Columna

“¡Orden, orden!”

Con sus corbatas, sus gritos y su humor, John Bercow ha sido un buen árbitro del juego duro en el Parlamento de Westminster

John Bercow en el Parlamento británico. En vídeo: Los mejores momentos del 'speaker' del Reino Unido.Vídeo: AFP / EPV

Uno de los lugares comunes de fútbol es que del árbitro es mejor no hablar. Cuanto más desapercibido pase, mejor. Y, sin embargo, hay ocasiones en las que es inevitable que se convierta en uno de los protagonistas del partido. Normalmente esto sucede por la polémica que levantan sus decisiones, pero hay veces en que su fama viene dada por la personalidad que demuestra en el terreno de juego. El italiano Pietro Collina es un buen ejemplo. Su cabeza calva, sus ojos claros y el aplomo que demostraba dirigiéndose a los jugadores lo hizo conocido en el mundo futbolístico..

En las democracias...

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Uno de los lugares comunes de fútbol es que del árbitro es mejor no hablar. Cuanto más desapercibido pase, mejor. Y, sin embargo, hay ocasiones en las que es inevitable que se convierta en uno de los protagonistas del partido. Normalmente esto sucede por la polémica que levantan sus decisiones, pero hay veces en que su fama viene dada por la personalidad que demuestra en el terreno de juego. El italiano Pietro Collina es un buen ejemplo. Su cabeza calva, sus ojos claros y el aplomo que demostraba dirigiéndose a los jugadores lo hizo conocido en el mundo futbolístico..

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En las democracias parlamentarias sucede un poco lo mismo. El presidente de la Cámara puede tener un protagonismo puntual pero normalmente su papel es de moderador —a veces según personalidades y países un poco anodino, todo hay que decirlo— y vigilante de que el Congreso funcione de manera correcta. Claro que al igual que cada país tiene su estilo futbolístico propio —el tiki-taka hispano, el catenaccio italiano, los balones a la olla británicos—, también tiene su estilo parlamentario. En este sentido, mientras los parlamentarios de muchos países de Europa juegan al futbol moderno, donde hay patadas, zancadillas, empujones y alguna que otra tangana —en el Parlamento Europeo parece que practican al billar o el curling— en el Parlamento de Westminster se juega fútbol, sí, pero a la vieja usanza de la Florencia medieval, donde el balón se puede llevar con la mano y los trompazos —y hasta mordiscos— son parte del juego. A cualquiera que vea por primera vez una sesión del Parlamento británico le asalta la duda de si en los percheros, junto a los abrigos y sombreros, los comunes han dejado colgada también la famosa flema británica.

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Y en medio del guirigai hay una figura, que se sienta en un gran sillón verde, encargado de dirigir un modo de debate que se produce a la misma velocidad —y a menudo ruido— que una subasta de pescado en una lonja. John Bercow, que abandona su cargo el próximo jueves, ha sabido hacerlo con una personalidad que le ha convertido en uno de los protagonistas de los periodos parlamentarios más tumultuosos de la historia reciente de Reino Unido. Con sus corbatas rompedoras, un tono de voz capaz de imponerse sobre el follón al grito de “¡orden! ¡orden!” y unos comentarios sobre las intervenciones llenos de sentido del humor, este miembro del Partido Conservador que lleva en el cargo diez años ha sabido ganarse la simpatía de sus adversarios ideológicos, el resquemor de un sector de sus correligionarios y la admiración de numerosos foráneos que desearían tener un tipo como él en sus propios parlamentos.

Bercow será recordado por haberse opuesto a que uno de los más ilustres miembros de la Cámara de los Comunes —nada menos que el primer ministro— intentara retorcer el espíritu del reglamento del Parlamento en repetidas ocasiones para lograr tener las manos libres de control parlamentario durante el proceso del Brexit. Este árbitro, a Borís Johnson no le ha perdonado ni una falta.

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