Columna

El aullido de las estrellas muertas

Veo con alegría que en Brasil, donde hay más estrellas muertas y aún voraces que himnos de libertad, los vivos se estén juntando en un gran abrazo contra la barbarie que se les quiere imponer

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro.AFP

El mundo hoy, como siempre desde el tiempo de los primeros hechiceros, gira alrededor de la política que es la que rige los destinos de nuestro hoy y nuestro mañana. El problema no es la política sino los políticos que la encarnan. Existen los que se creen vivos pero que, en realidad, son estrellas muertas que hace mucho perdieron ya su luz y su fuerza. Como en el cosmos, existen también políticos, no importa la edad, que hace tiempo que ya desaparecieron porque se han vuelto estériles y han perdido el reloj del tiempo.

Si quisiéramos aquí, en Brasil, en América Latina, y hasta en la vi...

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El mundo hoy, como siempre desde el tiempo de los primeros hechiceros, gira alrededor de la política que es la que rige los destinos de nuestro hoy y nuestro mañana. El problema no es la política sino los políticos que la encarnan. Existen los que se creen vivos pero que, en realidad, son estrellas muertas que hace mucho perdieron ya su luz y su fuerza. Como en el cosmos, existen también políticos, no importa la edad, que hace tiempo que ya desaparecieron porque se han vuelto estériles y han perdido el reloj del tiempo.

Si quisiéramos aquí, en Brasil, en América Latina, y hasta en la vieja Europa describir el actual panorama político podríamos utilizar la similitud con lo que está aconteciendo en el cosmos, donde los especialistas explican que “el centro de nuestra galaxia está lleno de estrellas jóvenes y viejas, agujeros negros y otras variedades de cadáveres estelares, todo un enjambre alrededor de un agujero negro supermasivo llamado Sagitario A.”

Más aún, muchas de esas estrellas, como entre los políticos, a pesar de estar muertas, podrían “estar lanzando aullidos” y alimentándose de estrellas compañeras, dicen los astrofísicos. Aullidos metafóricos que amedrantan igualmente.

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Brasil vive, en efecto, en este momento, un cataclismo estelar en el que se escuchan ecos de autoritarismo y nostalgias de pasadas dictaduras que ni siquiera se disimulan. Aún el pasado lunes, Carlos, uno de los tres hijos políticos del presidente Bolsonaro, el concejal de la importante alcaldía de Río de Janeiro, provocó un terremoto al escribir en las redes: “La transformación que Brasil quiere no se dará por vías democráticas”. La alusión a la necesidad de usar métodos dictatoriales era evidente. El concejal continuó escribiendo: “Veo cada día una rueda girar sobre su propio eje y los que siempre nos dominaron continúan haciéndolo de formas diferentes”.

Felipe Santa Cruz, actual presidente de la Organización de Abogados de Brasil (OAB), cuyo padre es uno de los desaparecidos durante la dictadura militar, declaró: “No podemos aceptar a una familia de dictadores”, y añadió: “La familia Bolsonaro tiene una historia de declaraciones a favor de la dictadura militar del 64 al 85”. De la dictadura y de la tortura, siempre exaltada por Bolsonaro.

Y es cierto que las declaraciones de Carlos Bolsonaro no pueden ser vistas como un resbalón personal del joven político que ya era concejal con 17 años. Lo más grave es que su padre, el presidente de Brasil, que se reponía en en ese momento en un hospital de Sao Paulo de una operación de hernia y mandaba a las redes fotos suyas paseando por el pasillo del centro sanitario, no hizo un solo reproche a las declaraciones de su hijo, al que considera su pitbull, su perro de guardia.

Lo grave es que hoy en Brasil todos saben que quien gobierna no es solo el capitán de reserva Jair Bolsonaro, sino también sus tres hijos: el senador Flavio, el diputado federal Eduardo y el dinámico concejal, Carlos, considerado un genio de Internet y que fue quien organizó en las redes sociales la campaña electoral de su padre. Ahora mismo, acaba de pedir la baja como concejal para dedicarse, seguramente, de nuevo a animar en las redes a los seguidores más fanáticos y fieles que estaban disminuyendo con la caída abrupta de popularidad del presidente que tiene un 29% de apoyo, algo que nunca ocurrió en los primeros ocho meses de Gobierno de ninguno de los expresidentes de la democracia brasileña.

Hay quien defiende hoy que los poetas deberían dejar de usar en sus composiciones vocablos como estrellas, luna o soles. Se olvidan de que pocas realidades evocan, hasta en la política, tantas imágenes y tantas metáforas como el misterio del cosmos. ¿Acaso no son los científicos quienes nos recuerdan que nosotros los humanos “estamos amasados del mismo polvo que las estrellas”?. Somos pedazos del universo.

