Columna

Cambiar la ficción, conservar la realidad

Se acaban de cumplir 33 años de Chernóbil. Simbolizó la ineficacia de un sistema que se vendía como superpotencia

Vista desde el interior de un edificio arrasado tras el accidente nuclear de Chernóbil.Jason Minshull

Terminó Juego de tronos, una extraordinaria serie de ficción emitida por HBO. A más de un millón de sus seguidores no les ha gustado la última temporada, exigen nuevos guionistas y filmarla de nuevo. La misma plataforma televisiva emite estos días la miniserie Chernobyl, una recreación del accidente nuclear más grave de las historia, que puso en riesgo las vidas de millones de personas en Ucrania y Bielorr...

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Terminó Juego de tronos, una extraordinaria serie de ficción emitida por HBO. A más de un millón de sus seguidores no les ha gustado la última temporada, exigen nuevos guionistas y filmarla de nuevo. La misma plataforma televisiva emite estos días la miniserie Chernobyl, una recreación del accidente nuclear más grave de las historia, que puso en riesgo las vidas de millones de personas en Ucrania y Bielorrusia. No hay noticias de recogida de firmas para cambiar la realidad de un mundo con 450 centrales nucleares.

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Se acaban de cumplir 33 años de Chernóbil. Simbolizó la ineficacia de un sistema que se vendía como superpotencia cuando tenía pies de barro, carcomido por la corrupción y la burocracia. Simbolizó también el heroísmo de trabajadores, bomberos y mineros. Cinco años después, colapsó la URSS. Antes había perdido a sus aliados del Pacto de Varsovia, cuyos regímenes habían caído como fichas de dominó. Finalizó la Guerra Fría y el cuento de que viene el coco comunista (hoy reeditado en las nuevas izquierdas), y regresó el capitalismo inhumano, el del todo vale si hay beneficios. Tampoco tenemos noticias de recogidas de firmas para modificar la realidad tras la crisis de 2008: más paro, menos derechos.

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Aquel accidente de categoría siete —la mayor— fue un aprendizaje global, mejoró el diseño de centrales nucleares, la seguridad y los protocolos de cómo actuar en una catástrofe de tales dimensiones. La industria proclamó: “El peligro es nulo”. Lo ocurrido en Fukushima en marzo de 2011, también de categoría siete, demostró la falacia. El riesgo es real.

Un sistema tan eficaz como el japonés falló con estrépito. Igual que en Chernóbil primó la mentira sobre la verdad, y en este caso, el interés privado sobre el bienestar general. También hubo héroes, “los 50 de Fukushima”. Aunque el país no ha colapsado como aquella URSS en blanco y negro, mandó parar sus 37 reactores nucleares que generaban el 30% de la energía eléctrica. Nueve han vuelto a funcionar tras profundas inspecciones.

El movimiento contra la energía nuclear es fortísimo en Alemania. Empezó en los años setenta. Fue la cuna de Los Verdes, primer partido antinuclear, ahora resucitado en las urnas. La canciller Merkel y sus socios socialdemócratas acordaron tras Fukushima cerrar progresivamente sus centrales antes de 2022. Quedan siete que producen un 12% de la electricidad consumida. Sin alternativa a corto plazo, las eléctricas encarecerán la factura.

La producción mundial de electricidad que procede de centrales nucleares es del 10,6%, el doble que la solar y la eólica juntas, según datos de 2016. El carbón, que es muy contaminante, supone el 38,3%. El debate nuclear se une al del cambio climático. Los guionistas que pueden alterar la realidad somos los ciudadanos. Las armas se llaman voto y calle, que empezó a movilizarse a través de los jóvenes. No tenemos tanto tiempo como piensan los políticos, empantanados en el corto plazo. Winter is coming.

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