Columna

La precariedad puede matar

Los asalariados se han convertido en una variable, un “recurso” de ajuste en esta competencia mundial

Manifestación de trabajadores de France Télécom, en Estrasburgo, por la ola de suicidios de sus trabajadores, en 2009.AFP

La semana pasada comenzó en París el juicio contra la multinacional France Telecom en un asunto trágico. El 26 de abril de 2011, Remy Lavaudroux, un funcionario de 56 años, se inmoló delante de la sucursal de la empresa en Merignac (Gironda). La familia acusa a la dirección de discriminar al trabajador por superar los 50 años, prescindiendo de su puesto de trabajo sin más justificación que la fórmula recurrente de “necesidad según balances de la empresa”. La estrategia, ya conocida en esos ámbitos, no es la de expulsar de forma inmediata al trabajador, pues la legislación laboral no lo permiti...

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La semana pasada comenzó en París el juicio contra la multinacional France Telecom en un asunto trágico. El 26 de abril de 2011, Remy Lavaudroux, un funcionario de 56 años, se inmoló delante de la sucursal de la empresa en Merignac (Gironda). La familia acusa a la dirección de discriminar al trabajador por superar los 50 años, prescindiendo de su puesto de trabajo sin más justificación que la fórmula recurrente de “necesidad según balances de la empresa”. La estrategia, ya conocida en esos ámbitos, no es la de expulsar de forma inmediata al trabajador, pues la legislación laboral no lo permitiría, precisamente para poner coto a los abusos patronales. La táctica, más sutil pero no menos cruel, está en manos de Recursos Humanos ligada intrínsecamente a los principios de la organización empresarial: degradar a Remy Lavaudroux, migrando paulatinamente por diversos infrapuestos de trabajo, peor cualificados y remunerados, asignándole funciones sin contenido e intrascendentes. Su puesto, fijo, se volvió precario. Y él se convirtió en víctima, además, de acoso laboral. En el juicio, uno de los responsables de la agencia Sur-Oeste atlántico de France Telecom confiesa: es cierto que las “misiones” confiadas al señor Remy Lavaudroux “no eran verdaderos puestos”, ni constructivos, ni valorados.

En marzo de 2009, Lavaudroux escribió a la dirección una carta en la que solicitaba, respetuosamente, explicaciones por la situación humillante a la que se sentía sometido: ¿se comportó mal?, ¿tal vez era incompetente? En cualquier caso, necesitaba una respuesta. Nadie contestó. En el juicio, este silencio se atribuye, por parte de los directivos de la empresa, a la “irresponsabilidad del laberinto burocrático interno”, donde las vías de información son complejas, por eso, ¿verdad? se extravían muchas cartas. Monsieur Lavaudroux perdió confianza en sí mismo. Sufrió primero un grave repliegue mental, dejando de hablar a sus hijos, y finalmente, de modo paralelo a la aniquilación real de su puesto de trabajo, eligió la aniquilación de su vida a través del fuego. Los cuatro miembros de su familia acabaron destrozados por este drama.

La táctica de la empresa era, probablemente, desmotivar al funcionario defenestrado para que abandonara, por iniciativa propia, el puesto de trabajo bajo una compensación económica irrisoria o, más “humanamente”, cansarle para que se jubilara cuanto antes. Pues los números de rentabilidad de la empresa no tienen corazón. Un dirigente de la misma lo sobreentiende: “Habríamos podido avanzar más ‘despacio’ (¡vaya eufemismo!) si no tuviéramos a la competencia a nuestra puerta”. La palabra clave es, de hecho, ésta: la competencia, en la globalización “feliz”. Y los asalariados se han convertido en una variable, un “recurso” de ajuste en esta competencia mundial, de la que se dice, por otra parte, que es positiva porque podemos todos gozar de ella. Solo como mercancías, por supuesto.

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