Y si el cielo estelar, que tanto fascina a grandes y pequeños, nunca podrá abandonar las imágenes de la creación poética, tampoco debería hacerlo el complejo y confuso mundo de la política que también está poblado, por ejemplo, de estrellas que ya no existen aunque las creamos vivas. Y lo que es peor, que aún muertas siguen aullando amenazadoras y nutriéndose de los vivos.

Es cierto, según la ciencia, que existen estrellas que fascinan con su brillo y, sin embargo, ya no existen. Están ya, como ocurre con tantos políticos en todos los niveles del poder, muertas aunque aún son voraces. Y son esos políticos el centro hoy de nuestro pesimismo. Se creen vivos, se quieren comer el mundo, hacerlo retroceder a los tiempos de los exterminios y de los esclavos, y aún aúllan en las noches de los largos cuchillos de traiciones y conspiraciones.

Y si es el pesimismo de la razón y del corazón el que nos arrastra a despreciar el arte noble de la política que siempre rigió el planeta, existe también, no digo el optimismo, que es vocablo que no me gusta, sino la esperanza de que, también al revés, haya estrellas en el cosmos que ya han nacido y estén vivas aunque su luz lejana aún no haya llegado a nosotros. Es la esperanza de que algo nuevo, esté viniendo, sin aullidos y traiciones, sino con cantos de paz y de diálogo, y con la voluntad de crear un mundo menos deshumano para que las estrellas que un día llegarán, en vez de aullar gritos de viejas guerras, nos canten versos de vida.

Pienso que hoy, aquí, en Brasil, un país que vive un momento en el que hay más aullidos de estrellas muertas y aún voraces que de himnos de libertad, veo con alegría que los vivos, de todos los signos, se estén juntando en un gran abrazo contra la barbarie que se les quiere imponer. Lo hemos visto en la reacción masiva y nacional sobre todo de los más jóvenes, contra la arbitrariedad del alcalde evangélico de Río, Marcelo Crivella, que mandó a los agentes policiales a la gran fiesta de la Bienal del Libro visitada por miles de niños, para retirar un libro de literatura juvenil, de dibujos, donde dos jóvenes se besaban.

Y estamos viendo esa reacción contra los políticos, que son estrellas muertas y seguidores del violento y autoritario capitán, quien desearía convertir el país en una teocracia presidida por la Biblia más que por la Constitución y en un país armado con vía libre para matar. Un país sin libertad de expresión en el que él se burla abiertamente de la defensa de los derechos humanos que sueña con abolir.

Justamente, las peligrosas afirmaciones del hijo de Bolsonaro insinuando que su padre no podrá transformar este país “por medios democráticos”, llegaron cuando en la importante Universidad de Sao Paolo (USP) estaban reunidos periodistas e intelectuales de todas las formaciones políticas y de todos los grandes diarios para reafirmar el derecho a la libre expresión y contra cualquier tipo de censura o amenaza a los medios. Carla Jiménez, directora de EL PAÍS Brasil, insistió, por ejemplo, en la necesidad de que los periodistas se conviertan en “una caja de resonancia”, ya que aseguró: “No tenemos el derecho de claudicar”.

El Brasil, que se vio de repente aporreado por medidas autoritarias e ilegales que presagian un peligro a las libertades, ha empezado a despertar. La responsabilidad es grande. La historia nos ha enseñado que de resbalón en resbalón, sin capacidad de reaccionar, es fácil acabar hundidos en el abismo.

El NO a la restricción de las libertades conquistadas democráticamente y a la transformación de la Constitución, que se desea cambiar de laica a confesional, tiene que ser claro y contundente si no queremos mañana llorar, o que lo hagan quienes nos seguirán, por nuestra complicidad con la política vista más como un conjunto de estrellas muertas que como un cosmos que se mueve en ese maravilloso equilibrio cuyo milagro nos sorprende cuanto más lo conocemos.

Fascina el cosmos porque su misterio y grandeza nos emociona. Nada en él, dicen los astrofísicos, es banal. Traspasándolo a nuestro mundo político podríamos decir que aquí estamos a las antípodas de esa grandeza. Hoy, en ella, como acaba de denunciar el filosofo Alain Deneault lo que prima es la “mediocracia” y “lo que realmente importa no es evitar la estupidez sino adornarla con la apariencia de poder”. Son las alucinaciones de las estrellas muertas que aún se permiten asustarnos con sus aullidos.

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