Columna

Mentir es rentable

La clase política española parece no asimilar los altísimos riesgos de actuar en un tablero polarizado sobre mentiras

El primer ministro británico, Boris Johnson, este viernes en Downing Street. POOL (REUTERS)

La arrolladora victoria de Boris Johnson con el eslogan básico de Get Brexit Done se presta a muchas interpretaciones. Ahí estará la candidatura de Jeremy Corbyn, un mal líder dogmático de iluminaciones trasnochadas. También el hartazgo ante el bloqueo parlamentario de la gestión de la realidad por tacticismo. Y, por supuesto, el éxito de las mentiras, porque Boris Johnson mintió desahogadamente en la campaña del Brexit sobre el ahorro semanal de 396 millones de euros para la sanidad pública, y sigue mintiendo con promesas como decenas de hospitales y decenas de miles de sanitarios. D...

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La arrolladora victoria de Boris Johnson con el eslogan básico de Get Brexit Done se presta a muchas interpretaciones. Ahí estará la candidatura de Jeremy Corbyn, un mal líder dogmático de iluminaciones trasnochadas. También el hartazgo ante el bloqueo parlamentario de la gestión de la realidad por tacticismo. Y, por supuesto, el éxito de las mentiras, porque Boris Johnson mintió desahogadamente en la campaña del Brexit sobre el ahorro semanal de 396 millones de euros para la sanidad pública, y sigue mintiendo con promesas como decenas de hospitales y decenas de miles de sanitarios. Deshonesto pero carismático, a su modo como Donald Trump, Johnson ha entendido la lógica de la competición política cada vez más desconectada de la realidad. El país paralizado por el Brexit quería oír lo que Johnson les decía, aunque fuese trufado de mentiras. Hannah Arendt advertía que “las mentiras resultan a menudo mucho más verosímiles, más atractivas para la razón, que la realidad, pues quien miente tiene la gran ventaja de conocer de antemano lo que su audiencia espera o desea oír”. Y tal vez lo sucedido en Reino Unido bloqueado por el Brexit aporte alguna lección a una España paralizada y polarizada fatalmente por Cataluña.

Aunque no es exactamente lo mismo una desconexión exterior (Reino Unido de la UE) que interior (Cataluña de España), el procés también debe mucho a las mentiras, desde la idea falsa de Espanya ens roba, sobradamente desmontada entre otros por Josep Borrell, o mentiras históricas sobre lo que Cataluña nunca fue antes del hito de 1714, a las mentiras del agit-prop indepe de presos políticos, represión, España es Turquía... a brochazos gruesos.

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El procés ha tenido un efecto destructivo, pero las mentiras han sido políticamente rentables ya que sus partidarios no quieren oír la verdad. O los detractores. La propia Arendt, en otro ensayo también recogido en Verdad y mentira en política, apunta cómo “la verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un determinado grupo, es recibida hoy con una hostilidad mayor que nunca”. La política española no ha sido capaz de afrontar y salir de ese agujero negro que la devora.

Mentir es demasiado rentable. Hay estudios que elevan los mensajes falsos de la campaña triunfal de Boris Johnson al 88% en Facebook. En su ensayo Ciberleviatán, aunque de un espectro más amplio, José María Lassalle apunta ese factor en la tendencia de la democracia liberal a una democracia populista, y sin resistencia de la ciudadanía, al revés. Siempre habrá quien crea, como en el irónico eslogan de Fernando Vallespín, aquello de la mentira os hará libres.

En todo caso, la clase política española parece no asimilar los altísimos riesgos de actuar en un tablero polarizado sobre mentiras. Y probablemente no hay ningún líder político con suficiente entidad como para cambiar las reglas del juego. Actúan obsesionados por su posición de ventaja en el pulso izquierda/derecha, no por salir del campo de minas.

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