Columna

Tiempo antes, tiempo después

Escuchaba más de lo que hablaba, por eso todo lo que contaba tenía interés

José Luis Cuerda (izquierda), durante el rodaje del cortometraje 'Primer amor'.

Escuchaba más de lo que hablaba, por eso todo lo que contaba tenía interés. Venía en bus porque recordaba la frase de Azcona (“la mejor persona que he conocido en mi vida”) sobre el cine español, cuyos directores dividía entre los que viajaban en taxi o en autobús. Contaba historias con gracia y suspense que a nosotros nos sonaban a Marte, como los divertidos caprichos de Nicole Kidman en Los otros que él relataba como si Kidman fuese una vecina suya de Albacete. Con el tiempo se aprendía que el absurdo de su cine, cuando lo había, no era más absurdo que lo que nos rodeaba, y que todo...

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Escuchaba más de lo que hablaba, por eso todo lo que contaba tenía interés. Venía en bus porque recordaba la frase de Azcona (“la mejor persona que he conocido en mi vida”) sobre el cine español, cuyos directores dividía entre los que viajaban en taxi o en autobús. Contaba historias con gracia y suspense que a nosotros nos sonaban a Marte, como los divertidos caprichos de Nicole Kidman en Los otros que él relataba como si Kidman fuese una vecina suya de Albacete. Con el tiempo se aprendía que el absurdo de su cine, cuando lo había, no era más absurdo que lo que nos rodeaba, y que todo lo que nos pasa tiene el mismo sentido que lo que pasa en sus películas. A veces hay que reírse de alguna escena por diversión en el cine para no reírnos de la misma escena, por crueldad, en la vida. Eso no lo enseñaba él, que no iba dando lecciones por ahí, pero lo aprendimos.

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Una vez contó que en su primer trabajo quiso contratar a Fernando Fernán Gómez. Chocó con el agente del actor: “Mi representado no puede leer seguidas más de 31 líneas de diálogo”. Cuerda dijo: “Todos sus diálogos son inferiores a 31 líneas salvo uno que tiene 32”. “Por razones obvias”, contestó el agente, “mi representado no participará en la película”. En ese “por razones obvias”, que poco cuesta imaginar de su propia cosecha, cabe parte de su universo, que era un universo confeccionado desde su infancia hasta el final de ella, en los últimos días en Madrid.

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Ha muerto Cuerda. No queda nadie por morir”, le escribí ayer a mi ex, Ana, con la que hace tres semanas estaba en otro funeral. Lo conocíamos por Edu Galán, compartimos veladas en las que Cuerda se sentaba a escuchar, a reír y a comer. Protegía, cuidaba y se dejaba cuidar. Cuando se despedía y se iba para casa, Galán me hablaba de la necesidad de rodar la última película, la continuación esperada de Amanece, que no es poco que no encontraba financiación. Para entonces Cuerda ya estaba con Julián Lacalle y Pepitas de Calabaza preparando libros, barajando ideas, apuntalando esa suerte de biografía que luego dio en llamar “memorias fritas”. Y con el tiempo, el propio Galán, Arturo Valls, Buenafuente, Berto Romero y Félix Tusell montaron una de las iniciativas más hermosas del cine español: darle a Cuerda la revancha, el último lanzamiento de dados, la película Tiempo después.

Me gusta imaginarlo justificando su muerte como la mujer de Luis Ciges el divorcio, según le contó Ciges a él: “Dice que me ha dejado porque quiere una vida mejor. ¡Nos ha jodido!”. Yo siempre le recordaré de una forma inédita: sin poder reírse. Ocurrió hace años en una cena con Jordi Évole. Évole nos habló de un vídeo muy divertido que le habían enviado por WhatsApp, y nos lo puso allí mismo. Acercamos las tres cabecitas a su pantalla. Y cuando el vídeo ya había arrancado empezaron a entrar whatsapps de otro chat, whatsapps personales de una pequeña tensión familiar que Jordi subía rápido con el dedo mientras el vídeo seguía. Y así estábamos en silencio, sin saber muy bien qué decir, cuando miré de reojo a Cuerda, que ponía el interés y el pudor en el vídeo sabiendo de sobra que la marcha, la vida y el humor está siempre en lo inesperado.

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