Columna

Lucha de agendas

Si falla otra vez la investidura y se nos convoca de nuevo a las urnas no estaremos ante una repetición electoral sino ante unos nuevos comicios completamente distintos

El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, antes de su intervención enel Congreso, el pasado 11 de septiembre.Eduardo Parra (Europa Press)

Si falla otra vez la investidura y se nos convoca de nuevo a las urnas no estaremos ante una repetición electoral sino ante unos nuevos comicios completamente distintos. Son muchas las diferencias que habrá entre una y otra convocatoria, como el hecho de que el 28-A era la primera vuelta de un tándem seguido de elecciones locales y territoriales destinadas a corregir los resultados de aquellas, y esta vez en cambio votaremos a una sola vuelta. Pero la diferencia más significativa entre aquella primavera y el próximo otoño electoral será que la cuestión central habrá cambiado de manera radical....

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Si falla otra vez la investidura y se nos convoca de nuevo a las urnas no estaremos ante una repetición electoral sino ante unos nuevos comicios completamente distintos. Son muchas las diferencias que habrá entre una y otra convocatoria, como el hecho de que el 28-A era la primera vuelta de un tándem seguido de elecciones locales y territoriales destinadas a corregir los resultados de aquellas, y esta vez en cambio votaremos a una sola vuelta. Pero la diferencia más significativa entre aquella primavera y el próximo otoño electoral será que la cuestión central habrá cambiado de manera radical. Ante el 28-A, la agenda se centraba en la estrella ascendente de Vox y su potencial de sumar mayoría con las otras dos derechas. Mientras que ahora se centra en el debate entre el Gobierno a la portuguesa que solicita Sánchez y el Gobierno de coalición que reclama Iglesias. Y esto desactiva en gran medida la amenaza de abstención electoral.

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Lo cual resulta extraordinario, pues nunca se ha visto que la cuarta fuerza política le dicte la agenda a la primera, que además le triplica en número de escaños. Pero eso es lo que ha conseguido el líder de Podemos con su capacidad de coacción: invertir los papeles entre el actor principal y su socio minoritario para pasar a dictarle sus condiciones. Quien estaba llamado a obtener la investidura era Sánchez, que propuso un Gobierno monocolor al estilo danés. Pero Iglesias no solo rehusó apoyarle, sino que logró intercambiar los papeles, monopolizando la iniciativa de proponer un Gobierno de coalición fiscalizado por él. Y este debate, en vez de aquel, se ha convertido ahora en el centro de la polémica, pasando a erigirse en la agenda central de las próximas elecciones, que así se transforman para los electores progresistas en un plebiscito entre coalición sí o coalición no.

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Así retoma Iglesias su verdadera vocación como sucesor de Julio Anguita, recuperando la pinza con la derecha mediante su teoría de las dos orillas. Y ello a pesar de que, caracteriológicamente, a quien más se parece Iglesias no es al califa cordobés sino al otro brazo de la pinza: el antihéroe de las Azores, con quien comparte la misma hybris megalómana de orgullo desmedido que le lleva a jugarse el destino del país para satisfacer sus ansias de grandeza. Por eso no se sabe dónde situar la barrera que separa las dos orillas, si es la izquierda contra la derecha, a la que desea desterrar a Sánchez y al PSOE para monopolizar la patente de pureza ideológica, o es la que enfrenta al propio Iglesias contra todos, y por eso ha desterrado a Errejón, Carmena y demás compañeros de viaje. Es el destino de aquellos populistas que inician su periplo desde el centro del pueblo soberano para acabar derivando hacia un extremo u otro, sea la extrema derecha con la que coquetea Rivera o la extrema izquierda que acaricia Iglesias. Un viaje en el que estamos todos embarcados a nuestro pesar, y que suele acabar en naufragio.

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