La Praga de Kafka, entre cervecerías y museos
Recorremos la capital de la República Checa más literaria entre cafeterías y barrios históricos para adentrarnos en una ciudad especialmente volcada en lo cultural y muy volcada al visitante
Franz Kafka constituye el culmen de la escritura precisa y magnética: sus textos no tienen límite; simbólicamente, porque tiene en su haber obras inacabadas o no literarias, como las páginas de sus cartas y diarios; y también en relación con su personalidad, que siempre resurge asombrando al lector a través de testimonios, estudios o descubrimientos a partir de nuevas investigaciones.
Así, por estar de cons...
Franz Kafka constituye el culmen de la escritura precisa y magnética: sus textos no tienen límite; simbólicamente, porque tiene en su haber obras inacabadas o no literarias, como las páginas de sus cartas y diarios; y también en relación con su personalidad, que siempre resurge asombrando al lector a través de testimonios, estudios o descubrimientos a partir de nuevas investigaciones.
Así, por estar de constante actualidad editorial y por el tópico de que, dado su carácter visionario, fue el escritor paradigmático del siglo XX—lo cual se extiende a un XXI, más si cabe, kafkiano por sus burocracias, abusos de poder y absurdos—, visitar Praga es conocer in situ a Kafka de manera vívida. De hecho, para sus admiradores será una maravilla el Museo Franz Kafka, en el que se puede recorrer su vida, conocer su contexto sociohistórico, ver con detalle cómo era la Praga de su tiempo y contemplar primeras ediciones de sus obras y un sinfín de documentos, fotografías y material audiovisual. Todo ello en una exposición en penumbra concebida con un gusto exquisito.
A unos 10 minutos a pie desde el museo está el impresionante castillo de Praga (en el barrio de Hradcany, en la orilla izquierda del río Moldava), en cuyo interior hay palacios, iglesias, la catedral… y, en lo que ahora nos incumbe, Zlatá ulička (el Callejón del Oro). En una de las casas de esta callecita, de techos bajos y construcción muy humilde —su aspecto actual se debe a una reconstrucción hecha en 1955— vivió Kafka, en concreto, los años 1916 y 1917, en la número 22.
Precisamente es el tranvía 22 el que lleva al visitante a toda esa área de la capital checa, y en este sentido resulta del todo práctico comprar—por un ahorro que sale muy a cuenta— la tarjeta de transporte que ofrece la oficina de turismo de Praga; de este modo, durante 48, 72 o 120 horas, puede usarse el transporte público y entrar directamente a más de 60 lugares de interés de la urbe y optar por servicios como visitas guiadas o paseos en barco (el visitante puede activarla a través de la aplicación Prague Visitor Pass).
Pues bien, el área referida es colindante con el barrio al que dedicó un libro de relatos Jan Neruda, el escritor al que la ciudad dedicó una calle en 1895, Nerudova, sin duda una de las más bonitas de la ciudad. Habían pasado cuatro años después de su fallecimiento, y se pretendía recordar dónde vivió de niño, en la llamada casa de Los Dos Soles, en cuya fachada se le recuerda por medio de una pieza escultórica; el caso es que el autor emplearía las 1.000 historias y cotilleos que escuchaba en la tienda de ultramarinos que su padre regentaba para escribir Cuentos de Malá Strana, volumen publicado en 1877.
Fusión hispano-checa
En este barrio, el más pintoresco de Praga, bien se podría hacer un alto para recargar fuerzas y acudir a un establecimiento regentado, curiosamente, por Radek Neruda y su esposa Norma Lam de Neruda, él, checo y ella, guatemalteca, ambos encantadores y con una más que interesante historia personal detrás. En su acogedor restaurante El Centro (en Maltézské 293/9, Malá Strana, 118 00), fundado en 1999 como el primero de cocina española y centroamericana de Praga, el viajero puede tener el placer de saborear muy gustosas tapas, paellas y especialidades hispanoamericanas, amén de una muy cuidada selección de vinos españoles.
Cabe destacar esta fusión checo-hispana porque tiene su reflejo literario también. Nos referimos a instituciones como el České literární centrum (o Czech Literary Centre, en inglés), donde Kateřina Chromková impulsa la difusión de literatos checos, muy en especialmente, en España. Y también, el Instituto Cervantes de Praga, situado en un bello imponente edificio y donde su director, el novelista Gonzalo Manglano, lleva a cabo incontables actividades que conectan la literatura local con la escrita en lengua española.
