A Mark Guiliana le sobran las fronteras y a nosotros nos faltan las palabras. O más bien se nos quedan cortas, porque no es sencillo valerse solo del verbo para dimensionar el trabajo de este batería de Nueva Jersey. Un muchacho del que nunca sabemos qué esperar cuando se sube a un escenario, aunque nuestra incertidumbre no es fruto de la desinformación. Sencillamente, el primero que carece de certezas sobre qué acontecerá durante la hora y media siguiente es él mismo.
Guiliana nació en Nueva Jersey en septiembre de 1980 y, como buen chico de barrio, conserva en escena su gusto por las zapas deportivas y el vestir desenfadado, por mucho que las gafas de pasta le hayan conferido cierto porte académico. Ni siquiera fue el consabido niño precoz ni el muchacho retraído que comienza a soñar patrones rítmicos a fuerza de muchas horas de confinamiento voluntario en su habitación. No tomó sus primeras clases de batería hasta los 15 años, de la mano de Joe Bergamini, en un tiempo en que su único ídolo que empuñaba baquetas era Chad Smith, el descamisado y sudoroso bracero de Red Hot Chili Peppers. Tampoco apabulla a su interlocutor cuando le interrogan sobre sus bateristas jazzísticos favoritos: Elvin Jones o Tony Williams, dos respuestas canónicas, aparecen siempre en el frontispicio de sus predilecciones. Porque para innovar ya se encuentra él, un caballero que, como se le definió en este periódico, “encuentra pulsos y contratiempos donde cualquier otro no sabría qué demonios rascar”.
Lo mejor, por su propia condición de metrónomo humano, es que ahora podamos certificar hasta qué extremo le ha cundido el tiempo desde aquellas primeras lecciones adolescentes. A Guiliana le habíamos recibido por tierras peninsulares en formatos de trío o cuarteto acústico, pero esta vez se nos persona en el Ciclo 1906 Música para una Inmensa Minoría al frente de Beat Music, el artefacto musical que fundó hace siete años para que comenzáramos a ser conscientes de las limitaciones de nuestros epítetos. Le escoltan dos sintesistas de marcado talante travieso, Sam Crowe y Nicholas Semrad, pertrechados con un generoso arsenal de teclados. Y del contrabajo, esta vez eléctrico, se encarga Chris Morrison, uno de los escuderos que mejor sabe resistir su permanente propensión al vértigo imaginativo.
Mark Guiliana Beat Music actúa el sábado 4 de mayo en Berlín Café (C/ Costanilla de los Ángeles, 4) Madrid, dentro del Ciclo 1906 Música para una inmensa minoría
20:30 puertas / 21:00 concierto
20 euros entrada anticipada / 22 en taquilla
Beat Music nació en 2012 al amparo de un álbum digital, A form of truth, que le produjo la ardorosa cantante y bajista Meshell Ndegeocello, en unos años en que Guiliana ya empezaba a frecuentar la compañía de artistas ilustres: Mark ya se había amigado por aquel entonces de Bobby McFerrin, Gretchen Parlato o Dhafer Youssef, entre otros para los que ejercía como músico de sesión. Pero el destino le reservaba aún la mayor de las sorpresas, el quiebro por el que pasó de referente entre oídos muy bien documentados a ídolo de generaciones enteras en cuestión de muy pocas semanas.
Sucedió en 2014, en un pequeño club del West Village neoyorquino en el que Guiliana se zambullía en suicidas ejercicios improvisatorios junto al saxofonista Danny McCaslin. Una noche se personó un sexagenario de azul asimétrico en las pupilas para hacerle entrega de una maqueta casera y sugerirle que tocase a sus órdenes. El hombre se llamaba David Jones, aunque todos le habríamos saludado como David Bowie. Y la canción solo esbozada era Sue (or in a season of crime), destinada a ejercer como material inédito de refresco para una nueva antología (Nothing has changed) del Duque Blanco. Solo que Sue… acabó siendo no solo un anzuelo para compradores completistas, sino la génesis de un álbum fabuloso, Blackstar, concebido como canto del cisne de Bowie y publicado tres días antes del 10 de enero de 2016, la funesta fecha en que el mundo le perdió para siempre. Guiliana estuvo allí, apuntalando un sonido libérrimo que invitó al pasmo de cualquier oyente sin ataduras. El neoyorquino sabe que aquel hito seguirá apareciendo en el primer párrafo de nueve de cada diez semblanzas biográficas, pero no le importa. “Fue la última lección magistral de Bowie y un sueño para quienes tuvimos la suerte de acompañarle”, resume.
Ahora, con un nuevo trabajo electrónico difundido hace escasísimos días (BEAT MUSIC! BEAT MUSIC! BEAT MUSIC!, con esa provocadora caja alta en el título), sabe que los resúmenes serán una entelequia para quienes decidamos enfrentarnos a su trabajo. Hay en esas nueve canciones de estreno (mayúsculas, en concepción y en tipografía) un vigoroso combinado de hip-hop, funk, dub, glitch, rock, una suerte de reggae disfuncional (peguen el oído a HUMAN) y, sí, también algo de jazz. El verbo vuelve a verse en apuros, ya lo ven, cuando Guiliana anda en liza. Omitan, pues, las palabras. O directamente quédense sin ellas…
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