Columna

Politizar la globalización

Podemos empezar participando en las elecciones europeas del próximo mayo

Vista general de la reunión de la segunda jornada de la cumbre de la UE, el 14 de diciembre en Bruselas. STEPHANIE LECOCQ (POOL EFE)

Nos parecemos peligrosamente a la Latinoamérica de los años ochenta, una región sacudida por procesos económicos globales fuera de su control que acabaron haciendo tambalear a sus sistemas políticos. Hoy, los libros de texto explican la crisis de la deuda latinoamericana como un problema en gran medida internacional: la llegada masiva de capitales seguida por su abrupta salida causada por la subida de tipos de interés en el primer mundo hizo colapsar a una economía tras otra. Pero si uno repasa cómo se entendió la crisis dentro de cada país, esta dimensión global estaba siempre en un segundo p...

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Nos parecemos peligrosamente a la Latinoamérica de los años ochenta, una región sacudida por procesos económicos globales fuera de su control que acabaron haciendo tambalear a sus sistemas políticos. Hoy, los libros de texto explican la crisis de la deuda latinoamericana como un problema en gran medida internacional: la llegada masiva de capitales seguida por su abrupta salida causada por la subida de tipos de interés en el primer mundo hizo colapsar a una economía tras otra. Pero si uno repasa cómo se entendió la crisis dentro de cada país, esta dimensión global estaba siempre en un segundo plano. Para las opiniones públicas nacionales, el deterioro de las condiciones de vida era culpa de Gobiernos incompetentes, de la corrupción sistémica de sus instituciones, o del acceso privilegiado al poder de determinados grupos económicos. Podemos culpar a los medios de comunicación o a los políticos de esta obsesión latinoamericana por ver los árboles en lugar del bosque, pero la realidad es que si los ciudadanos no tienen herramientas para apagar el incendio, no es tan irracional preocuparse solo de salvar sus pertenencias.

Hablamos mucho de las consecuencias distributivas de la internacionalización económica y sobre la necesidad de modular estos procesos y acompañarlos con políticas redistributivas para asegurarnos de que nadie se quede atrás. Pero olvidamos un problema previo: nuestros sistemas políticos hacen que las cuestiones globales (la lucha contra el cambio climático, la sostenibilidad de la unión monetaria europea o la cooperación fiscal internacional) estén, como en Latinoamérica, oscurecidas por los temas nacionales, para los que creemos tener respuestas disponibles. Igual que el borracho que busca las llaves debajo de la farola porque es el único sitio con luz, gastamos horas en debates parroquiales no porque sean más importantes, sino porque son los únicos problemas que sabemos procesar y para los que podemos obtener victorias políticas frente a nuestros adversarios, por efímeras o irrelevantes que estas sean.

Para evitar que acabemos como Latinoamérica en su década perdida, tendremos que ser capaces de politizar la globalización. Y esto no significa tener que elegir entre aceptarla o rechazarla, sino fortalecer las herramientas que tenemos como ciudadanos para influir en ella. Podemos empezar participando en las elecciones europeas del próximo mayo.

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