Columna

“Sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”

Hay algo peor que el triste y desmochado oportunismo de May. La falsedad compulsiva de quienes buscan sucederla

El conservador, Boris Johnson, en Birmingham (Reino Unido), el pasado 2 de octubre. Rui Vieira (AP)

Tras el desastre May, al Reino Unido de los valores, la solidaridad, la decencia y la querencia por una Europa unida —que lo hay— le convendría un Winston Churchill. Y a nosotros. Pero será difícil que lo encuentre.

Quizá deba conformarse con uno de sus biógrafos, el demagogo ultra Boris Johnson. Y si es así, este igual logra otro imposible: hacernos olvidar a la dama del “Brexit is Brexit”. Imposible, porque ya está casi olvidada. Nadie la recordará por nada distinto a su tesón en el fiasco del separatismo antieuropeo.

El mandato de casi tres años ejercido por Theresa M...

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Tras el desastre May, al Reino Unido de los valores, la solidaridad, la decencia y la querencia por una Europa unida —que lo hay— le convendría un Winston Churchill. Y a nosotros. Pero será difícil que lo encuentre.

Quizá deba conformarse con uno de sus biógrafos, el demagogo ultra Boris Johnson. Y si es así, este igual logra otro imposible: hacernos olvidar a la dama del “Brexit is Brexit”. Imposible, porque ya está casi olvidada. Nadie la recordará por nada distinto a su tesón en el fiasco del separatismo antieuropeo.

El mandato de casi tres años ejercido por Theresa May ha sido seguramente el segundo peor de la reciente historia británica. Solo la empeora Neville Chamberlain (también conservador, también tres años) que encabezó otro gran fracaso: la política de apaciguamiento con Adolf Hitler y Benito Mussolini. Flanqueado por el francés Édouard Daladier, engordó el expansionismo de los fascistas. Bendijo las anexiones de Abisinia, de Austria y de la región checoslovaca de habla alemana (los Sudetes) en la vergonzosa Conferencia de Múnich de 1938.

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Pretendió apaciguar a la bestia. La incentivó con un pacifismo repugnante e inútil, que eludía “una guerra motivada por un pueblo lejano y por gentes de las que nada sabemos”. Ese tic ultra: nada querían saber del Otro, lejano e ignorado, como nada quieren saber hoy del electricista polaco o del albañil rumano.

El golpe final a ese aislacionismo lo propinó Winston Churchill prometiendo a los británicos el 13 de mayo de 1940 —tras suceder a Chamberlain— “sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor” en su apoyo a los europeos perseguidos y en defensa de su país.

Ahora es ocasión oportuna para retomar un ágil relato de ese momento: “Cinco días en Londres, mayo de 1940”, de John Lukacs. Y admirar a los británicos que tanto han hecho por los demás. Para compensar, siquiera sea con el recuerdo, la bazofia ideológica que nos envían al Parlamento de Estrasburgo.

Esos hipócritas herederos del nefasto Brexit, como Nigel Farage, que odia al electricista polaco, pero estuvo casado decenios con Kirsten, una señora alemana. O los amigos de ese Johnson de la upper-upper class, que sabe hablar latín... y despotrica contra el despotismo de “las élites”. Mintiendo, de paso, sobre la aportación de su país a las arcas de la UE: 350 millones de libras semanales, dijo, el doble largo de los 156 millones reales.

Hay algo peor que el triste y desmochado oportunismo de May. La falsedad compulsiva de quienes buscan sucederla.

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