La ruta de los búnkeres, la excusa patrimonial para disfrutar de la costa de Cádiz

Buscando obras defensivas de la II Guerra Mundial se encuentran arenales de gran valía estratégica en Tarifa, La Línea de La Concepción o Algeciras. Sin olvidar faros, playas perfectas para un chapuzón y algunos restaurantes de rigor

Búnker 163 en la playa de Levante de La Línea, con el Peñón de Gibraltar al fondo.Panther Media / Alamy

Pocos saben que, durante la II Guerra Mundial, el gaditano Campo de Gibraltar a punto estuvo de ser escenario de un desembarco de Normandía a la española. Un día D apoyado desde Gibraltar, en el que la playa de Omaha fuera —por imaginar— la de Torreguadiaro (Sotogrande) y la playa de Utah, Los Lances (...

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Pocos saben que, durante la II Guerra Mundial, el gaditano Campo de Gibraltar a punto estuvo de ser escenario de un desembarco de Normandía a la española. Un día D apoyado desde Gibraltar, en el que la playa de Omaha fuera —por imaginar— la de Torreguadiaro (Sotogrande) y la playa de Utah, Los Lances (Tarifa). Para contener esta potencial invasión anfibia, el gobierno franquista erigió entre 1940 y 1943 una muralla defensiva —tuvo su paralelo en los Pirineos— entre la desembocadura del río Guadiaro (San Roque) y la localidad de Conil de la Frontera, a través de parajes naturales de personalidad arrolladora. Se conserva medio millar de elementos, entre búnkeres, nidos de ametralladora, casamatas contracarro, fortines de fusileros, puestos de observación, proyectores... una capilaridad costera en la que, en parte, se emplearon como mano de obra prisioneros y represaliados encuadrados en batallones disciplinarios.

Todos estos elementos no hacen sino despertar la imaginación del viajero frente a este cuello de botella mundial que es el del Estrecho de Gibraltar, por cuyas aguas transita cada año el 10% del tráfico mundial. Quien lo hollaba, era dueño de medio mundo. Buscando obras defensivas encontraremos arenales de gran valía estratégica, idóneos para una acción de desembarco, muy deseables también para el paseante amante de la tranquilidad. Sin olvidar algunos restaurantes de rigor.

De no ser por la Asociación Cultural Ruta de los Búnkers el deficiente estado de conservación de este patrimonio en la costa de Cádiz hubiera continuado hasta su extinción.

En defensa del faro de Punta Carbonera (San Roque)

Los playones se suceden por todo el levante de la provincia de Cádiz, una costa no del todo maltratada por el ladrillo. Aun a riesgo de ofrecer una calma que al ser descubierta por los visitantes deje de serlo, el faro de Punta Carbonera, uno de los más desconocidos del litoral español, atrae y asombra en un entorno natural envidiable. Para llegar atravesaremos la urbanización Alcaidesa por la entrada de la avenida del Golf, y giraremos en la segunda rotonda a la izquierda obedeciendo la señal de “Faro”. A unos 400 metros abandonamos el asfalto y enlazamos por la izquierda con la pista militar en dirección Sal Verde.

El faro de Carbonera, con vistas al Estrecho de Gibraltar.Anetlanda (ISTOCKPHOTO / GETTY IMAGES)

Troncocónica y enlucida con revoco amarillento de mortero de cal, a la torre vigía del siglo XVI, reconvertida en faro de cabotaje en 1991, acceden los fareros por una escalera exenta. Rebasada la torre unos 400 metros, tomamos la tercera pista que baja al Mediterráneo y ya estamos sobre uno de los nidos de ametralladora más subyugantes de la costa andaluza, en un entorno salvaje. Es de interés el acceso a su galería atrincherada en zigzag, para evitar ser golpeados directamente por los asaltantes, al modo de los portalones de los castillos medievales, construidas en forma de codo. Tampoco hay que perder de vista los restos de un pozo de gola, unos metros retranqueados, desde donde un tirador cubría la retaguardia.

