Qué hacer 24 horas en la mexicana Chetumal: empaparse de cultura maya, tomar un ‘pozolazo’ y bañarse en la laguna de Bacalar

Esta ciudad en el Estado de Quintana Roo es el punto de partida del Caribe mexicano. Un lugar con mucha historia, estupendos alrededores como Mahahual y esa cultura de malecón que tan buen rollo genera

Playa en Chetumal, en el Estado de Quintana Roo (México).Wirestock / Alamy (Cordon Press)

El 14 de septiembre de 2003, un manatí recién nacido fue encontrado en el sistema lagunar Guerrero, junto a la bahía de Chetumal, en el Estado mexicano de Quintana Roo. Enseguida se sintió querido por una comunidad que lo visitaba y le proveía alimentos. Alguien le puso el nombre de Daniel. Durante sus primeros 12 años estuvo en semicautiverio. Cuando tuvo ocasión de ser completamente libre, ¿qué hizo? ¿Se fue a recorrer los mares? No, regresó a la bahía de Chetumal para quedarse, como si alguien le hubiera explicado: “Este es un santuario para especies amenazadas como la tuya, es un área natural protegida en la que tendrás compañía esporádica y una vegetación sumergida de la que alimentarte”.

Desde que volvió, Daniel ha devenido promotor turístico y el amigable mamífero acuático convive con todo aquel que visite este importante lugar de conservación ecológica. Daniel fue el primer proyecto de rehabilitación, liberación y monitoreo de un ejemplar de la especie Trichechus Manatus. Los biólogos alertaron de no darle comida, ¿quién hizo caso? Nadie. Y ahí está Daniel, como pez en el agua (ja), siendo objeto de cariños y de bromas. Hay quien se lanza al mar y lo abraza para colgar luego la foto en las redes. Hay quien le canta canciones de Alfredo El pulpo y sus teclados: “La cumbia del sapito la vamos a bailar / La cumbia del sapito la vamos a gozar”. Hay quien le prepara la cena.

Estas cosas pasan en Chetumal, ciudad cuyos reclamos publicitarios, con razón, anuncian: “Aquí se inicia México”. Claro, es el punto de partida del Caribe mexicano, frontera con Belice. Tiene mucha historia, estupendos alrededores y esa cultura de malecón que tan buen rollo genera cuando el peso del día se va con el sol y se muere la tarde.

9.00 Ricas empanadas de chaya e inmersión arqueológica

Para hacernos una composición de lugar y de historia, nada como un café idolatrado por la población autóctona por sus suculentos desayunos. Un ilustre local que homenajea al pasado maderero, chiclero y marinero de Chetumal, cuando hasta aquí apenas llegaban carreteras. Como en otras ciudades que viven de cara al mar, hay un Café del Puerto (1). Ofrecen clásicos del desayuno mexicano, por supuesto, y también clásicos de la zona como las ricas empanadas de chaya. Es ruidoso, está lleno de familias que se lo toman con calma y repiten café con canela, hay pantallas de televisión gigantes y de las máquinas de aire acondicionado sale más ruido que frío, pero la mañana fluye como cuando el semáforo de Shibuya se pone en verde.

La zona arqueológica de Oxtankah, en el Estado mexicano de Quintana Roo.Gummy Bone (Getty Images)

En los alrededores de Chetumal hay restos arqueológicos de la época prehispánica como Kohunlich, donde destaca el templo de los mascarones, construido alrededor del año 500 a.C.; Dzibanché, fundada hacia el 200 a.C.; y su vecina acrópolis de Kinichná. Sin embargo, quizás el sitio más determinante sea Oxtankah (2), una ciudad prehispánica con vestigios mayas de gran relevancia por la presencia de la primera iglesia católica tras la llegada de los españoles. Es una capilla con arco de medio punto que, claramente, desentona con el estilo del resto de edificios. Por algo se dice que fue aquí donde tuvo lugar la unión del español Gonzalo Guerrero y la princesa Zazil Há, hija del cacique Nachán Can, quienes engendraron a los primeros mestizos. Un detalle que hace que Chetumal se conozca también como “la cuna del mestizaje”, algo que certifica la escultura de esta familia: el monumento a la cuna del mestizaje.

11.00 Un ‘pozolazo’ y cosmovisión maya

Quien a esta hora aún no se haya despertado del todo, en el colorido mercado municipal (3) hallará una excusa para tomarse un pozolazo. El pozol o el pochotl, brebaje común entre los mexicanos de por aquí, es una bebida fría de masa de harina con cacao natural que ha resistido desde la época precolombina, cuando se bebía para calmar la sed y el hambre (prácticamente se mastica) y como energizante, ideal para entrar al Museo de la Cultura Maya (4), uno de los recintos museográficos más importantes de esta civilización. El edificio es obra del arquitecto y museógrafo Jorge Agostini, que trabajó con el gran arquitecto mexicano Pedro Ramírez Vázquez y tuvo como referente a Carlo Scarpa (sobre todo su intervención en el museo del Castelvecchio di Verona). Agostini demuestra aquí un logrado manejo del espacio y de la narrativa del discurso museográfico. Divide la zona expositiva en tres pisos equivalentes a las tres superficies del mundo maya: la tierra, el cielo y el inframundo.

La Fuente Del Pescador, en el malecón de Chetumal.Hemis ( Alamy / Cordon Press)

En su conjunto, la visita ofrece un divulgativo recorrido por la cultura maya y sus costumbres, de los objetos preciosos como el jade, de la caza y la pesca, de la importancia del maíz como sustento o de la ceiba como árbol sagrado.... hasta plasmar la cotidianidad y grandeza de su arquitectura y de su cosmovisión, gracias a la cual percibían que su existencia y todo lo creado por sus divinidades se armonizaba con los ciclos de la naturaleza.

