La noche del domingo 13 de mayo de 2018 sucedió algo extraordinario en La Riviera de Madrid. Una de las salas de referencia para la música en vivo en la ciudad registraba un llenazo irrefutable, pero por primera vez el artista que acaparaba las miradas desde el centro del escenario no era ningún gurú del pop, el rock, el indie, la electrónica o la música de baile. Muy al contrario, el objeto de veneración de aquella velada, angelino de pelo afro y aspecto imponente, lucía una túnica colorista y sujetaba un saxo tenor entre los dedos. En la pista, cerca de 2.000 personas le contemplaban absortos. Algunos entornaban los ojos, a otros se les entreabrían los labios y los más desinhibidos rompían a bailar. Y en los sanedrines de la crítica, algunos comentaristas habituales en los circuitos de la canción de autor, la música negra o el rock se entremezclaban con sabios degustadores del mejor jazz.
He ahí uno de los mayores méritos que podemos atribuirle a Kamasi Washington (Los Ángeles, 1981): ha conseguido embaucarnos a todos, clásicos o renovadores, místicos o terrenales, eclécticos o conservacionistas, sin mayores miramientos ni distingos. En estos tiempos de fundamentalismos, KW se ha erigido en el mayor y más reconfortante milagro de la transversalidad. El músico personifica los valores que Cervezas 1906 ha plasmado en su novedosa propuesta musical. ¿Cómo? Lo logra mezclando tradición y modernidad con ritmo y sentimiento. En resumen, el trabajo del estadounidense es la definición misma de lo que la cervecera entiende por música para una inmensa minoría.
Kamasi aspira a reeditar ese embrujo más allá de bloques o etiquetas este otro 13 de mayo en el remozado Teatro Coliseum de la capital, en lo que se perfila acaso como la cita más anhelada del Ciclo 1906: música para una inmensa minoría. Cuenta para ello nuestro corpulento nuevo sumo sacerdote del hard bop con un argumento colosal y, cómo no, presidido por la dualidad desde su propio concepto. Porque el álbum con el que durante 2018 agrandó Washington su discografía (y, a estas alturas, también su leyenda) se denominaba Heaven and Earth, un doble elepé que a lo largo de dos horas y media nos permite ahondar en la personalidad casi inabarcable de un creador que jamás se dejará acotar por límites, prejuicios ni etiquetas. De ahí que decidiera dividir los contenidos en esas dos mitades, a modo del más embaucador ying y yang jazzístico de los últimos tiempos: Heaven, el ingrediente celestial, correspondería, según Kamasi, a “el mundo del que soy parte”, mientras que el hemisferio terrenal de Earth se correspondería con “el mundo que es parte de mí”.
En realidad, los términos y las definiciones siempre tienden a quedarse cortas con él. Washington se ha erigido no solo en embaucador de públicos muy diversos, sino en hábil gestionador de la hipérbole como anhelo artístico. Nunca se ha conformado con logros pequeños. La primera vez que se colocó al frente de una banda (2004), mientras cursaba sus estudios de Etnomusicología en la Universidad de California en Los Ángeles (UCLA), decidió bautizarla con el nada recatado nombre de Young Jazz Giants. Aquel cuarteto ya estaba destinado a no pasar inadvertido, así que los servicios del joven y abrumador Kamasi fueron demandados por artistas tan relevantes en lo musical como dispares en lo estilístico: Snoop Dogg, PJ Morton, Raphael Saadiq, George Duke, Stanley Clarke, McCoy Turner. Nuestro protagonista aceptó los envites y salió bien parado de ellos, pero mientras tanto iba dando forma a su primer trabajo en solitario. Y -no se olviden de su gusto por los grandes logros- consiguió no dejar indiferente a nadie.
The epic (2015), la criatura finalmente resultante de un aguacero creativo tan fértil, arrollador e incontinente, hizo buenas las expectativas y su propio título. Aquella obra inaugural resultó ser un álbum ¡triple!, 172 abrasivos minutos concebidos a lo largo de cuatro años de trabajo en los que Washington sumaba a los 10 músicos de su banda jazzística una orquesta con 32 efectivos y un coro de 20 integrantes. Era la épica, sí. También, el primer contacto ya indiscutido con la gloria. Y la asunción de los puentes entre públicos y generaciones. Muchos le vieron como el más legítimo heredero que le había surgido a Coltrane. Otros repararon en su aliento afrofuturista y su marcado desdén por eso que ahora han dado en llamar “cordones sanitarios”. Porque en el ideario de Kamasi nunca hubo lugar a vetos: el funk, el hip-hop o la electrónica han sido siempre ingredientes muy bienvenidos.
Él mismo aduce que esa versatilidad le resulta incontrolable. E innegociable, por fortuna. En los tiempos de The epic ya se había fraguado su participación decisiva en uno de los discos más icónicos de esta década, To pimp a butterfly (Kendrick Lamar, 2015), donde no solo ejerció como saxofonista invitado sino que rubricaba la práctica totalidad de los arreglos. Desde entonces ese gusto por la promiscuidad colaborativa no ha hecho sino acrecentarse: John Legend, Run the Jewels, Terrace Martin, el tándem cubano-francés Ibeyi. Y no digamos ya el reciente anuncio de una gira veraniega conjunta en alianza con el más que mítico pianista Herbie Hancock, augurio de muchas noches de dientes muy largos.
El día 13, Kamasi volverá a ponerse de largo, que en su caso es sinónimo de túnica dashiki. Blandirá un bastón de mando ghanés que empuña a modo de amuleto. Y emprenderá un nuevo sortilegio por los vastos territorios de la música negra, del jazz al góspel, el blues, el soul y, si es necesario, hasta el doo-wop. No busquen límites ni parapetos: con Washington no los encontrarán. Ya saben que en su concepción del universo dual cabemos místicos y terrenales, vanguardistas o apegados a la tradición. La carnalidad y el espíritu.
Puedes seguir ICON en Facebook, Twitter, Instagram,o suscribirte aquí a la Newsletter.