Al interior se puede entrar y otear el Peñón por sus troneras. Un grafiti de trazos infantiles apostrofa en la pared: “Este búnker ha sido limpiado por niños de tres a 12 años para el disfrute de todos. Por favor, Cuídenlo.”

Fortín de Punta Carbonera, en San Roque.Guillermo Esaín

A la altura del faro —otra bajada— se descubre un búnker análogo, pero con las aspilleras camufladas con vistosos guijarros cuya función era enmascarar, deformar la silueta vista desde cualquier buque enemigo.

La oficina de turismo de San Roque organiza visitas a los búnkeres de la sierra Carbonera, que separa San Roque de La Línea de la Concepción, y en la que se han catalogado unos 40 elementos. Conviene recordar que la ciudad de San Roque se fundó con los españoles expulsados de Gibraltar en 1704.

La Torre Nueva y sus playas aledañas (La Línea de la Concepción)

Este paisaje litoral se vislumbra hacia ambas bandas, en un marco playero embriagante. “Se combinan aquí dos estructuras defensivas que participaban del mismo fin: vigilar las costas. Con ahumadas y hogueras, en el caso de esta torre vigía del siglo XVI (vinculada a la de Gibraltar), y en el caso de los búnkeres, con armamento propio de mediados del siglo XX”, apunta Ismael Ruiz, presidente de la Asociación Cultural Ruta de los Búnkers.

La de Torre Nueva se cuenta entre las de mayor envergadura de las de su clase. Suele pasar inadvertido que debajo de ella se encuentra, cerrado al público, un enorme búnker —hay que pisar la arena para verlo— con tres nidos de ametralladora reforzados por piezas de artillería contracarro, unidas por un túnel de 70 metros. De esta forma tan expeditiva se evitaba, interactuando unos refugios con otros, el establecimiento de cabezas de playa.

En sentido Alcaidesa, una pista de tierra acerca en unos 800 metros al primero de los búnkeres hormigonados; aunque quizá lo mejor sea dejar el coche en la torre y pasear por este maravillosa playa “desnuda de contrato humano”, que diría Cervantes. Con viento de poniente, se columbra Ceuta.

Cerco defensivo a la plaza de Gibraltar (La Línea de la Concepción)

El epicentro de la II Guerra Mundial, allá por el otoño de 1940, recaía en Gibraltar. “Meses antes, Franco ya había mandado construir un sistema de fortificaciones cuyo núcleo principal estaba entre la Verja y lo que hoy es la avenida de la Banqueta, cerrando el istmo ante una eventual expansión británica desde el Peñón. Estas defensas se encontraban literalmente construidas sobre los baluartes artilleros españoles de la antigua línea de contravalación (la que erige el sitiador a fin de recuperar la plaza) del siglo XVIII”, relata Alfonso Escuadra, el historiador que desde hace tres décadas reivindica la recuperación de este patrimonio linense, autor de 12 libros, entre ellos Objetivo Gibraltar (Fundación Don Rodrigo).

En el parque Princesa Sofía de La Línea de la Concepción se despliegan cuatro búnkeres de hormigón y acero, casi idénticos, levantados entre 1940 y 1941 y capaces de resistir el impacto de obuses de 150 milímetros, justo el calibre inglés. No son, como muchos creen, vestigios de la Guerra Civil.

El búnker junto al drago albergará dentro de poco el Centro de Interpretación Búnker 161, a cargo de la Asociación Cultural Ruta de los Búnkers, en torno a la II Guerra Mundial en la comarca del Campo de Gibraltar. Mientras tanto, dicha asociación, en coordinación con la oficina de turismo de La Línea de las Concepción, realiza visitas guiadas al búnker 168, el más cercano a la Verja —la punta de lanza, por así decir—, rodeado de palmeras y situado hoy junto al skate park. Aún mantiene los adoquines (lo que contribuye a su mayor blindaje), los interruptores vintage de palometa, las cavidades subterráneas, el eco de las voces de mando ya apagadas. A diferencia del resto de búnkeres de este parque, al ser mixto, incorpora adyacente a una de sus cúpulas un espacio habilitado para un cañón contracarro ante un Peñón que impone con su majestuosidad. Se puede reservar la visita, bien en la oficina de turismo local, bien a través de la Asociación Cultural Ruta de los Búnkers. A los visitantes se les pide, en concepto de entrada, un kilo de alimentos no perecederos con fines sociales.