Es más, la ciudad constituye un hervidero literario, lleno de eventos a este respecto, con ofertas de becas de escritura o traducción por parte del Centro Literario Checo, o iniciativas como Encuentros con la literatura, en el Cervantes; aquí se desarrolla una programación consistente en coloquios, conferencias, recitales poéticos y lecturas dramatizadas con el objetivo de acercar la literatura hispana y sus autores al público y mundo editorial checo. Tal preocupación hacia el mundo literario no es casualidad en un país en que son tremendamente populares las narraciones radiofónicas, algo que podría remitir a una práctica antigua, pero que en la República Checa tiene una gran importancia, a tenor del porcentaje de la población deseosa de escuchar literatura.
Qué hubiera pensado de esto el Kafka que está homenajeado en la esquina de las calles Dusní y Vezenská, por medio de un monumento inaugurado en 2003, del escultor Jaroslav Róna, en el espacio entre la Sinagoga Española y la iglesia del Espíritu Santo, en el corazón de la antigua Ciudad Judía. O pensemos en otro: Jaroslav, Hašek, el autor de Las aventuras del buen soldado Švejk (1920-1923), famoso por su personalidad bohemia, alcoholizada y gamberra. A este editor de revistas anarquistas y fundador de un partido político caricaturesco, que participó en la Gran Guerra como soldado austríaco y como legionario en el Ejército ruso, se le recuerda por su personaje de ficción en varios sitios de Praga. De tal manera que Švejk, que cobró forma gráfica en el libro gracias a las geniales ilustraciones del artista Josef Landa, aparece como imagen de diversas cafeterías.
Por ejemplo, algunos de esos dibujos sirven de decoración para el café U Brejsku, donde acudía el propio Hašek, además de Kafka, cuyo rostro, por cierto, puede admirarse gracias a una escultura de una altura de 11 metros a las afueras del centro comercial Quadrio. El busto, de David Černý, se instaló en 2014 y está realizado con 24 toneladas de plancha de metal inoxidable y dividido en 42 secciones movibles, que rotan de forma independiente creando un efecto facial sorprendente.
En fin, tanto Hašek como Kafka conocían cafés literarios como el Louvre, que conserva la belleza y encanto con los que nació en 1902. En su interior, por medio de diversas imágenes e informaciones, se recuerda que por allá anduvo Kafka y también el escritor Karel Čapek, conocido por acuñar en una de sus obras teatrales de ciencia ficción el término robot, además de Albert Einstein. Se trata de un lugar muy recomendable para probar la gastronomía checa, cuyo plato más representativo es el cerdo asado con pasta.
Igualmente de gran trasfondo literario es el elegantísimo café Slavia, abierto desde 1884; en sus paredes, muestra multitud de fotografías de grandes escritores y en él se rinde homenaje, sobre todo, al que fuera presidente del país, el dramaturgo Vaclav Havel. Este fue clave para salvar el establecimiento del cierre en un tiempo crítico de transición, en los años noventa, tras la caída del Muro de Berlín. Y en U zlatého tygra (El Tigre de Oro) se pasaba días enteros Bohumil Hrabal; esta taberna, situada en un edificio del siglo XIV, conserva su portal gótico, sobre el cual acecha el citado felino desde 1702, y tiene dentro un gran cuadro y un busto dedicados al narrador; sin embargo, es un lugar tan concurrido que es más que difícil sentarse.
Toda esta geografía literaria podría complementarse con la museística: la Galería Nacional de Praga, el Centro de Arte Contemporáneo DOX, el Museum Kampa o el Kunsthalle Praha. A ello habría que añadirse el reciente Museo de la Literatura. En una u otra parte, en cualquier caso, está la alargada, infinita sombra de Kafka: desde su último aliento, en el inmenso cementerio donde está enterrado, Olšanské hřbitovy, hasta la casa donde nació (en náměstí Franze Kafky 24), cerca de la plaza Staroměstské náměstí.
Aquí es donde se halla el famoso reloj astronómico del siglo XV —omnipresente en las tiendas de souvenirs—, cuyos 12 apóstoles animados se mueven a cada hora en punto; frente a estos se aglutina siempre una enorme masa de turistas, los cuales contemplan, mediante cuatro figuras alegóricas que flanquean el reloj, la representación de la Vanidad, la Avaricia, la Muerte y la Lujuria, es decir, buena parte de nuestra condición humana.
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