Por el San Diego más chicano

Una ruta en la ciudad californiana entre tiendas de ropa, libros, galerías, un ‘skate park’ y mucho más para reivindicar esta mezcla de orígenes mexicanos y vida estadounidense

Varios murales en el Chicano Park, en el barrio Logan de San Diego (California). JOHN FRANCIS PETERS (New York Times / Contacto)

Hay una puerta abierta en una esquina de la Logan Ave de San Diego. Fuera, la luz del mediodía cae con fuerza y nitidez sobre esta calle repleta de locales modernos, hípsters y artísticos, que comparten acera con algunos puestos de tacos, tamales, elotes y churros. Esa puerta abierta se traga toda la claridad del verano y la convierte en un rectángulo oscuro. Parece la puerta de un pub antiguo. Me gana la curiosidad y meto un poco la cabeza en ese agujero negro. Dentro, Michael Angelo me saluda y anima a que meta el cuerpo entero y eche un vistazo al local. No solo eso, se ofrece a hacerme una visita guiada. Michael Angelo es un veterano de guerra y este no es un pub cualquiera, es parte de una de las sedes de los Veterans of Foreign Wars (Veteranos de Guerras Extranjeras). Dentro hay muchas banderas estadounidenses, pero también símbolos mexicanos. El bar conecta con otro local que es una especie de memorial en honor a los caídos y que, a su vez, conecta con una sala de eventos. Todo está dedicado a recordar a los hispanoamericanos o mexicoamericanos que murieron por Estados Unidos. Porque nos encontramos en el barrio Logan: el lugar por excelencia de la cultura chicana e indígena en el sureño San Diego, pegado a Tijuana, justo en la frontera de EE UU y dentro del Estado de California.

La cultura chicana, o mexicoamericana, tiene su origen en una historia de discriminación y explotación. Es la historia de la conquista por parte de EE UU de lo que eran territorios mexicanos: Texas, Nuevo México, Arizona, Colorado y Alta California. Y es también la historia de lo que sucedió después. En el siglo XIX esos territorios pasaron a formar parte de EE UU y de ahí en adelante los mexicanos en esas regiones enfrentaron explotación económica, discriminación social y violencia. Eso llevó a una resistencia activa y pasiva basada en su cultura. Lo describe en detalle Juan Manuel Sandoval en La cultura chicana como parte del patrimonio histórico y cultural de México.

Además, según algunos expertos, en los inicios, “chicano” era un término despectivo, que quería decir callejero o pícaro. Pero después, entre los años sesenta y setenta del siglo XX, pasó a tener una connotación más política, con el Movimiento Chicano, cuando estalló la lucha por los derechos civiles en el país. Y con los años, ese término ha ido cargándose de orgullo y perdiendo lo peyorativo. La cultura chicana es, pues, una cultura de resistencia. Por eso todavía ahora aquí en San Diego se nota la dignidad de esos orígenes.

Camino al lado de Michael Angelo y su perro por la Logan Ave, la arteria principal de este barrio que tiene corazón mestizo. Ellos me van enseñando los lugares clave. Primero entramos en la Sew Loka, una mezcla de palabras en inglés y en español (‘cose’, o ‘coser’, y ‘loca’). También así hablan algunas personas en esta zona fronteriza, en una mezcla de inglés y español. La Sew Loka pertenece a la diseñadora chicana Claudia Rodríguez-Biezunski. Fue a través de sus padres, migrantes mexicanos, como a Claudia le entró el amor por la costura. Su padre tenía una fábrica de tejido en San Fernando, California, y su madre, que se quedaba en casa, cosía toda la ropa para Claudia y sus dos hermanos y tres hermanas. En 2013 abrió esta tienda-taller y, como explica en su web, “como empresaria mexicoamericana, está rompiendo barreras, difuminando las normas sociales y dando la bienvenida con orgullo a las comunidades BIPOC [personas negras, indígenas y de color] y desatendidas a través de productos hechos a mano, asequibles, vanguardistas y reciclados”.

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Ella dice que es más “chicana punk rock, que chicana tradicional” y cuenta la importancia que le da a la sostenibilidad en la moda. Por ejemplo, con talleres para enseñar a la gente a ser más sostenibles con su ropa. Al lado de su tienda hay una galería de arte comunitario y, más adelante, hay más galerías, tiendas y muchos bares y restaurantes. Todo basado en la tradición chicana, pero también en otras identidades culturales que surgen para reivindicar las raíces mexicanas frente a la discriminación en EE UU. Por eso en este barrio es fácil ver coches antiguos, Cadillacs y otros, bajos y alargados, símbolo de los low riders y los pachucos. O vestimentas con pantalones anchos, muchos tatuajes y gafas de sol oscuras, típico de los cholos.

Después de las múltiples opciones para el ocio en esta avenida, al final de la calle, cuando muere y cambia de nombre, todavía hay otro tesoro: la librería Libélula Books & Co. Un lugar, como los anteriores de la Logan Ave, para empoderar a la comunidad, en este caso a través de la lectura. Libros en español, literatura latinoamericana, negra, queer, indígena y de un sinfín de colectivos.

Pero dando marcha atrás también hay mucho que ver. Rebobinando, antes de llegar a la puerta abierta de la sede de los Veterans of Foreign Wars y de conocer a Michael Angelo, se pasa por un skate park ubicado bajo un puente de una amplia carretera. En las rampas para los skates y los pilares del puente está lleno de murales. A los pies de algunos de ellos hay placas y fotos que recuerdan a miembros de la comunidad fallecidos, muchos de ellos jóvenes skaters. En las fotos salen patinando y en algunos de esos pequeños altares hay trozos de skates con frases escritas. Los murales son, en su mayoría, una reivindicación de la cultura mexicana e indígena. Más adelante, el skate park se transforma en un parque con algo de hierba, zona de juegos infantil y más murales. Todo eso conforma el Chicano Park.

Uno de los murales del Chicano Park, en San Diego (EE UU).joseph giacalone (Alamy / CORDON PRESS)

Desde ahí se puede llegar en el tranvía —aquí le llaman trolley— en poco más de media hora hasta la frontera con Tijuana. Hasta San Ysidro. En esa zona está The FRONT Arte Cultura, un espacio comunitario para potenciar el arte fronterizo, en este caso de los dos lados, tanto de la vecina Tijuana como del área de San Diego. Por eso se organizan exposiciones de artistas de ambos países. Ese puede ser el punto de inicio o final de la ruta, porque está en un extremo.

Una de las calles de San Ysidro (EE UU), en la frontera con Tijuana (México).Guillermo ARIAS (AFP / GETTY IMAGES)

En lo que podría ser el otro extremo de esta ruta chicana, en el Balboa Park, el parque más conocido y grande de San Diego, está el Centro Cultural de la Raza. Fue fundado en la década de los setenta por la comunidad chicana y su objetivo es promover y preservar la cultura y el arte chicano, mexicano, latino e indígena, ofreciendo infinidad de eventos, entre mercadillos, conciertos, charlas y un largo etcétera.

Así, caminando por todos estos lugares y empapándose de lo que aportan, el viajero puede aportar su granito de arena a mantener vivo ese legado, para que siga creciendo.

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