Esta línea defensiva fue del agrado del Estado Mayor de la Wehrmacht, y la agregó a la Operación Félix, pergeñada por Hitler para conquistar Gibraltar en una maniobra relámpago con un poderoso contingente de aviación, artillería y tropas especiales, plan que quedó en suspenso tras abrirse el frente del Este. Y es que en el Peñón la historia tiene todos los elementos de un thriller: reales unos, imaginarios otros. Tiene de divertido, eso sí, el hecho de que los oficiales alemanes de inspección se intentaran camuflar con uniformes españoles, a todas luces inapropiados para su envergadura.

Nos desplazamos acto seguido a la playa de Levante donde, junto a los restos del baluarte de Santa Bárbara (siglo XVIII) se instaló una pasarela encima del búnker 163; de manera que para ver la casamata semienterrada y los nidos de ametralladora habrá que bajar a la arena. Y ya que estamos, caminaremos 800 metros hasta el tramo de Verja que se sumerge en el mar impidiendo a los bañistas entrar en el Peñón. Que nadie se asuste del estampido de los aviones que aterrizan y despegan a pocos metros. A título de curiosidad, en bajamar se puede ver algo inédito en las costas españolas: los dientes de dragón, es decir, los obstáculos antitanque con los que se pretendía dificultar una invasión inglesa más que posible. Para comer, optaremos por la suculenta brasa del restaurante Carboneros 27.

El ‘flysch’ y las troneras del parque del Centenario (Algeciras)

El ‘flysch’ y un búnker de la II Guerra Mundial en la localidad de Algeciras.Perry van Munster (Alamy)

La punta de San García, ocupada por un fuerte en el siglo XVIII, hoy alberga un parque urbano con una excepcional vista del Estrecho y una cuidada vegetación autóctona que rodea esculturas rectangulares con las que enmarcar el peñón de Gibraltar y la presencia constante tanto de cargueros como de petroleros. Aquí apreciaremos como en ningún sitio la forma de la bahía de Algeciras, entre punta Europa (Gibraltar) y punta Carnero.

La ruta a pie por camino de zahorra dura unos 40 minutos. Los búnkeres se enseñan, bajo cita previa (651 88 47 30), al precio de tres euros por persona. El A, el más espacioso y orientado a la playa de Getares, dispone de dos plantas: la alta indicada para ametralladoras y la inferior reservada para dos cañones contracarro. Su función incluía defender la pista militar que nace en la desembocadura del río Pícaro y que recorre toda la orilla del Estrecho hasta Tarifa. Hoy sirve de centro de interpretación en torno a los valores naturales del Estrecho. Cerca se enseña el bien preservado búnker B, de una sola planta y galería cubierta en forma de “Y”, con dos cámaras para dos piezas de artillería.

Como cualidad geológica, esta punta atesora un singular flysch costero, milhojas casi vertical, entre los más impactantes de la costa española. En el flysch alternan espectacularmente estratos duros (calizas y areniscas) y blandos (arcillas y margas) producto de la erosión marina.

Podremos pasear también por las fortificaciones de la otra banda de la playa de Getares, antes de pasar por los restos de la factoría ballenera y disfrutar con el bosque litoral del parque natural del Estrecho, un cambio de paisaje radical causado por el efecto foehn (lluvia horizontal). Súbitamente, es como pasar de un continente a otro.

El faro de Punta Carnero (de 1874), parecido al de Chipiona, será el broche final de la excursión. Se erigió sobre una antigua batería de costa en tanto que un panel nos recuerda que estamos en la Ruta de Paco de Lucía, puesto que en este paraje es donde el guitarrista mejor discernía la separación entre el Mediterráneo y el Atlántico, como reflejó en su mayor éxito: Entre dos aguas. La canturrearemos mientras reponemos energías en el restaurante Cepas, de cocina mediterránea con toques innovadores, cuyo chef argentino, Alberto Taja, al ser presidente de la Asociación de Sumilleres de Cádiz, garantiza estupendos maridajes. El atún rojo es el motor de su cocina.