13.00 Dilema ‘gastro’: tostadas de atún o pizza de langosta

Si irrumpe un hambre irresistible (se han dado casos) hay que ir lo antes posible a Almina (5). Las tostadas de atún y la pesca del día al limón son palabras mayores y casan muy bien con un ambiente sencillo que, frente a las olas de la bahía y salpicado por el viento que limpia la curva del malecón, resulta de lo más armónico. Como todo en Chetumal, no hay rastro de ostentación, sino de lo contrario.

Si el hambre puede resistirse conviene contemplar la opción de ir a la población de Mahahual (6). El camino supera los treinta minutos, sí, pero vale la pena. Esta es la primera playa del Caribe mexicano. El malecón que se estira desde el faro hasta el llamado muelle de pescadores condensa de tal modo a la gente del pueblo y al turista relajado que cuesta diferenciarlos. Hay tenderetes en los que igual se venden ponchos de invierno como flotadores. Hay un pescador nativo llamado Eider que ofrece esnóquel junto al arrecife y luego degustación de mariscos y pez león en su propia casa. Cuidado con el pez león, si se muerde la espina es venenoso. Hay chiringuitos comprometidos con la conservación entre cuyas mesas un cartel anuncia: “Se busca monstruo inmundo y malvado que deja este rastro en las playas” junto a cuatro botellas de plástico.

Tiendas en una de las calles de la localidad costera de Mahahual (México).Arterra (Getty Images) (Arterra/Universal Images Group v)

En la mezcalería y cevichería Chilangaloense toca la guitarra eléctrica un rastafari en trance que un día descubrió la música de ascensor y vio la luz. Hay familias muy numerosas cargadas con neveras que se dividen así: las abuelas y las hijas bajo la sombrilla, los niños donde les da la gana y los hombres en círculo dentro del agua simulando una ceremonia que consiste en clavar las rodillas en la arena dejando medio cuerpo fuera y tomando la línea del mar como ficticia barra en la que apoyar la lata de cerveza. Hay unas chicas españolas que miran el móvil en la tumbona sin haber dormido lo suficiente. Hay unos chicos italianos que observan los azules del mar como un reino de impresiones mientras se imaginan viviendo aquí. Hay que ser muy tiquismiquis para no considerar esta falta de masificación como algo genial, y hay que ser muy rarito para no sucumbir ante esa especialidad gastronómica llamada pizza de langosta que tan bien hacen en Luna de Plata, Quinto Sole o No Hochkay, y cuyo sabor es capaz de desbaratar todos los planes.

16.00 Rápido a los rápidos

Antes de llegar a Bacalar hay que hacer un alto en sus famosos rápidos (7). No hay mejor puerta de entrada a la laguna de Bacalar, una de las siete maravillas naturales de Mexico, que este secreto, estrecho y fascinante canal de aguas azul turquesa. Estamos ante una escultura natural con 1.000 años de antigüedad bordeada de estromatolitos. Resulta difícil hallar en este mundo globalizado de hoy en el que el turista va por un lado y el autóctono por otro, un lugar en el que se mezclen de manera tan natural los dos.

Un bañista y un kayak en los rápidos de Bacalar (México).Sailingstone Travel (Alamy / Cordon Press)

Se puede hacer kayak o simplemente colocarse un chaleco, dejarse empujar por la corriente y disfrutar del horizonte del cielo pensando en el arte de habitar el mundo y el placer de descubrirlo así, sin dejar huellas, mansamente, como en el Canto del camino abierto de Whitman: “La tierra: Eso basta. No quiero que las constelaciones se acerquen. Sé que están muy bien donde están. Sé que bastan a quienes las habitan”.

La manera ideal de familiarizarse con las tonalidades de la laguna de Bacalar es en barco. Desde el hotel Amainah (8) se organizan tours por esta maravilla natural creada a partir del sistema de estromatolitos de agua dulce más extenso del mundo. Ricos en carbonato de calcio, confieren el fondo blanco y, al bañarse, la sensación de pisar yeso y un ecosistema frágil que requiere su debido respeto. Las distintas profundidades provocan los siete o más tonos de azul, es un efecto óptico. Dentro de la laguna asusta el cenote azul, de 90 metros de profundidad y 300 de diámetro, ojo. A mediodía, cuando el sol desparrama su fuerza, brillan más de siete colores sobre esta lámina cristalina. Conforme avanzan las horas la claridad se vuelve tenue, así que vale la pena invertir unos minutos en despedir el día en la terraza del hotel, castigados de cara a la laguna, a esa hora en la que el sol se funde como el hielo.

Vista aérea de uno de los cenotes de la laguna de Bacalar (México).Pyrosky (Getty Images)

20.00 Cena de altura, la verdadera mitología del viaje

Dejando atrás el Fuerte de San Felipe de Bacalar (9) y sus ecos de batallas y piratas, se agradece caminar por calles poco iluminadas. Cuando pasa un autobús en cuya parte de atrás han escrito “los problemas son pasajeros”, del bar La Jungla llegan a todo trapo ritmos de Immasoul (la Rosalía de Chetumal): “Y puede ser, que también, en otra dimensión lo seamos todo; y puede ser, que no se de, y todo sea solo pasajero…”. Al lado espera el restaurante Finisterre Bacalar (10), donde celebrar el reencuentro con la langosta sobre una pasta picante.

Hay tanta intemporalidad alrededor que uno siente que la noche no cubre nada, tan solo proclama. Tantas vueltas dadas durante el día para al fin dar con la verdadera (y también pasajera) imagen del viaje.

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