Una excursión perfecta para noviembre: al encuentro de la cueva de San Millán por uno de los hayedos más bellos de España
El valle del río Cárdenas rodea la cueva donde el santo vivió 40 años. Esta no figura, aunque debería, en la lista del patrimonio mundial de la Unesco, como los cercanos monasterios de Yuso y Suso
“Por Todos los Santos, frío en los campos”. “Por Todos los Santos, tus trigos sembrados”. El refranero, que es tan observador, no dice nada del colorido de los bosques a primeros de noviembre, cuando más vivo es. Pero podría decirlo: “Por Todos los Santos, árboles pintados”. Esta es buena fecha, pues, para acercarse al valle del río Cárdenas, en la vertiente riojana de la sierra de la Demanda, donde ahora la naturaleza pinta las hayas, los robles, los mostajos y los arces con los colores más cálidos de su paleta.
Es un bosque ideal para Todos los Santos. Desde luego, lo fue para San Millán, que vivió retirado aquí 40 años, a principios del siglo VI, mucho antes de que fundara, valle abajo, el famoso monasterio de Suso. La cueva del Santo estaba y sigue estando en un risco elevado, con inmensas vistas sobre el bosque. Allá arriba, Aemilianus disfrutó 40 otoños viendo el cuadro más bello del mundo. Estaba ya en el cielo, antes de ser santo.
Una senda corta, sencilla y bien señalizada
A ocho kilómetros justos de San Millán de la Cogolla, subiendo por la carretera LR-422, en la margen derecha del río Cárdenas, se encuentra el área recreativa de Urre, donde hay un aparcamiento y un panel informativo que cuenta cómo subir a la cueva del Santo. Se trata de una senda bien señalizada con balizas de madera, de solo una hora de duración —incluida la vuelta por el mismo camino— y 129 metros de desnivel, apta para personas de toda edad y forma física. Empieza cruzando por un puentecillo el barranco de Fragosto, afluente del Cárdenas, y asciende luego a través de una espesa masa de hayas y avellanos, casi como por un túnel. Pronto se llega a la llamada Curva de los Cuatro Vientos, que ofrece una buena vista del valle y una buena excusa también para descansar, pues la pendiente es cada vez más pronunciada. Tras este corto respiro continúa la subida, ahora zigzagueando entre pinos silvestres, hasta llegar al cortado rocoso del que cuelga, como un nido de golondrina, la casa-cueva del Santo.
A principios del siglo XVII, 1.100 años después de que la habitara el santo, la cueva se convirtió en destino de una singular romería. Una misteriosa enfermedad afectó a las mujeres de San Millán de la Cogolla y los hombres, angustiados por un mal que se cebaba con lo que más querían, subieron a rogar por su sanación. Mal no les fue la rogativa, porque aún la siguen haciendo, viniendo hasta aquí los varones del pueblo, solo ellos, cada tercer domingo de junio.
En aquel mismo siglo, la cueva fue transformada en una ermita rupestre. Se le añadieron tres paredes, un tejado, un altar y una puerta que permanece abierta día y noche, porque el acceso es libre. Lo demás sigue igual. El mismo silencio. La misma soledad. El mismo paisaje grandioso de montaña, presidido por el pico San Lorenzo o Cuculla (2.271 metros), el más alto de la sierra de la Demanda. Y al pie de la cueva, tapizando el valle, el mismo manto de hayas, robles, mostajos y arces, bellísimo a principios de noviembre, cuando la naturaleza se entretiene pintándolo de marrón, ocre, amarillo, naranja, colorado y púrpura. Días hay en que, para llegar a la cueva de San Millán, los senderistas avanzan por una alfombra roja.
Saludar a los abuelos del bosque
Como subir a la cueva y bajar de vuelta es una ruta corta, podemos dar a continuación otro paseo junto al río Cárdenas, por la prolongación de la carretera que hemos seguido para llegar en coche al área recreativa de Urre. Sin hacer un gran esfuerzo, descubriremos a los abuelos del bosque, dos árboles monumentales de varios siglos de edad. A un kilómetro de Urre, valle arriba, se encuentra el haya de los Carrias, un ejemplar enorme de más de 350 años, protegido y señalizado como árbol singular de La Rioja.
Dos kilómetros más adelante, junto a la pista de tierra que es prolongación de la carretera asfaltada, se alza el mostajo del río Cárdenas, otro coloso de tres siglos y medio de edad. Desde el área recreativa de Urre hasta aquí es un paseo de dos horas —incluida la vuelta por el mismo camino— por uno de los bosques más bellos de España.
Monasterios de Yuso y de Suso
Una vez vista la cueva y saludados los abuelos del bosque, es hora de coger el coche para acercarse a San Millán de la Cogolla y conocer el monasterio de Yuso o de Abajo, donde yacen los restos del santo. Erigido en el siglo XI en estilo románico y reedificado en el XVI y el XVII al modo herreriano, este majestuoso monasterio, además de las reliquias de San Millán, contiene valiosos códices y cantorales (alguno, de 60 kilos de peso). También puede admirarse una copia de las Glosas emilianenses, notas que un monje escribió hace mil y pico años en el margen de un texto en latín y que se consideran el “primer vagido de la lengua española”, como dijo Dámaso Alonso.
El de Yuso es uno de los monasterios más grandes e impresionantes de España, El Escorial de La Rioja. En cambio, el de Suso o de Arriba, que se esconde en el monte a menos de un kilómetro, es un cenobio pequeño, sencillo, rústico y encantador, donde se conserva el aroma de la Alta Edad Media, cuando hombres como San Millán, los espíritus más puros de la Hispania visigoda, se retiraban a los lugares más apartados para llevar una vida austera y solitaria, a imitación de lo que habían hecho los Padres del Desierto en Siria y Egipto, en el siglo IV. La cueva del Santo fue su primer retiro, su desierto de juventud. Suso fue el definitivo, donde vivió hasta los cien años.
Lamentablemente, el monasterio de Suso está cerrado por obras de consolidación y restauración desde enero de 2025 y los trabajos van para largo. Como no puede visitarse y el acceso en coche está prohibido (excepto para vehículos autorizados), la única forma que existe de subir a echar un vistazo es andar por el monte. Hay señalizado un camino peatonal Yuso-Suso, muy sencillo, de solo 2,6 kilómetros. Y hay una senda circular más larga —7,7 kilómetros— e interesante, que une los dos monasterios, ambos declarados en 1997 patrimonio mundial de la Uneso, y el pueblo de Berceo, donde en el año 472 nació el santo y en 1196 lo hizo Gonzalo de Berceo, considerado el primer poeta en lengua castellana, el que escribió: “Quiero fer una prosa en román paladino, / en la cual suele el pueblo fablar a su vecino; / ca no so tan letrado por fer otro latino. / Bien valdrá, como creo, un vaso de bon vino”. En Berceo, además, estuvo tres años de sacerdote San Millán tras su primer retiro, pero era tan generoso con los pobres que otros clérigos lo acusaron de malgastar los bienes eclesiásticos y acabó colgando la sotana y retirándose de nuevo al monte, lejos del mundanal ruido.