Cañones de acorazado, en tierra (Tarifa)

Una singularidad de esta Muralla del Estrecho la constituye los cañones Vickers-Armstrong desmontados del acorazado Jaime I (1921) y emplazados directamente sobre el terreno. A una de las dos baterías, la denominada Vigía, se llega sin grandes problemas. Para ello, a la salida de la rotonda de Tarifa en dirección Algeciras, justo pasado el punto kilométrico 85, hay que girar por un vial asfaltado no señalizado. Pasaremos primero por la batería D-8ª de punta Camorro, usada hoy como oficinas por la Fundación Migres, dedicada al estudio y seguimiento de la migración de aves por el Estrecho y que también impulsa la conservación de este patrimonio defensivo, en este caso como refugio para la biodiversidad, sean murciélagos o golondrinas dáuricas, entre otras especies.

Después subiremos a la antigua batería D-7ª, donde la fundación abre en verano un centro de interpretación. En su observatorio se puede disfrutar del avistamiento ornitológico, sobre todo, en este punto, los días en que sopla el viento de levante.

Dejamos el coche en el Centro de Coordinación de Salvamento Marítimo, puesto que a 200 metros tenemos ya a mano la imponente torreta de proa del acorazado Jaime I, con sus cañones de 305 mm/50, cada uno de 15,25 metros de largo y un peso de 67 toneladas. Un detalle olvidado es el trágico final del acorazado: atracado en Cartagena, cuya santabárbara explotó en 1937. Nunca se supo si por negligencia (un soplete, una colilla) o por sabotaje quintacolumnista, el caso es que se saldó con alrededor de 300 muertos. Posteriormente fue reflotada su artillería. El castillo de Santa Catalina aún guarda los efectos del bombardeo de Tarifa por parte de este acorazado. El día que se rehabiliten las instalaciones subterráneas de esta batería de costa se podrán ver su polvorín, su mecanismo hidráulico, su sala de proyectiles y su ascensor de pólvora. La torreta de babor del acorazado, la llamada Cascabel, es de acceso restringido.

Rodeado por una sucesión de búnkeres, el castillo de Santa Catalina se alza en el punto más meridional de la Península, en Tarifa.Panther Media / Alamy

En el punto más meridional de la Península, en Tarifa, se encuentra el neorrenacentista castillo de Santa Catalina (1933), rodeado por una sucesión de búnkeres datados entre 1941 y 1947, junto a los cuales es fácil aparcar. Más cerca de la isla de las Palomas se encuentra el búnker del Avión, llamado así por su morfología a vista de pájaro.

Ya es posible entrar en la isla de las Palomas, apuntándose a la visita guiada que coordina la oficina de turismo de Tarifa al centro de interpretación erigido en las antiguas viviendas fareras (lunes, martes y viernes, a las 9.30, 11.15, 13.00 y 16.30; fines de semana, a las 9.30, 11.15 y 13.00. Cierra miércoles y jueves). Es buena idea aprovechar esta excursión para tapear en el Mesón El Picoteo.

Iluminando el Atlántico desde el cabo de Gracia (Tarifa)

Las viejas torres almenaras están situadas habitualmente en terrenos paisajísticamente privilegiados. Es el caso de esta torre reconvertida en faro, en la punta Camarinal, cerca de diversas construcciones militares que no solo vigilaban el tráfico marítimo, también un posible desembarco en la playa de los Alemanes, que dejará ojipláticos a quienes descubran la textura de su arena. La de los Alemanes, sin resacas ni kitesurfistas, recuerda con su nombre los primeros propietarios de la urbanización; existe la opinión de que fueron excombatientes alemanes que se enamoraron de ella y que, tras la II Guerra Mundial, se dispusieron a disfrutarla.

