Alterconsumismo
Coordinado por Anna Argemí

Cuando la vida se convierte en ruido

La justicia francesa da la razón a un gallo, llevado ante los tribunales por importunar con sus cantos a los vecinos

Jens Schott Knudsen vía Flickr / Creative Commons
París -
Más información
El gallo 'Maurice' puede cantar (victoria) al alba
Desconecta en la granja y de paso ayuda al granjero

Francia recibió a principios de septiembre un veredicto muy esperado: el gallo Maurice, que vive en la isla de Oléron (en el oeste de Francia), podrá seguir cantando al alba, como todo gallo que se precie, gracias a la sentencia favorable dictada por un tribunal de la ciudad de Rochefort. Los vecinos que interpusieron la demanda tendrán que aguantarse y, es más, pagar las costas del juicio. Lo leí en esta noticia de Le Monde del 5 de septiembre. Lo contaba elpais.com también en este enlace.

Muchos han visto en esta anécdota un ejemplo paradigmático del conflicto abierto entre la Francia rural y la urbana. ¿Qué están dispuestos a tolerar los urbanitas cuando buscan la tranquilidad y la calma del campo? ¿Y qué no están dispuestos a aceptar los habitantes del campo para complacer las expectativas ¿desmesuradas? de los turistas de paso?

¿Por qué cada vez más personas toleran menos al otro, sea un animal, sea una persona, con todo lo que implica de diferente, “ruido” incluido?

En Biot (Alta Savoya) se vivió un conflicto parecido hace dos años. Los cencerros de las vacas molestaban a los vecinos, sobre todo a propietarios de segundas residencias. Se creó una petición en Internet para proteger a los cencerros y a las vacas. Más de 120.000 personas firmaron a favor y al final el alcalde decidió complacer en algo a ambas partes. Permitió que los animales conservaran los cencerros pero desplazó el abrevadero para alejar el ruido de las casas.

El verano pasado la noticia la dieron unos turistas de un pueblecito, Beausset, en el sur del país. Fueron a quejarse al alcalde por el ruido de unas cigarras instaladas en unos árboles. Pidieron al responsable municipal que tomara medidas contra el ruido fumigando los árboles con insecticida. Lo contaba France Blue en esta pequeña nota.

Desde mi punto de visto el verdadero conflicto no es entre dos espacios sino entre dos estilos de vida: el que tolera el ruido y el que sólo quiere silencio. En Francia hay una veneración sacrosanta del silencio y ello genera muchos conflictos vecinales en el campo y en la ciudad por igual. Muchísimos conflictos que no llegan a los tribunales ni a los medios de comunicación pero que parecen igual de surrealistas que la historia de Maurice.

En Francia hay una veneración sacrosanta del silencio y ello genera muchos conflictos vecinales en el campo y en la ciudad por igualChotda vía Flickr / Creative Commons

Tengo una amiga en París que vivió una temporada en un edificio de apartamentos que contaba con un parque adyacente. Al parque venían cada día los vecinos con perros para que estos hicieran sus necesidades. En cambio, los niños estaban vetados: demasiado ruidosos.

Otra amiga me contaba que también en París se hizo amonestar por sus vecinos de rellano porque tuvo la ocurrencia de prepararse una mayonesa con una batidora eléctrica un día a las 8 de la noche, cuando el francés medio se apalanca delante de la tele para ver su programa preferido. No son horas de andar trapicheando por la cocina. La pobre chica intentó justificarse alegando que acababa de salir del trabajo. ¿Cuándo podía, si no, prepararse la cena?

Para evitar las molestias de convivir con vecinos ruidosos, muchos franceses buscan esa ansiada tranquilidad en casas unifamiliares alejadas del centro de la ciudad. Pero aumentar el perímetro de la propiedad y salir de la urbe no es garantía de sosiego. Conozco a una pareja, ambos jubilados, que soportan como pueden a unos vecinos mucho más jóvenes quienes, en la casa de al lado, se dedican a escuchar su música a todo trapo. Así que, cuando uno busca adquirir una propiedad, no son pocos quienes además de inspeccionar de arriba abajo la casa que quieren comprar, dan una vuelta por el vecindario para comprobar si sus habitantes cumplen también con los requisitos esperados.

A mi modo de ver no hay manera de protegerse del ruido provocado ya sea por gallos, cigarras, vacas, niños o jóvenes amantes de la música. No hay manera de protegerse de ellos porque son seres vivos. Está claro que donde reina el silencio más sepulcral es en el cementerio, pero aún no hemos llegado ahí. Así que para mí la verdadera cuestión de fondo no es quién lleva la razón en cada uno de estos conflictos sino por qué cada vez más y más personas toleran menos al otro, sea un animal, sea una persona, con todo lo que implica de diferente, “ruido” incluido.

Parece comprensible hasta cierto punto que las personas se opongan al ruido, pero en realidad de alguna manera se oponen a la vida, simple y llanamente. Si estoy vivo, hago ruido. Ni que decir tiene que los españoles somos considerados en Francia como personas por lo general muy ruidosas. Yo hago mi traducción personal de la expresión. Yo diría que somos y estamos muy vivos :-)

Más información

Archivado En