Columna

La hidra de Vox

España ha dejado de ser excepcional por la derecha, pero lo sigue siendo por la izquierda

El líder de Vox, Santiago Abascal, durante una rueda de prensa.Luca Piergiovanni (EFE)

Cuando acudíamos a un congreso internacional, los politólogos españoles metíamos en la maleta una respuesta para la inevitable pregunta de nuestros colegas: ¿por qué no tenéis ultraderecha en España? Tras una dura crisis económica, sufrís una importante desigualdad. Tras una oleada de casos de corrupción, sois de los europeos que más desconfían de sus políticos. Además, pocas sociedades han recibido más inmigrantes en los últimos 20 años. Si un país “debiera” tener un partido de extrema derecha exitoso es España.

Los politólogos españoles no sabíamos qué contestar. Fabricábamos hipótesi...

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Cuando acudíamos a un congreso internacional, los politólogos españoles metíamos en la maleta una respuesta para la inevitable pregunta de nuestros colegas: ¿por qué no tenéis ultraderecha en España? Tras una dura crisis económica, sufrís una importante desigualdad. Tras una oleada de casos de corrupción, sois de los europeos que más desconfían de sus políticos. Además, pocas sociedades han recibido más inmigrantes en los últimos 20 años. Si un país “debiera” tener un partido de extrema derecha exitoso es España.

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Los politólogos españoles no sabíamos qué contestar. Fabricábamos hipótesis de todas las formas y colores. Algunas más deprimentes, del tipo: “Bueno, es que el recuerdo de la dictadura de Franco está todavía muy vivo”. Otras más animosas: “Los españoles somos uno de los pueblos más tolerantes del planeta, tal y como indican las actitudes hacia los extranjeros o la comunidad LGTB”.

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Ya no tendremos que especular más. Tras la irrupción de Vox en las elecciones andaluzas, España ha dejado de ser excepcional por la derecha, pero lo sigue siendo por la izquierda. En las democracias liberales hay muchos partidos como Vox, pero pocos como Podemos.

La izquierda alternativa en Europa ha sido superada por el nacionalpopulismo gracias a una estrategia errónea. Han insistido durante años en la misma táctica suicida que ahora proponen los dirigentes de Podemos: la activación de un movimiento “antifascista”. Manifestaciones, cordones sanitarios, boicoteos a los actos políticos de la derecha populista, y un largo etcétera de acciones reactivas que, como era de esperar, permiten a los líderes de la ultraderecha manejar la agenda política. En todo el continente, tanto la izquierda poscomunista como el resto de partidos tradicionales han desgastado más energías enfrentándose a los dirigentes de extrema derecha que dialogando con sus potenciales votantes.

Los nacionalpopulismos, como Vox, son la mitológica hidra de Lerna, la monstruosa serpiente policéfala a la que, si le cortaban una cabeza, le salían dos más. Si les atacamos directamente —acusándolos de fascistas, xenófobos, homófobos o haber lanzado una “cruzada contra las mujeres”— les reforzamos. Sus potenciales simpatizantes perciben esos calificativos como una prueba más de la arrogancia de las élites políticas.

Así la hidra conquistó Europa. Y ahora ha llegado a España.

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