Pocas veces ha conseguido la naturaleza armonizar de tal modo con un faro como con esta torre cilíndrica de piedra vista, icónica en el parque natural del Estrecho. El que la denominen Costa de la Luz se adivina al atardecer. El búnker se eleva 80 metros sobre el cabo de Gracia. Justo debajo de la literna comienza la larga pasarela acondicionada en el acantilado, que comunica primero con un edificio de tres plantas, cegado, una sombra de lo que fue, correspondiente al punto de observación de la batería de Camarinal. Seguiremos bajando hasta pasar por el refugio —contenía la dotación y el taller— y puesto de combate del monumental proyector de 150 centímetros de diámetro. La vista, entre enebros marinos y palmitos, es de las que se recuerdan. “Cada noche se colocaba el proyector en el extremo donde acaba la pasarela para, de esta guisa, iluminar los barcos que transitaban el Estrecho, sirviendo de diana a los cañones situados a un kilómetro y medio de distancia en dirección a Tarifa”, comenta César Sánchez de Alcázar, el mayor experto en estas construcciones gaditanas, comandante jubilado y autor de Encrucijada en el Estrecho. 1939-1943 (Agapea) y Artillería de costa en el Campo de Gibraltar. 1936-2004 (Editorial AF), entre otras publicaciones.

Sin proponérselo, el fin militar contribuyó al fin medioambiental, logrando que toda esta costa en dirección a Tarifa llegara hasta nuestros días tal y como lo vieron —y vivieron— nuestros tatarabuelos. A medio kilómetro queda a pie la playa del Cañuelo, demasiado bella para ser de verdad. Aquí el Atlántico parece no querer imponerse. De bajada escabrosa, conserva un nido de ametralladoras junto donde toma el sol la grey de tradición nudista. De seguir caminando nos toparíamos con la batería de Camarinal, de acceso prohibido.

Una cala dorada y desconocida en el tarifeño cabo de Plata

Búnker, de 1940, en el cabo de Plata (Zahara de los Atunes).quintanilla (ISTOCKPHOTO / GETTY IMAGES) (Getty Images/iStockphoto)

La playa del Búnker se esconde en el cabo de Plata, separado de los arenales de Atlanterra y de los Alemanes. El acceso se realiza desde Zahara de los Atunes (Barbate), y aunque se puede llegar a pie desde la urbanización Atlanterra la mayoría lo hace por la escalinata que desciende semiescondida junto al muro ocre de una vivienda, en plena curva.

El del Búnker es un arenal muy batido por el levante y el poniente, fortísimos en ocasiones, cuyo tranquilo escenario conviene pisar en bajamar. El golpe de vista del búnker, sobre la escollera, es sorprendente. La mole consta de dos alturas y sus tres cuerpos dibujan una figura simétrica. Al haberse destruido adrede la rampa de hormigón, una maroma ayuda a ascender por los cascotes irregulares al primer piso. Mayor peligro entraña subir, también por una maroma y a pulso, al segundo piso para ver en la azotea el pozo donde montaba guardia el fusilero; y ni por asomo se recomienda zambullirse desde la cima, tal y como hacen algunos incautos durante la pleamar. Su entrada es amplia puesto que debía franquear el paso de un cañón contracarro, así como ametralladoras ligeras.

Aquí, conviene reservar mesa en el restaurante Antonio. Un clásico. También reabrió a finales de marzo por temporada un estupendo hotel aledaño a la playa del Búnker y perteneciente a la cadena Q-hotels, El Cortijo de Zahara.

Mesa, mantel y columpios junto al búnker de El Palmar (Vejer de la Frontera)

Finalizamos la ruta entre búnkers por la costa gaditana en La Torre Restaurant & Lounge, restaurante que aprovecha un antiguo cuartel de carabineros —luego adscrito a la Guardia Civil—, en los tiempos en que solo se podía alcanzar El Palmar a uña de caballo. Además de su estupenda terraza y su comedor interior con columpios en vez de sillones, el restaurante está contiguo a una vistosa torre almenara del siglo XVI. Justo delante se erigió un búnker que el mar está dando buena cuenta de él y que pide a gritos una rehabilitación. Para copas, nada mejor que el Papaya Playa El Palmar, que inauguró temporada el 24 de marzo.

Vista aérea de una almenara del siglo XVI en la playa de El Palmar, en Vejer de la Frontera.Sergi Reboredo (Alamy)

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