ¿Cómo has dormido hoy?”, explica Héctor Canal al entrar después en la casa donde vivió 50 años Goethe y que, a golpe de sensación, es un artilugio creado a propósito para contar con emociones lo que las palabras callaban sobre la vida. También sobre su compañera de vida que no fue Charlotte, sino Christiane Vulpius, a quien conoció cuando se deshizo el vínculo con la primera.
Al atravesar la entrada, y antes de subir la escalera de la casa, hay dos puertas. Una de ellas no lleva a ningún sitio. Pero como para dejar claro la impronta femenina, en esa misma entrada hay un busto de Hera, la esposa de Zeus; hay un fresco de Iris, diosa mensajera del Olimpo; y hay un cuadro de Medusa, que protege con su pétrea mirada la entrada a la casa oficial donde llegaban las visitas.
En el espacio íntimo vivió Christiane Vulpius. Aunque todo el mundo supiera quién era ella y qué hacía, “hasta su propio hijo tenía que llamarla señorita Vulpius”, explica Canal. A esta misma casa, por cierto, más tarde llegó Ottilie, nuera de Goethe, que tradujo, hizo de agente, inventó la revista Caos ―escrita en varios idiomas y donde nadie firmaba con su nombre―, pasó a la historia como una de las mujeres más libres, complejas e influyentes; también por ayudar al genio en la segunda parte de Fausto, y por haber sido en su infancia una de las niñas que debió corretear por el salón de la novelista Johanna Schopenhauer.
Las ‘salonaires’ y benefactoras
En Weimar, donde todo está cerca y hoy apenas viven unos 65.000 habitantes, suena un saxofón en la calle Schiller, que en sí misma es una de las vías centrales de visita obligada. Johanna Schopenhauer vivió en el número 10. Después se mudó muy cerca, al número 1 de la plaza Teatro, donde ahora está el Theater Café Weimar y donde se puede pedir una copa gigante de helado o café con nata o uno de esos grandes desayunos que se hacen aquí: Frühstück. La historia de Johanna Schopenhauer, la salonaire de Weimar, empezó aquí en 1806. Viuda y adinerada, llegó junto a su hijo Arthur y su hija Adele, atraída por la corte de musas, como muchas mujeres.
Era un tiempo de asedio francés, Napoleón ya se había coronado emperador. Schopenhauer, que ayudó a las familias de los heridos nada más llegar, abrió su salón y, poco después, acogía a la recién casada esposa de Goethe, rechazada por ser concubina. A los encuentros en su salón acudieron, por ejemplo, Bettina von Arnim, escritora e ilustradora, o Charlotte von Schiller. En el salón debatían, leían, escuchaban música; se nutrían. Muchas mujeres cultivadas llegaban con su ímpetu creador e inspiraban o se inspiraban con personas como Goethe. Con el paso del tiempo, Johanna Schopenhauer se arruinó para convertirse ella misma en escritora profesional. Para entonces, María Pávlovna, nieta de Catalina la Grande y mecenas, había tomado el testigo de mantener en Weimar la corte de musas. Fue ella, por cierto, quien puso a Franz Lisz al frente de la orquesta de su corte, quien creó cajas de ahorros para los pobres, quien aseguró medios de vida de las mujeres. Y la onda expansiva de la corte siguió atrayendo a más mujeres.
En la calle Humboldt, por ejemplo, Barbara Margarethe von Solis, activista suiza de los derechos femeninos e historiadora, compraba a finales del siglo XIX una casa palacete para que Elisabeth Förster-Nietzsche cuidara de su hermano y creara el archivo. La mujer, que es y fue muy discutida por su vida abiertamente nacionalista, logró la inmortalidad para su hermano.
En la plaza del Teatro, donde está la casa de la República de Weimar, muchas mujeres se acercan para recordar el momento en el que llegó la igualdad con el voto femenino: enero de 1919. Y muy cerca, dentro del edificio Bauhaus, se muestra que en ese mismo año muchas mujeres se incorporaban a la escuela de arte que iba a revolucionar el mundo a través de los muebles, la ropa, la artesanía; las mujeres diseñaban la propia vida cotidiana.
Por algo la estadounidense Lee Miller, modelo y fotoperiodista de guerra, llegó a Weimar décadas después y fijó con su cámara las imágenes del desastre en la memoria colectiva. Miller se retrató en calles, plazas, junto a las escaleras; debió pensar que así se sumergía en ese gran tejido femenino que antes de la barbarie concretó los sueños en realidades y atrajo genialidad.
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